En Gran Caimán el infierno es negro, como las rocas puntiagudas que lo componen o los diablillos que hay camuflados entre ellas. Es el Ironshore del infierno o Hell, como lo llaman sus locales, un área que ocupa un tamaño equivalente a medio estadio de fútbol y cuyo origen es totalmente natural. Este conjunto rocoso se formó hace millones de años, cuando la isla se quedó por debajo del nivel del mar. Con la bajada del agua, los sedimentos marinos quedaron al descubierto y fueron erosionándose con el tiempo. El sol, el aire y los restos de algas fueron los responsables de otorgarle ese color negro tan característico.
Pero el Ironshore del infierno, lejos de asustar a sus vecinos, se han convertido en el centro de interés de West Bay. Una tienda de souvenirs nos da la bienvenida “Welcome to hell”, mientras que en su oficina de correos los turistas tienen la oportunidad de enviar postales con el sello del infierno. Bajar hasta las rocas está prohibido, pero se ha habilitado una ruta desde donde se ve todo el conjunto sin que haya riesgo de alterar esta espeluznante maravilla.
En otros lugares del mundo, el infierno es rojo y quema. Es el caso de Turkmenistán y su particular puerta del infierno: la cueva de Darvaza. Este cráter, situado en medio del desierto, arde sin interrupción desde hace más de 40 años. Los motivos no están del todo claro, aunque según parece unos geólogos soviéticos prendieron fuego a un escape de emisiones tóxicas de un pozo del desierto sin darse cuenta que debajo se encontraba una enorme cueva subterránea llena de gas natural. Esto ocurrió en 1971 y a pesar de los intentos por apagarlo, todavía hoy sigue activo, con temperaturas en su interior que rondan los 400ºC.
Otras puertas del infierno están en Turquía, Japón o Nicaragua. La primera de ellas se encuentra en Pamukkale, más concretamente en la ciudad bíblica de Hierápolis, Patrimonio de la Humanidad. Aquí recibió el nombre de Puerta de Plutón por los grecorromanos, ya que este era el dios de los muertos y del inframundo. En 2012, un grupo de científicos de la Universidad de Salento comprobó que los gases que emanaban de esa cueva, y que provenían de la actividad tectónica de la zona, eran muy tóxicos, lo que provocaba que las aves que se acercaban murieran asfixiadas. Hoy, la puerta continúa cerrada al público, aunque en ella aún se conservan las inscripciones que hacen alusión al inframundo.
Los volcanes, así como las zonas que les rodean, siempre han tenido un aspecto similar al que entendemos por infierno. No es de extrañar que muchos de ellos estén asociados a este tipo e historias. En Japón, la orografía del monte Osore (también conocido como el monte del miedo) es un buen ejemplo de ello. Las rocas de lava negra, algunas rocas carbonizadas y horadadas así como como las continuas emanaciones de gases tóxicos le han dado durante años la denominación de infierno. De hecho, los japoneses han colocado a su entrada una bruja que supuestamente salva a los niños del demonio.
Por su parte, en el volcán Masaya, en Nicaragua, antiguamente las tribus de los alrededores iban a consultar sus miedos a la bruja que lo custodiaba. Según la leyenda, esta les predijo la llegada de los españoles, por lo que para los colonos fue considerado como la puerta del infierno y la bruja, el demonio. De ahí a que un fraile español, Francisco de Bobadilla, levantase junto a él una cruz para acabar con él.