
El siglo XVII fue un momento fulgurante para el arte y la cultura en Flandes. En Amberes, tras la irrupción de los "primitivos flamencos", la pintura vivió un Siglo de Oro. Rubens, Van Dyck y Jordaens, entre otros, trabajaron arropados por una pléyade de pintores, humanistas y científicos geniales.
Empecemos a lo grande, en la Grote Markt, para entender por qué esta ciudad brilló de tal manera en el firmamento barroco. La plaza se halla a solo unos pasos del río Escalda, cuyo estuario aloja el segundo puerto más importante de Europa, que en el siglo XVII hizo afluir el comercio y la riqueza a Amberes. La rebelión protestante (religiosa y política) de aquella época fue combatida por el emperador Carlos V y sus sucesores con mano de hierro. A la Reforma protestante respondió la Contrarreforma católica: las iglesias de Amberes se llenaron de cuadros y retablos, y las calles, de calvarios o de figuras de la Virgen presidiendo las esquinas.
En el número 7 de esta plaza, en la Pand van Spanje, tenía sede el gremio de San Lucas (el de los pintores), en el que ingresó Rubens con 21 años. Al pintor le encargaron un gran cuadro para el contiguo Ayuntamiento, La Adoración de los Magos, que ahora se expone en el Museo del Prado. De aquellos tiempos convulsos da fe un enorme lienzo en el vestíbulo del Consistorio que reproduce La furia española, una salvajada de 1626, que según dicen se saldó con más de 10.000 muertos en un día.
Retrocedamos unos pasos hasta la entrada de la catedral, en Handschoenmarkt. En esa plazuela un pozo exhibe la inscripción "El amor hizo de un herrero un pintor", en referencia a Quentin Metsys. Autor de la forja que remata el brocal, Metsys acabó fundando la escuela amberina del siglo XVI, en la que se incluye a Pieter Huys, Jan de Beer y Brueghel el Viejo, que trabajó diez años en la ciudad.
La catedral, la mayor del país, mantiene su armazón gótica. Aunque el interior fue saqueado por los protestantes iconoclastas y por las guerras, conserva tres enormes Rubens. Cuando el pintor era un chaval estudió latín en la escuela que había junto a la catedral, donde actualmente está la Brasserie Appelmans. Subido a un pedestal, en el centro de esta espaciosa Groenplats, Rubens vigila ahora las terrazas y bistrós por donde fluye la cerveza blanca de trigo, la que sin duda dio un punto de lucidez a artistas y humanistas.
En la Groenplats empieza la Ruta de las Iglesias de Amberes, fácil de seguir con una guía de museos en la mano. La de San Pablo se encuentra muy cerca. Era el templo de los dominicos, cuyo prior, amigo de Rubens, consiguió que lo retratara. En el interior cuelgan obras de Rubens, Van Dyck, Jordaens y David Teniers el Joven. A este último, nacido en Amberes, la ciudad le ha dedicado una escultura en la comercial y animada calle Meir.
Dejando atrás San Pablo, en Kaiserstraat, se halla la iglesia de Santiago. Era la parroquia de Rubens, allí bautizó a sus hijos y allí está él enterrado; en el cuadro que preside la capilla funeraria, si uno se fija bien, se pueden ver camuflados los retratos del pintor y su mujer.
En la iglesia de San Carlos Borromeo Rubens intervino diseñando la fachada. Era el templo de los jesuitas, quienes "inventaron" un prototipo de iglesia barroca que exportaron a América y Asia; solo que aquí el prototipo parece reventar sus propias costuras. En la cercana iglesia de los Agustinos "los tres tenores" de la pintura flamenca dejaron sendos retablos. Y podríamos seguir tomando agua bendita y lecciones de arte en más iglesias, pero nos dirigimos a continuación a ese oasis urbano que llaman el Wapper, una calle y plaza donde se encuentra la Rubenhuis o Casa de Rubens. Un auténtico palacio. Además de artista de éxito era hombre de mundo, hablaba idiomas y actuó como diplomático; en dos ocasiones vino a España, una de ellas llamado por Felipe IV para mediar entre españoles e ingleses y acompañado, por cierto, de Velázquez como guía.
Los discípulos remataban los cuadros que el maestro Rubens dejaba esbozados y acabados en sus partes esenciales
La Casa de Rubens, erigida en torno a un patio interior y unos jardines con un pórtico diseñados por el propio artista, está repleta de pinturas, muebles y objetos preciosos. En el taller anexo a los aposentos, los discípulos –Van Dyck, Jordaens o Cornelis de Vos, entre ellos– remataban los cuadros que el maestro dejaba esbozados y acabados en sus partes esenciales.
La Rubenhuis es solo un ejemplo de cómo se las gastaban los patricios de Amberes. Otra mansión-museo es la de Nicolás Rockox, burgomaestre y amigo de Rubens, al que hizo numerosos encargos.
Mención aparte merece la casa del impresor Plantin, en Keizerstraat. El yerno de Plantin, Jan Moretus, y luego el nieto Baltasar –se hizo amiguete de Rubens en los bancos de la escuela catedralicia– repartían cerveza de trigo y pruebas de imprenta a humanistas y científicos como Erasmo, Tomás Moro, Ortelius... Y también Arias Montano, enviado por Felipe II para editar la Biblia Regia y cuyo retrato pintado por Rubens se suma a un cúmulo de cuadros, muebles, prensas y caracteres de plomo; el Plantin es el único museo de Amberes declarado Patrimonio Mundial. Fuera, en la plazuela que lo arropa, se forma los viernes un rastrillo de muebles y cachivaches, como un baúl abierto de recuerdos de los buenos tiempos.