Miravet, historia tallada en piedra
Desde el embarcadero se obtiene la mejor panorámica de Miravet: un pueblecito con trece siglos de historia tallada en piedra que parece descolgarse estratégicamente sobre el Ebro. En lo más alto se alzan los restos del castillo edificado por los árabes en el siglo VIII. Tras la reconquista, la Orden del Temple levantó una nueva fortificación en el siglo XII y pasó a gobernar sobre una población compuesta por musulmanes, cristianos y judíos.
El castillo de Miravet es hoy accesible por carretera, pero merece la pena subir por las calles empinadas del núcleo histórico. Solo así se descubrirán tesoros como el astillero medieval, la arcada bajo la que se reunía la comunidad musulmana o la singular Església Vella, que ocupa el lugar de la antigua mezquita y cuyo patio es ahora el Mirador de la Sanaqueta, que ofrece vistas espectaculares del Ebro.
Miravet ejemplifica a la perfección cómo, con el paso de los siglos, el río y sus pobladores han logrado un encaje perfecto. Transitando por este territorio, uno se da cuenta de que ni el Ebro ha sometido a sus habitantes, ni estos han domesticado el cauce. Para los ebrenses, el río ha sido desde siempre sinónimo de vida, de riqueza comercial, cultural y natural. Y, en cierto modo, les confiere un ADN que se percibe en todos los pueblos y ciudades que se asientan en sus orillas hasta el inmenso delta de la desembocadura.

Pinell de Brai / Foto: Shutterstock
Los vinos de gandesa
El río Ebro ejerce de columna vertebral de un extenso territorio que abarcazonas de contrastes paisajísticos que se hacen evidentes sin necesidad de recorrer grandes distancias. En el trayecto hacia Gandesa, los viñedos tapizan las colinas con sus filas de cepas que en primavera comienzan a verdear. Cultivada ya en el siglo XII por la orden del Temple, la vid de la DO Terra Alta produce garnacha (la variedad más extendida) en más de 5.000 hectáreas.
Esta es una zona de tradición cooperativista, la cual se manifiesta en edificios agrícolas como los que diseñó el arquitecto modernista César Martinell. Dos de sus grandes obras, más tarde reconocidas como «catedrales del vino», se hallan aquí: la sede de la Cooperativa Agrícola de Gandesa y la bodega del pueblo de Pinell de Brai. Ambas construcciones constituyen el paradigma de la ingeniería industrial aplicada al mundo agrícola, gracias a las soluciones arquitectónicas que Martinell introdujo para optimizar la productividad y mejorar la calidad del vino.

Horta de Sant Joan / Foto: Getty Images
Horta de sant joan y picasso
Gandesa no es el único lugar del Ebro que conserva la memoria de un artista genial. En 1898, un joven Pablo Picasso pasó unos días en el pueblo de Horta de Sant Joan y quedó tan impactado por su ambiente, su luz y su entorno que regresó años después: «Todo lo que sé lo he aprendido en Horta», llegó a afirmar el pintor malagueño. Un paseo por las callejuelas medievales, la ermita de Santa Bárbara o el convento de San Salvador ofrece muchas pistas sobre todo aquello que inspiró a Picasso, quien retrató el pueblo durante sus estancias allí, pero también desde la distancia, evocando su recuerdo.

