La ópera nació para aunar música con poesía, teatro y escenografía. Por ello, cuando la intensidad de la luz desciende y el ruido en la sala se atenúa, el público se prepara para vivir una experiencia artística completa. Los toques de batuta del director en el atril son la señal de inicio de un viaje sensorial, tal vez al Japón de Madame Butterfly (Puccini), a la Sevilla de Las bodas de Fígaro (Mozart) o al esplendoroso París de La traviata (Verdi).
Los primeros libretos datan del siglo XVII. En su origen las representaciones eran un privilegio reservado a las cortes reales, hasta que en 1637 abrió el primer teatro público para ópera, el San Cassiano de Venecia, y se pusieron de moda.
Por todo el mundo perviven hoy históricos y suntuosos teatros de ópera, a la vez que se han construido otros de diseño contemporáneo. Su atractivo, aun sin ser aficionado, lleva a incluirlos entre las visitas de muchas ciudades.