A lo largo de Hollywood Boulevard una larga lista de nombres adorna la avenida. Están grabados sobre piedra rojiza que simula ser mármol y alrededor de ellos, el contorno de una estrella dorada remata cada adoquín como si el cielo estuviera de repente al alcance de unos pasos. Son miles pero en ninguna figura el nombre de uno de los personajes más célebres que ha vivido en la capital de California, Charles Bukowski.
¿La razón? Quizás fue por su forma de representarla, y es que el último de los poetas malditos describió mejor que nadie la cara más sórdida de Los Ángeles. El suyo es el retrato de una ciudad alejada del glamour y el lujo que rodea a los barrios pudientes de Beverly Hills o Bel Air, o la fascinación que despiertan los grandes centros de culto como los estudios cinematográficos de Hollywood, el estadio de beisbol de los Dodgers o el mítico Staples Center donde juegan los Lakers. Su ciudad no se encuentra en ninguno de esos lugares, la suya está en el fondo de una botella de whisky, en las gateras de un hipódromo o en los besos de una prostituta.