Corbera d'Ebre / Foto: Shutterstock
Memoria histórica en corbera d'ebre
Esta ruta descubre, además, las cicatrices de una trágica contienda que aún se preserva en la memoria de sus habitantes. En julio de 1938 daba comienzo la Batalla del Ebro, que enfrentó a las tropas republicanas con el ejército franquista y que tuvo como principal escenario la orilla derecha del río. Fue la batalla más larga de la Guerra Civil y se saldó con miles de muertos, también entre la población civil.
En Corbera d’Ebre se ha mantenido el Poble Vell (pueblo viejo) tal como quedó tras los bombardeos del bando nacional. Constituye un impactante testimonio del horror y la destrucción asociados a la guerra. En el Centro de Interpretación 115 Días se cuentan las causas y el desarrollo de la batalla a través de fotografías, plafones y documentos, así como objetos personales de soldados y de habitantes de los pueblos de la zona.
Xerta: Pasado morisco
Río abajo aparecen más sorpresas –y no solo paisajísticas o históricas– que merecen una parada en la ruta. El pueblecito de Xerta conserva una curiosidad muy vinculada al pasado morisco de la zona: un azud o assut de época islámica que atraviesa el río de orilla a orilla. El de Xerta es un ejemplo más de la perfecta simbiosis entre el Ebro y sus pobladores. Gracias a esta pequeña presa, el agua puede reconducirse convenientemente para regar los huertos y cultivos de los valles interiores.
Llegados a este punto, cambiamos de ribera para visitar la sierra de Cardó.El desvío es, también, un salto geográfico y temporal, pues fue aquí donde, en el siglo XVII, tres monjes carmelitas y un peón iniciaron la construcción de un convento dedicado a la vida contemplativa.

Foto: Shutterstock
El Desert de Cardó se convirtió en balneario durante el siglo XIX, dando así un nuevo uso al edificio monástico, abandonado desde la desamortización de Mendizábal. Durante la Guerra Civil las instalaciones se usaron como hospital de campaña y, tras el cierre definitivo del balneario, el conjunto de edificios fue comprado por una planta embotelladora de agua. En la actualidad está cerrado, pero constituye un lugar privilegiado desde donde realizar –aunque sea por pocos minutos– una parada contemplativa, en el sentido literal de la palabra.

Cria de cabra hispánica / Foto: Getty Images
Entre bosques
El macizo de Cardó enlaza al sur con la sierra del Boix, y juntos constituyen un Espacio Natural Protegido en el que abundan riscos, agujas rocosas, grutas y manantiales. La sierra del Boix destaca, además, por tener uno de los bosques más viejos de Cataluña: más de 200 tejos, algunos de los cuales superan los mil años de vida. En este lugar habitan especies de gran interés faunístico, como la cabra montés (Capra pyrenaica hispanica) o el gato montés (Felis silvestris). Por aqu�� discurre el sendero GR-192 , que une la Costa Daurada, el interior de Tarragona y el delta del Ebro.
Este itinerario de 100 km –realizable por tramos– invita a disfrutar al ritmo que marquen nuestros pasos de un territorio que cambia con cada estación. En primavera, el paisaje depara una sorpresa efímera pero mayúscula: la floración de los árboles frutales, un espectáculo que cada año atrae a miles de visitantes deseosos de vivir una experiencia de «frutiturismo». En la comarca donde estamos, la Ribera d’Ebre, la floración arranca con los almendros, que se cubren de delicadas flores blancas y rosadas. Les siguen los melocotoneros con sus rosa característico; y cierran el ciclo los cerezos, en un espectáculo cromático que suele alargarse hasta inicios de abril.

Tivissa / Foto: Shutterstock
Tivissa y benifallet
Este recorrido rumbo al mar tiene otro desvío imprescindible que lleva a Tivissa, un bonito núcleo amurallado desde el que se alcanza el poblado ibérico del Castellet de Banyoles, el más extenso de Cataluña, fundado en torno al 1200 a.C. y cuyos restos más recientes pertenecen a la época medieval (1150-1492). Aquí se halló el Tresor de Tivissa, una colección de orfebrería ibérica de plata consistente en cuatro páteras o platos de sacrificio, un grupo de vasos y dos collares.
Los íberos no fueron, sin embargo, los primeros que vieron las ventajas de establecerse cerca del río. En algunas cuevas de la zona se han hallado pinturas rupestres de estilo naturalista, entre las cuales destaca un rebaño y un arquero, así como un grupo de 22 pictogramas que representan figuras humanas.
En el pueblo de Benifallet, a finales de la década de 1960 se descubrió un conjunto de cuevas espectaculares. Hay dos que están abiertas al público, la Cueva del Dos y la Meravelles (maravillas). En un recorrido de poco más de 500 m, en esta se pueden contemplar estalactitas, estalagmitas y las llamadas excéntricas, formaciones que crecen en todas las direcciones.

