
Bisagra entre Bretaña y Normandía, el Mont-Saint-Michel vuelve a ser isla tras diez años de obras y muestra un aspecto renovado sin haber perdido un ápice de su magia. Su fundación data del siglo VIII, cuando a un obispo normando se le apareció por tres veces el arcángel Gabriel para mostrarle el privilegiado enclave donde debía erigir su templo. Ciertamente, la estampa del edificio en mitad de la bahía es magnífica a todas horas y bajo cualquier circunstancia. Su depurada arquitectura y el hecho que aquí se producen las mayores mareas de Europa han determinado que este enclave sea uno de los mayores reclamos turísticos de Francia y que ya en 1979 fuera declarado Patrimonio de la Humanidad.
La inexpugnable abadía gótica, aupada a 80 metros, consta de tres niveles en los que destacan el claustro anglonormando del siglo XIII, la iglesia abacial, las criptas y la Sala de los Caballeros, un majestuoso recinto de bóvedas y capiteles, de 24 metros de largo. Cuando sube la marea y el agua rodea todo el islote en el que se asienta el conjunto, el espectáculo está servido. Precisamente, las obras llevadas a cabo estos últimos diez años y que culminaron en 2015, tenían el objetivo de devolver la naturaleza de isla al Mont-Saint-Michel y potenciar su belleza. La intervención ha dejado limpio el entorno y se han construido nuevos accesos, como la pasarela que une la abadía con la costa y que al subir la marea crea un inspirado efecto de andar sobre el mar. En Mont Saint-Michel se organizan visitas, animaciones y conciertos durante de todo el año y en verano son muy recomendables los paseos nocturnos por la abadía.