Alfajores mejor que alforjas

Road movie por la Patagonia argentina

La mítica Ruta 40 permite vivir la aventura de una región donde todo es aún más grande y hermoso.

En este paisaje de gigantes hay pampas alfombradas de hierba insólitamente alta; rebaños de ovejas, vacas, guanacos y ñandús; lagos y glaciares; bosques inmensos y cumbres de más de 3000 m; manadas de caballos; restos de los mayores dinosaurios de la Tierra... Y, además, se cuenta como muy probable que fue el tamaño de los pies de los indígenas, de sus enormes «patas», lo que hizo que los conquistadores bautizaran la región como Patagonia. 

 
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Ateneo

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Buenos Aires y una librería para Borges

El Ateneo de Buenos Aires es una de las librerías más mayúsculas y elegantes del mundo, una especie de teatro operístico donde ultimar el viaje a la Patagonia recopilando clásicos como En la Patagonia de Bruce Chatwin y los libros de Mempo Giardinelli, Luis Sepúlveda o William Henry Hudson, además de modernas singularidades tipo Gigantes, donde Miguel Prenz expone la guerra económica que ha desatado el hallazgo de huesos de dinosaurios, sobre todo en la provincia de Neuquén. 

Una buena manera de tomarle el pulso a la ciudad consiste en pasear a lo largo de la colosal Avenida 9 de julio, tomada por cientos de colectivos (autobuses) que se alinean como una especie de macrooruga metálica. Después se puede cenar en la terraza a cien metros de altura del Palacio Barolo contemplando el tramo de la Avenida de Mayo, que deriva en la Casa Rosada –donde despacha el presidente de la nación–, mientras un grupo de música toca un tango. Esta jornada en la capital es un aperitivo idóneo antes de embarcarse en el viaje de nueve horas en autobús rumbo a Bahía Blanca, la«puerta de la Patagonia»

 
 prados patagonia

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¡Hasta el infinito y más allá!

La evidencia de que, aquí, el viaje mide distinto empieza en los autobuses de largo recorrido: de dos pisos, con asientos mullidos, opción cama y semicama, y autoservicio de té y café. La vaca y el neumático dominan un paisaje donde la estancia (finca) y la gomería (taller de vehículos) son instituciones. Como el mecánico y el veterinario. Además del gaucho, que asoma por algún campo montando a caballo, tocado con su boina vasca, los pantalones bombachos, las botas y el facón (cuchillo) sujeto al cinto de cuero. 


Alrededor se extiende la pampa de prados infinitos y carreteras rectas interminables. Durante decenas de kilómetros no se ven cultivos, ni curvas, ni casas. Los carrizos amarillean erguidos sobre pomos de matas negras, y se suceden los álamos y los sauces agitados por un viento que no cesa. En Coronel Belisle anuncian la Fiesta de la Semilla de Alfalfa. En Chimpay, la ferretería Los Vascos. En conversaciones y grafitis abundan las palabras trotskista, marxista, leninista, maoísta, comunista... fruto de una superpolitización escorada a la izquierda y subrayada por los cartelitos con rostros de políticos locales que de vez en cuando aparecen colgados en una cerca, troceados por el viento y la intemperie.

dinosaurio-patagonia

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Coleccionando dinosaurios

Una avioneta arrastra un cartelón que reza «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece» a pocos kilómetros de una librería cristiana y del gran casino de la ciudad de General Roca. Junto a la carretera hay pequeños altares con cintas, banderas y velas rojas, alguna ofrenda y miniaturas del Gauchito Gil, un icono religioso de inspiración popular. La iglesia, la empresa petrolífera YPF –que explota yacimientos sobre todo de petróleo y gas– y el bingo son una trinidad patagónica enriquecida últimamente por los huesos de grandes lagartos extinguidos. La fiebre dinosáurica ha azuzado el interés regional por la paleontología. «Hay que volver a caminar los lugares, aún hay mucho por descubrir», dice Mara Ripoll, que empezó encontrando un diente milenario y ahora dirige el museo de El Chocón. Esta institución exhibe restos del Giganotosaurus carolinii –el mayor depredador que hubo sobre la Tierra– y forma parte del denominado Triángulo de los Dinosaurios, junto a la ciudad de Plaza Huincul –feudo del Argentinosaurus, el animal más grande del planeta– y el lago Los Barreales, que dispone de centro de excavaciones y museo.

