La plaza de San Francisco, en el centro histórico de Quito, alberga el mayor conjunto arquitectónico de toda América. En ella sobresale la basílica de San Francisco, también conocida como “El Escorial del Nuevo Mundo”. Comenzó a construirse en 1573, pero debido a sus dimensiones y los múltiples terremotos que azotaron la zona no fue inaugurada hasta más de un siglo después, en 1705. En el interior de sus trece claustros se encuentran más de 3.500 obras de arte colonial, por lo que más que una iglesia podría considerarse un museo. Por fuera, la fachada luce imponente. La pared blanquecina y pura contrasta a la perfección con las piedras -aún muchas sin tallar- y mucho menos sin pulir. Es, justamente una de esas piedras quien da lugar a una de las leyendas que forman el imaginario de esta iglesia.
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Se dice que Cantuña, uno de los trabajadores que había sido contratado para erigir la basílica estaba desesperado porque se acababa el plazo de entrega y la iglesia tan solo estaba construida a la mitad. Entonces, una noche apareció el diablo y le ofreció un trato. Él terminaría la obra a cambio de su alma. Cantuña aceptó pero con una condición, si al amanecer no se habían colocado todas las piedras, el trato se rompería. Y así fue, con los primeros rayos de luz del alba, el diablo dio por terminada la basílica y cuando el trato estaba a punto de cerrarse, Cantuña se dio cuenta que faltaba una piedra por colocar. En la actualidad, sigue habiendo un hueco y buscarlo es toda una aventura.

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Dentro de esta maravilla
Más allá de esta leyenda y de sus dimensiones, la basílica de San Francisco de Quito es una absoluta joya monumental. En cuanto se cruzan sus puertas, este complejo deslumbra con su decoración.
La iglesia presenta una impresionante nave central con detalles ornamentales que reflejan la influencia del estilo barroco y renacentista. El altar mayor es una pieza maestra tallada en madera dorada, adornada con intrincados diseños y relieves que representan escenas bíblicas. Junto a este, se encuentran capillas laterales con altares secundarios, cada uno con su propio estilo y contenido artístico en función del gusto de los donantes.
Uno de los aspectos más destacados es la Capilla de la Virgen de los Ángeles, conocida por su altar de estilo rococó y su imagen venerada de la Virgen María. Los frescos en los techos y paredes añaden un toque de esplendor visual a la iglesia, presentando temas religiosos y alegóricos en tonos vibrantes.

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El claustro adyacente es un espacio sereno con arcos de medio punto y columnas talladas. Sus pasillos rodean un jardín interior, proporcionando un ambiente tranquilo para la reflexión. En el Museo Franciscano, que forma parte del complejo, se exhiben artefactos religiosos, pinturas coloniales y esculturas que ofrecen una visión más profunda de la historia religiosa y cultural de la región.
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