
La Vall de Boí, un municipio situado en el noroeste de Lleida, acoge uno de los legados románicos más relevantes de Europa, no solo por la personalidad de sus iglesias de esbeltos campanarios, sino también por el incomparable marco en el que se hallan, en pleno Pirineo de Cataluña. En un recorrido de escasos kilómetros se pueden contemplar algunos de los ejemplos más notables de esta arquitectura medieval y, al mismo tiempo, disfrutar de un paisaje privilegiado, unos pueblos de montaña que conservan su encanto y sabor de antaño y que tienen una oferta cultural y lúdica tan amplia como interesante.
Corría el siglo XI cuando los escasos habitantes de este aislado valle del Pirineo observaron una inusitada actividad constructora y artística a manos de un grupo de picapedreros, maestros pintores y artesanos llegados de la lejana Italia. Eran artistas lombardos que junto con sus herramientas portaban ideas renovadoras, y que no tardaron en poner en práctica un arte que se acabaría extendiendo por toda Europa: el románico. Diez siglos después de aquella inesperada irrupción, las ocho iglesias y la ermita que levantaron y decoraron en la Vall de Boí aún siguen en pie. El año 2000 la Unesco las declaró Patrimonio Mundial por su alto valor histórico y monumental.
La ruta por la Vall de Boí parte de la localidad de El Pont de Suert, capital de la comarca de la Alta Ribagorça, y discurre paralela al río Noguera de Tor, cuyo cauce sirve de guía al recorrido. Las primeras paradas deben ser en Cardet y en Cóll, cuyas iglesias se caracterizan por presentar diferencias significativas a las del resto del valle. Santa Maria de Cardet cuenta con un campanario de espadaña en lugar de la típica torre, mientras que L’Assumpció de Cóll ofrece el pórtico más trabajado, presidido por un bajorrelieve ornamentado y capiteles esculpidos con representaciones de luchas entre hombres y animales.
Camino de Barruera
La carretera continúa hacia Barruera, capital de la Vall de Boí, un municipio con una decena de núcleos y algo más de mil habitantes. En un extremo del pueblo y cerca del río Tor se alza la iglesia de Sant Feliu, con un ábside doble que incorpora elementos de los principales momentos constructivos en la Vall de Boí: siglos XI y XII. Sus remodelaciones muestran cómo los templos del valle se han ido adaptando a los gustos y necesidades de la comunidad, desde la Edad Media hasta nuestros días.
Al norte de Barruera se abre un territorio rico en tradiciones ancestrales –como la bajada de las Fallas, una fiesta vinculada al fuego que tiene lugar en varias poblaciones durante el verano– y una gastronomía estacional que se nutre de setas, verduras o frutas con las que se elaboran mermeladas artesanales.
La Vall de Boí es en realidad un conjunto de pequeños valles que durante siglos permanecieron aislados, lo que ha contribuido a la preservación de su patrimonio –según la Unesco, sus iglesias son el «testimonio del intercambio cultural en la Europa medieval»–. En uno de estos valles secundarios, y a 1.386 metros de altitud, se localiza la pequeña localidad de Durro, que con sus calles estrechas y casas de piedra guarda todo el encanto de los pueblos pirenaicos. Aquí se levanta la iglesia de Santa Maria de la Nativitat, cuya cabecera de tres ábsides y su portada esculpida hablan de la relevancia de esta población en la Edad Media
Erill la Vall
Las iglesias de la Vall de Boí presentan campanarios similares: esbeltas torres de planta cuadrada que cumplían la función de comunicación y vigilancia. Destaca sobre el resto el de Santa Eulàlia en Erill La Vall, tanto por su altura como por sus ventanas geminadas. Erill la Vall acoge además el imprescindible Centro de Interpretación del Románico, encargado de gestionar e informar sobre este patrimonio monumental.
La siguiente parada es Boí. Merece la pena detenerse aquí para contemplar su iglesia de Sant Joan, la más antigua del valle, que conserva elementos originales del primer periodo constructivo (siglo XI). Observar sus piedras delicadamente trabajadas y sus pinturas murales permite apreciar el aspecto original de estas edificaciones románicas.
Una estrecha carretera sigue hasta Taüll, villa encantadora que alberga los dos hitos románicos que han dado fama al valle: la iglesia de Sant Climent y la de Santa Maria. La primera es famosa por su campanario de seis plantas y el fresco de su ábside, el Pantocrator, de gesto severo y con tres dedos levantados en actitud de bendición. Lo que se contempla hoy es una reproducción, ya que el auténtico y otras pinturas románicas del valle están en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), en Barcelona. La iglesia de Santa Maria, por su parte, se sitúa en el centro del pueblo, orgullosa de su campanario y de las pinturas del ábside, presidido por la escena de la Epifanía.
Volviendo a la carretera que surca el valle, el viaje puede concluir en Caldes de Boí, disfrutando de sus aguas termales, o realizando excursiones a pie por el cercano Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici. Ambas opciones son complementos perfectos a esta ruta monumental.
Para saber más
Cómo llegar: En El Pont de Suert hay que tomar la carretera L-500 que se adentra por todo el valle.
A tener en cuenta: Patronat de Turisme de la Vall de Boí: Tel. 973 694 000. Centre del Romànic: Tel. 973 696 715.
Web oficial de la Vall de Boí