Ruta 40 Patagonia

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“El que viene apura'o a la Patagonia viene a perder el tiempo”

El rastro de los dinosaurios continúa trazando una diagonal en busca de la Ruta 40. «Usted espere que, aunque tarde, pasa», dice el dependiente de la cafetería a unos ochenta metros de la carretera donde para el bus. Llega con una hora y ocho minutos de retraso. Los viajeros son en general campesinos. Uno de ellos negocia un intercambio de ovejas por teléfono con los pies contra el respaldo del asiento delantero. «Aquí se sobrevive –dice una señora que come choripán al preguntarle sobre la enésima crisis del país–. ¿Necesitas plata? Haz una torta frita, una ensalada de fruta... y sal a vender». 

Las llanuras son lo bastante salvajes para que el jardinero Luis Alberto Pintos aún salga a cazar pumas con su suegro. También buscan a los perros salvajes que hace poco mataron 700 ovejas. Pero cuesta encontrarlos, porque la vegetación tiene el color del puma. 

 
Nahuel Huapi

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El vértigo de los grandes espacios

La temperatura desciende tres grados tras 200 km hacia el sur, aunque ahora ya es mediodía. El paisaje cambia a andino conforme el autobús se aproxima a la ciudad de Bariloche. Emergen montañas no muy altas pero llenas de quebradas y barrancos, y rematadas por afilados crespones coronados de nieve todo el año. Superado el control policial, aparece una ciudad de corte centroeuropeo, marcada por la inmigración alemana. Las casas de madera o piedra aislante y el lago Nahuel Huapi definen a este reino del chocolate y los alfajores. ¡Llegó la torta!, advierte una confitería que comercializa el dulce enviado desde la colonia galesa de Puerto Madryn. Ahora, la producción de cerveza artesana está en auge y la pesca de trucha es un clásico de un enclave sito en pleno parque nacional, donde el frío multiplica los gorros de abrigo al estilo trampero, congela las nieves y convierte los alrededores en un centro del esquí y el turismo de naturaleza.


Bariloche entronca con la Ruta 40. El bosque y el prado se alternan en una exhibición de grandes espacios con ñandú o guanaco al fondo, e incluye a montañas de formidables rocas que se encienden como meteoritos en el crepúsculo. En otoño, el siena, el amarillo y el nácar suavizan la negritud de muchos matorrales y arbustos creando composiciones de un sosiego marciano. Cuando al autobús lo adelanta una moto con alforjas directa a las cumbres nevadas, te puedes sentir en el interior de la leyenda. Tres ñandús cruzan la carretera al trote. Las cercas solo sirven para contener a vacas y ovejas.

el Viejo Expreso Patagónico

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El Viejo Expreso de la Patagonia aún anda

La localidad de Esquel conserva el Viejo Expreso Patagónico, un tren de vapor que se llama La Trochita, como la línea de tren que une las provincias de Río Negro y Chubut, aunque los mochileros prefieren viajar en autobús. Nadie se apea en Río Mayo, antes sintomáticamente denominado El Paso porque algún camionero se detenía a poner gasolina o comer milanesa de guanaco. Desde que hace dos años se habilitó un ramal de asfalto, incluso se ve algún turista por el centro. Río Mayo, cuyos habitantes consideran el pueblo «más patagónico de la Patagonia», debe su existencia al río que lo riega y destaca por organizar la Fiesta Nacional de la Esquila, que congrega cada año hasta 4000 personas. A menudo, gauchos, ganaderos y campesinos coinciden en colmados o boliches (bares musicales) con policías y militares, que suponen casi la mitad de la población desde que se acuartelaron aquí para decantar una disputa con Chile.

gauchos

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La épica del caballo

Hay estancieros que poseen miles de hectáreas que son dominio de ovejas, caballos y guanacos supervisados por gauchos, como Ramón Huenulaf, un tehuelche –pueblo indígena mayoritario, junto al mapuche– que trabaja para la estancia Don José, reconvertida en alojamiento rural. Ramón se confiesa un fan de los ñoquis y, como dice él, es un buen «soba sogas» porque con las pieles que curte confecciona correas, riendas y otros materiales del jinete mientras bebe mate, como todo el mundo aquí. ¿Que cuándo empiezan a tomar? «Hay mate de leche para que los bebecitos se acostumbren pronto», dice una consumidora que a la vez recomienda comer costillar de cordero asado al fuego de sauce.


