El boom rural

Calaceite, qué ver en el pueblo del Matarraña más literario

Es uno de los pueblos más bellos de la provincia de Teruel y guarda un sorprendente pasado como epicentro cultural.

Hay lugares donde se puede ser feliz a pesar de los demonios que le persigan a uno. “El paisaje sigue bello, casi intocable, el río Matarraña, los ancianos olivares y sus cipreses…”, así describió el escritor chileno José Donoso el Matarraña, esa comarca cruce de fronteras entre Teruel, Tarragona y Castellón. Tan cerca pero tan aislada por la geografía que no le quedó otra que hacerse a sí misma. Calaceite fue uno de esos lugares propicios a la felicidad para el atormentado José Donoso y lo fue también para su hija, Pilarcita, y no tanto para su mujer, Pilar, que siguió con la costumbre de mezclar alcohol de alta graduación y valiums para desconectar del mundo. Tal vez en su lecho le diera tiempo de escuchar las campanadas de las ocho antes de caer al fondo de sus sueños. Siguen sonando las campanas de la Iglesia de la Asunción a cada hora en uno de los pueblos más bellos de Teruel. 

Aquella descripción de José Donoso aún vale para quien viaje a la comarca de Matarraña. Sigue el paisaje siendo bello. Siguen el río, los olivos, los cipreses. Siguen el añil desconchado de las fachadas, las maderas agrietadas, las aspereza de la sillería en las casas. Siguen los gatos en los rincones. Todo parece igual en el Matarraña, solo que las carreteras son ahora más transitadas. De alguna forma, algunos de los intelectuales vinculados al boom latinoamericano de finales de los años sesenta del siglo pasado que llegaron a Calaceite fueron los pioneros del auge del turismo rural que vive ahora la comarca.

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iStock-626078402. Vistas de Calaceite

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Calaceite, la capital rural del Boom Latinoamericano

La primera conferencia internacional desde la comarca de Matarraña, y probablemente de toda la provincia, no se hizo desde la ciudad de Teruel, sino desde Calaceite. Explica la anécdota Xavi Ayén en Aquellos años del Boom, uno de los mejores libros de periodismo cultural escritos en España en los últimos años. Cuenta el periodista que la anécdota de aquella llamada telefónica corrió como la pólvora. Algo que no extraña si se tiene en cuenta que por aquel tiempo, una llamada al pueblo de al lado ya era considerado como una extravagancia. Por aquel entonces, el único teléfono en muchos pueblos era de uso público. Uno igual al que, no hace tanto, ocupaba la cabina de madera y vidrio que aún se puede ver en Ráfales, en un rincón de la plaza Mayor, junto a la fuente y la iglesia: los tres lugares sociales más importantes de todo pueblo antes de que apareciera internet. 

iStock-1129906080. Calles Calaceite

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Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes pasaron por Calaceite

Desde entonces, Calaceite fue atrayendo a más y más intelectuales. Se contaron hasta en tres oleadas. La primera provocada por el nuevo domicilio de José Donoso, que atrajo hasta su casa de la calle Ruda a diversas personalidades vinculadas con el boom latinoaméricano y al mundo editorial barcelonés. Cuenta Xavi Ayén en su libro que le dijeron unos vecinos que aquello parecía la ONU. Escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa  o Carlos Fuentes pasaron algún que otro día por allí. Pilar Donoso, su hija, describió aquello días en Calaceite en el libro Correr el tupido velo: “pueblo de piedra, teja y campanario. Una isla entre un mar de viñas y olivares”. 