Foto: Shutterstock
surcando el rio hasta Tortosa y Amposta
Es momento de regresar a la vera del río. En el pasado era habitual ver navegar llaguts, embarcaciones alargadas y estrechas que servían para transportar mercancías, desde aceitunas y carbón río abajo, hasta naranjas y sal río arriba. La particularidad de los llaguts es que se dejaban llevar por la corriente y que solo cuando pasaban por zonas poco profundas o cuando el viento no era favorable, los peones se ayudaban de remos y bastones con la punta de hierro.
Una vez descargada la mercancía en Tortosa o en Amposta, los llaguts remontaban el río tirados por animales o personas (los sirgadors) desde el camino de sirga. Hoy, esa senda es un itinerario que enlaza el interior con el delta, y que se puede recorrer a pie o en bicicleta. El río, por su parte, también es ahora una vía turística por la que navegan canoas, piraguas, llaguts restaurados como Lo Sirgador y barcas a motor.
En sus últimos kilómetros el Ebro pasa por dos ciudades relevantes: Tortosa y Amposta. La primera es conocida como la ciudad de las tres culturas (cristiana, judía y árabe) y de su pasado esplendor conserva la Catedral, el Castillo de la Suda o los Colegios Reales, que guardan un bello claustro renacentista. Amposta es más pequeña y se reconoce por su puente colgante de 1920, una obra innovadora para la época.

Foto: iStock
El delta y su arroz
Dejando atrás Amposta, el Ebro desemboca en el Mediterráneo y lo hace a lo grande, formando un inmenso delta que es a la vez una reserva natural y también un refugio de tradiciones. Es un universo aparte. En este territorio llano, surcado por canales y cuarteado por arrozales, el horizonte no tiene quien le ponga barreras. Su fisonomía la dibujan las lagunas, los estrechos caminos y los núcleos urbanos dispersos aquí y allá. Y la columna vertebral de todo ello es el río.
De nuevo vemos que los ebrenses han sabido hacer de la necesidad una virtud. ¿Cómo se aprovecha un suelo que puede inundarse fácilmente? Pues plantando un cereal capaz de adaptarse a estas condiciones. Gracias a la construcción de los canales de la Derecha y de la Izquierda del Ebro –inicialmente proyectados para la navegación–, el delta es hoy una de las principales zonas productoras de arroz en España.
El cultivo del arroz ha determinado no solo la actividad económica, sino también el paisaje y la vida de sus habitantes. Con la llegada de la primavera, se abren las compuertas de los canales y el agua inunda los arrozales. De abril a junio, un intenso manto verde cubre los campos y la naturaleza parece estallar con toda su fuerza: lagunas y canales se transforman en un paraíso ornitológico en el que es fácil observar especies de paso como cigüeñas, o aves que lo habitan de forma regular, como el flamenco.

El Fangar / Foto: Shutterstock
El Parque Natural del Delta del Ebro se puede recorrer en coche o en bicicleta. Existe también la posibilidad de navegar hasta el mar o por sus canales en las tradicionales barcas de perxar. Uno de los rincones más especiales es la península del Fangar, una lengua de arena con dunas fijas y móviles que se adentra en el mar y que cuenta con un icónico faro.
Sin embargo, las mejores vistas se consiguen desde la distancia. En el pueblo de Sant Carles de la Ràpita se alza el Mirador de la Guardiola, desde cuyos 116 m de alto es posible contemplar las lagunas, playas, bahías y pueblos que configuran esta singular reserva natural. «Lo riu és vida» dicen por aquí. Palabra de ebrense.