Sierra Nevada, el macizo montañoso más alto de la España peninsular, une y separa la comarca de las Alpujarras de la ciudad de Granada. Si quisiéramos llegar por el camino más corto a la capital desde alguno de los pueblos que alfombran esta extraña región de bosques, barrancos por donde se despeña la nieve derretida y veredas que en apariencia no conducen a lugar alguno, no tendríamos más remedio que trepar hasta los pies de las cumbres del Mulhacén (3479 m) y el Veleta (3396 m) y sortear sus lagunas glaciales; tropezaríamos entonces con manadas de cabras hispánicas y vislumbraríamos a lo lejos, con solo dirigir nuestra mirada hacia el sur, el quieto Mediterráneo y la costa norteafricana tras él, como un horizonte lejano, abstraído y poético.
Gerald Brenan decía, hace un siglo, que las Alpujarras eran un insólito país que no guardaba relación alguna con el resto de Andalucía. Cuando sus amigos londinenses, escritores del denominado grupo de Bloomsbury, llegaban de visita, Brenan los hacía entrar en los pueblos más recónditos de la comarca. Entonces, Virginia Woolf, Dora Carrington o Lytton Strachey no tenían otra salida que reconocer que se hallaban en un lugar excéntrico y distinto a todo, herencia de los últimos moriscos mezclada con la sangre de cristianos viejos tras agotadoras batallas que habían quedado arrinconadas en los libros de historia.