La franja que se extiende desde el sur de Lisboa hasta el Algarve guarda las esencias del mundo tradicional, incluyendo ciudades cargadas de arte y fincas agrícolas y ganaderas, pueblos repletos de historia y dehesas que se extienden hasta el Atlántico. El paisaje alentejano es fruto de la manera en que las diferentes civilizaciones modelaron el territorio. Las elevaciones del terreno se aprovecharon para erigir castillos y villas fortificadas, mientras los campos se llenaban de cultivos de secano, cereales y extensas praderas salpicadas de olivos, alcornoques y encinas. En la costa se suceden largas playas, acantilados, pequeñas calas y puertos que mantienen un ritmo de vida pausado y los viejos oficios de la pesca.