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Foto: Turismo de Matarraña

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Síndrome de Stendhal rural en Matarraña

Si Calaceite se visita con prisas no se verá muy diferente a cualquiera de los otros pueblos del Matarraña, incluso es posible que si se le compara con Valderrobles no salga muy bien parada. Pero nadie dijo que a esta comarca le fueran bien las prisas. Es más propicia al ruar, al caminar lento y ocioso. También el flâneur puede ser rural. También el deslumbre a lo Stendhal puede suceder entre sillerías antiguas y ventanales góticos. Aunque parezca pequeño, hay mucho que ver en Calaceite. Destaca la Plaza Mayor, una de las más hermosas de la comarca, de planta irregular y flanqueada por sus característicos soportales. Ahí está la casa consistorial, siguiendo el modelo manierista como es común en la mayoría de pueblos del Matarraña. A un paso, la Iglesia de la Asunción, con su magnífica portada de grandes columnas salomónicas y estípites. Desde aquí, nace la calle Maella, donde una serie de edificios barrocos pegados unos a otros llevan hasta el extremo suroccidental de la villa. No hay que dejar atrás la colección de capillas portales que van apareciendo en el entramado urbano y que, como la dedicada a la Virgen del Pilar, se convierten en rincones sorpresivos del deambular. 

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De aquí a París

De entre las amplias extensiones de olivares que rodean a Calaceite, destaca una con nombre propio, la del molino de Mas Flandi. Sueño y seña de Eduard Susanna, un auténtico autor de aceites que ha recogido la tradición aceitera de Matarraña para llevarla a la excelencia al adoptar las maneras de los grandes hacedores de aceite italianos. Y es que, si bien en el S. XVIII, Caspe, Alcañiz y Calaceite producían ellos solos el 80 % del aceite de la zona, también es cierto que ese aceite servía principalmente para iluminar algunas calles de París y otras urbes del momento. Ahora las cosas han cambiado con un trabajo a consciencia y ecológico. Aceites de empeltre o arbequina, como manda la tradición, pero con una pasión que le ha llevado a ganar varios premios nacionales e internacionales. “No producimos todo el aceite, sólo el mejor aceite”, suele decir Eduard. A solo 12 kilómetros de distancia, en la carretera hacia Cretas, las fincas de Diezdedos se convierten en otro buen ejemplo del buen hacer aceitero. Ahora sí, de Matarraña a París pero esta vez catándolo. 

 
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Atardecer en el poblado íbero

En Calaceite era donde Pilar Donoso sintió que verdaderamente perteneció a un lugar. Aquella era una tierra donde podía emocionarse con las extensiones inhabitadas y donde, escribió, “el horizonte infinito se agradece”. Cincuenta años después, aún se puede sentir lo mismo. Basta preguntar en el pueblo por aquellos lugares que hay que visitar sí o sí. Todos coinciden en uno: hay que ir al poblado ibérico de San Antonio y, mejor, dirán, “vaya usted con el atardecer”. Hay muchas muestras íberas en la comarca del Matarraña que se descubrieron a principios del siglo XX, pero esta es tal vez la más querida. Y es que desde el asentamiento se puede disfrutar de un atardecer que ya contemplaban sus pobladores en el siglo V a.C. Sobre este pequeño cerro de privilegiada situación, se ve solo campos de cultivos y el horizonte infinito que tanto agradeció Pilar.

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Foto: Turismo de Matarraña

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A pedales por el Matarraña

Los orígenes de la antigua estación de Benifallet se remontan a principios del siglo pasado con la línea de ferrocarril del Val de Zafán, que pretendía unir La Puebla de Híjar con Tortosa. Casi 40 años después, si la antigua línea de ferrocarril se ha reconvertido en una Vía Verde destacada en 2020 por The Guardian como uno de los destinos del año, la Estación de Benifallet ha hecho lo mismo y, rehabilitada como albergue y restaurante, es ya no recoge a viajeros del tren sino a ciclistas de todas las condiciones y edades. 

 

Si bien el Parrizal sigue siendo la joya de la corona en cuanto a experiencias naturales de la comarca, esta Vía Verde a su paso por Cretas es una alternativa para disfrutar de los diversos paisajes. En concreto, este extinto ferrocarril a lo largo de su tramo por Matarraña lleva de paso por puentes, acueductos, túneles y antiguas estaciones reconstruidas, siempre con el río como eje vertebrador.