Cuentan los irlandeses que los romanos nunca llegaron a conquistar Hibernia -nombre con el que los latinos se referían a esta lejana isla-. Algunos dicen que, tal vez, se debiera a que su soldadesca estaba agotada de guerrear contra los habitantes de la vecina Britannia o, simplemente, porque no les interesaba estratégicamente. Sea como fuere, este hecho suele acabar comparando al Imperio Romano con otros foráneos que sí que arribaron a las verdes tierras irlandesas, surcaron las frías aguas de los mares del norte con sus poderosos drakkars, lucharon contra jefes tribales, saquearon monasterios, buscaron tesoros extraordinarios, establecieron asentamientos y cuya huella es aún bien visible: los vikingos.
Siempre temidos y con muchas leyendas flotando a su alrededor, se cree que estos aguerridos habitantes del norte del mundo ocuparon Irlanda, en la que hicieron numerosas expediciones, a partir del siglo VIII.
Pero lejos de ser, solamente, feroces y desenfrenados vándalos, los hijos del dios Odín dejaron mucho más que desolación y temor a su paso por el territorio irlandés; ya que tenían, también, tendencia colonialista. Irlanda tiene, pues, un alma vikinga que sigue presente en sus tierras y conocerla es fundamental para entender mejor su pasado, pues la inesperada visita de estos invasores nórdicos cambió la historia de la isla para siempre.