Hubo un tiempo en el que los mapas tenían lugares en blanco. En ese tiempo, la geografía avanzaba lenta al paso de la aventura y descubrir el mundo –todo el mundo- constituía una prueba de acierto y error. Pero ese tiempo pasó, y hoy en día ya no hay espacios en blanco en los mapas.
De hecho, los mapas se han convertido prácticamente en un solo mapa, el de Google. Y es tanto su detalle que con el botón del zoom nos acercamos a las mismas puertas de las casas que se encuentran en los lugares buscados. Tal es su detalle que incluso han tenido que borrar los rostros de las personas sorprendidas por la tecnología para preservar su intimidad.
Y no sólo cartografiado; el mundo es cada vez más accesible. Según un estudio de 2009 realizado por investigadores de la European Commission's Joint Research Centre, en Ispra, Italia, el 90 % del mundo está a menos de 48 horas de una importante ciudad.
Que el mundo ha alcanzado niveles de accesibilidad difícilmente imaginables en épocas pasadas lo demuestra un dato espectacular: el viernes 29 de junio de 2018 fue el día con mayor tráfico aéreo de la historia. Las pantallas de radar registraron más de 200.000 aviones surcando los cielos del mundo con momentos en los que hasta 19.000 aparatos compartieron vuelo al mismo tiempo.
Los lugares más remotos del mundo
Aun así, hay lugares cuyas coordenadas son inaccesibles. Son los “Polos de Inaccesibilidad” que se definen por ostentar la mayor distancia posible con la línea de costa. El más famoso es el Punto Nemo: el lugar radicalmente más remoto de la Tierra (los humanos más próximos están sorprendentemente en el espacio). Luego tenemos las islas; las islas siempre han sido metáfora de alejamiento. Ahí está, si no, Robinson Crusoe como máximo exponente de la figura del que naufraga de la sociedad.Además, hay cayos paradisiacos; y poblaciones en las que sólo pronunciar su topónimo ya constituye toda una aventura –prueba, si no, con Ittoqqortoormiit–. Podemos llegar, incluso, a lugares donde sus habitantes son los pocos científicos que ocupan una base meteorológica o a enclaves que parecen surgir de un mundo perdido.
Los lugares más remotos del mundo nos permiten seguir soñando con la aventura. En tiempos de turismofobia y destinos masificados que se ven obligados a regular la afluencia de visitantes si quieren sobrevivir, aún podemos sentir, en palabras de Rafael Argullol, el deseo de la geografía. Contó Joseph Conrad que una vez en la escuela, señaló un punto en blanco del mapa de África y anunció a sus compañeros que algún día iría allí. Todos los niños rieron pensando que lo que decía era una solemne tontería. Dieciocho años después, navegando el último tramo del río Congo, ya muy cerca de su destino, pudo decirse a sí mismo, “este debe ser el lugar de mi osadía infantil”. Había tardado; pero al fin, ahí estaba en el lugar más remoto que lograba alcanzar: la propia infancia.