A una hora y cuarto de Río Mayo, la estancia La Meseta linda con propiedades de indígenas de El Chalía, junto a la frontera chilena. El estanciero Juan de Dios Giménez, Petete, es su vecino desde siempre e igual cuenta historias vividas con ellos que con el bandido Butch Cassidy, cuya banda secuestró durante un invierno a una familia amiga. La vida no ha cambiado mucho desde entonces. Ayer, Petete comió ñandú con su sobrino Gastón y durmieron al calor del horno de leña.

monte Fitzroy

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Un sueño para senderistas

La siguiente parada rumbo sur es la ciudad Perito Moreno, nombrada como el naturalista y político que proyectó científica y espiritualmente muchos tesoros patagónicos. Es famosa por sus carreras de caballos, lo que en Patagonia son palabras mayores. Después vienen diez horas de descenso atravesando campos de coriones y matorrales color pastel antes de tomar el desvío a El Chaltén, otro pueblo jovencísimo debido al conflicto «turístico» con Chile.

Chaltén es el nombre que los tehuelches daban al monte Fitzroy (3405 m), protegido por dos parques nacionales, el de Los Glaciares en el lado argentino y el Bernardo O’Higgins en el chileno. El Fitz Roy es la ascensión estrella de la zona, aunque existen decenas de rutas bellísimas, como la del Río de las Vueltas. Esta área es además una de las más valor ecológico de la Patagonia. En los últimos años, cada vez se pueden ver más huemules, un ciervo que estuvo al borde de la extinción y que hoy es un emblema de salud ambiental. Más abundantes son los caranchos, aves carroñeras que no se inmutan frente a las personas. 

 
Perito Moreno

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El glaciar más accesible del mundo

El Calafate está a hora y media rumbo sur. Es una capital de los glaciares, con el del Perito Moreno –de nuevo él– como máximo icono. Las heladas entrañas del Perito crujen todo el día mientras enormes bloques de hielo caen al agua en un espectáculo perpetuo. Además de los inmigrantes –¿quién no lo es aquí?–, en El Calafate abundan los perros callejeros, aún más que en otras ciudades argentinas. Uno de ellos me ayudó a encontrar el camino de la estación de autobús antes de detenerse frente a una carnicería. La ciudad ha tomado el nombre de ese fruto morado que constituye la esencia de mermeladas, helados, chocolates, infusiones, pasteles y en general cualquier producto gastronómico.  

 
autobús-Torres del Paine

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La aventura infinita

Quienes desean completar la Ruta 40 siguen por Río Turbio y los yacimientos mineros, un paisaje duro de vagonetas, tuberías, grafitis obreros y policía. Zoólogos y letraheridos suelen desviarse hacia Chile, viajando otra hora y media, control aduanero incluido, para visitar en Puerto Natales la cueva del milodón, ese oso perezoso gigante extinguido que inspiró el viaje de Chatwin. Las Torres del Paine, una orgía de picos y témpanos, son la maravilla natural de la región. 

 

La 40 se completa cruzando Patagonia en perpendicular, de vuelta al océano. Río Gallegos sería la Bahía Blanca meridional, la puerta a la Patagonia sur. Aureolada por la luz antártica, es un puerto de buques y fortín militar con los radares puestos hacia las Islas Malvinas o Falkland, administradas por Reino Unido y reclamadas por Argentina. De todas formas, El Calafate es un buen punto para volar de regreso al norte, con la estampa del Lago Argentino en la memoria, conservando el calor del fuego de leña de ñire y lenga, y las historias de hielos, hombres y animales por diversos motivos considerados «grandes».