Plácidos canales, callejones adoquinados y casas gremiales, palacios e iglesias que parecen salidos de un catálogo artístico. Estos son solo algunos de los alicientes que esconde el centro histórico de Brujas, declarado Patrimonio de la Humanidad. El corazón de la ciudad es el decorado perfecto para que el visitante se traslade a la Europa de la Edad Media. Y es que Brujas ha sabido conservar el encanto que respiraba cuando no solo era el mayor puerto europeo para el comercio de lana, sino también la cuna de la prolífica escuela pictórica flamenca. Ni siquiera las guerras mundiales del siglo XX se atrevieron a alterar el encanto de sus edificios medievales. En la actualidad, la ciudad enamora además con sus museos y escaparates rebosantes de encajes –la historia de esta artesanía se descubre en el Museo del Encaje– y de bombones y chocolates. La Belgique Gourmande, por ejemplo, es una de las chocolaterías más antiguas y a la vez más innovadoras de la ciudad, con estanterías llenas de suculentas tentaciones.