Historia en piedra

Burgos sin salir de la ciudad

Recorrido por el pasado y presente de esta urbe, dueña de una soberbia catedral que celebra sus 800 años.

El 21 de julio de 1221, en presencia del rey Fernando III de Castilla, se puso la primera piedra de la catedral de Burgos. Ocho siglos después, la obra más impresionante del arte gótico español sigue asombrando a cuantos viajeros posan la mirada en sus puertas, rosetón, ventanales, agujas, gárgolas y cresterías. La ciudad, cuna y mausoleo de reyes y cruce de caminos hacia las tierras del norte, conmemora este año 2021 el octavo centenario de su catedral. 

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El autómata que vive en la catedral

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El autómata que vive en la catedral

Burgos es una ciudad deliciosa hecha para caminar. Y casi todos los paseos comienzan en la catedral, Patrimonio Mundial desde 1984, y un cofre lleno de tesoros y sorpresas. A los pies de la nave central, a la altura del triforio, se puede ver el Papamoscas, un autómata del siglo XVIII que abre la boca y mueve el brazo derecho para indicar las horas en punto. El Papamoscas es el elemento descreído de un templo tocado por la solemnidad. El cimborrio se eleva hacia los cielos de Burgos como una tercera torre catedralicia. Es una de las filigranas más bellas del gótico castellano y lo es, aún más, visto desde el interior. 

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Un interior épico

A sus pies descansan desde 1921 los restos del Cid Campeador y su esposa Doña Jimena, trasladados aquí desde el vecino monasterio de San Pedro de Cardeña. Además de la capilla del Condestable, del claustro, de sus retablos monumentales y del Santísimo Cristo de Burgos, la catedral atesora una de las joyas del arte renacentista. Se trata de la Escalera Dorada, proyectada en el siglo XVI por Diego de Siloé, que salva el desnivel de 8 m que separa la puerta de la Coronería del suelo del templo. Aseguran que el arquitecto francés Charles Garnier se inspiró en ella a la hora de proyectar la gran escalinata de la Ópera de París. La plaza del Rey Fernando, a la que mira la deslumbrante catedral, era y es un cruce de caminos. Aquí nacen calles medievales que trepan hasta la iglesia de San Nicolás de Bari, de origen románico, hasta alcanzar cerro arriba la iglesia de San Esteban.
 

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Foto: CAB Burgos

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La vista más bella (y contemporánea) de las torres catedralicias

Junto a sus líneas clásicas contrastan las del CAB, el Centro de Arte Contemporáneo de Burgos que, además de pintura y escultura modernas, tiene una terraza con la vista más bella de las torres catedralicias. Pero el verdadero mirador de la ciudad se localiza en el Castillo del siglo IX. El recinto esconde un pozo de 60 m de profundidad al que es posible descender por una escalera de caracol que lleva hasta la llamada Cueva del Moro y otras oscuras galerías enaltecidas por leyendas y misterios.

La vista más bella de las torres catedralicias

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Entre murallas y estatuas

La muralla medieval se hallaba a lado y lado del Arco de Santa María (1553), una de las 12 puertas de la ciudad. El vestigio se alza en un extremo del Paseo del Espolón, un delicioso salón de estar paralelo al río, sombreado por plátanos y ambientado con cafés, veladores y encantadoras tiendas. El Espolón se extiende hasta el Teatro Principal, frente al que se alza la escultura del Cid, el segundo icono de la ciudad. 
 

Entre monasterios y palacios

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Entre monasterios y palacios

Las calles del centro y sus edificios señoriales, enaltecidos por galerías acristaladas, conducen a la plaza Mayor de Burgos, asimétrica, colorista y bulliciosa. Presidida por el Ayuntamiento, está rodeada de mesones. En la cercana Plaza de la Libertad se erige el palacio gótico de los Condestables de Castilla (siglo XV), conocido como la Casa del Cordón y transformado hoy en un activo centro cultural. En Burgos la historia nos rodea por todas partes.

Al otro lado del río el monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, fundado por Alfonso VIII de Castilla, el vencedor de la batalla de Navas de Tolosa, es un mausoleo de reyes y príncipes y atesora el Museo de Ricas Telas Medievales, la mayor colección mundial de tejidos de época. Las monjas gestionan una hospedería donde es posible quedarse hasta ocho noches a modo de retiro espiritual, sin más precio estipulado que la voluntad. En la misma orilla se alza la Casa de Miranda, palacio renacentista y sede del Museo de Burgos, que guarda colecciones sobre arqueología y bellas artes desde el Renacimiento al siglo xx, especialmente telas de artistas locales.
 

El hogar del Homo Antecessor

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El hogar del Homo Antecessor

Pero el museo más concurrido mira al Arlanzón desde la modernidad que le imprimió el arquitecto Juan Navarro Baldeweg. El Museo de la Evolución Humana abrió al amparo de los descubrimientos encontrados en el yacimiento de Atapuerca. Lo que expone no se cuenta por décadas sino por milenios. El Homo Antecessor es uno de sus tesoros: los fósiles de una especie homínida con más de 850.000 años. Además de un viaje a las excavaciones de la Gran Dolina y un paseo por la galería de los homínidos, se puede conocer a Miguelón, un Homo Heidelbergensis que tiene medio millón de años. Atapuerca se sitúa a solo 16 km de Burgos. Posee un museo y centro de visitantes proyectado también por Navarro Baldeweg. En sus salas, a través de grandes maquetas y planos, es fácil imaginar los trabajos realizados y ver los hallazgos arqueológicos. Existe un consenso entre la comunidad científica: este yacimiento es la puerta más valiosa que poseemos a nuestro pasado más remoto.