Será por sus horizontes infinitos o por la presencia constante de fauna salvaje, pero muchos paisajes de África tienen algo que conmueve íntimamente. Será también por sus bruscos anocheceres, que se esperan durante horas cerca de ríos o lagunas para tener la oportunidad de ver cómo se acercan los animales a beber, para que luego pasen fugaces con un sol envuelto en llamas y engullido de golpe por la tierra.
En el desierto del Kalahari el ocaso refresca un poco el ambiente. Su nombre deriva de la palabra kgalagadi, que se traduce como «mucha sed», apelativo adecuado ya que ocupa más del 70% de Botsuana. La moneda del país es el pula, que significa lluvia, algo que parece un chiste si no fuera porque estas arideces reciben alguna precipitación durante el año. Porque el Kalahari no es un desierto de postal, con dunas evocadoras, sino más bien una sabana atormentada por el sol donde crecen acacias, unos melones silvestres o tsama, muy necesarios para la vida del lugar y el thorn-tree o camelthorn, una acacia (Vachellia erioloba) cuya corteza forma hexa��gonos y con ramas que parecen arañar el cielo. Éste es el paisaje que rodea en Deception Pan, justo en el corazón de la reserva del Kalahari Central.