En un entorno «muy» Costa Brava, entre rocas, pinos que se acercan a besar el mar y calas de aguas cristalinas, reposa Calella de Palafrugell, un antiguo pueblo de pescadores que ha sabido crecer preservando todo su encanto marinero. El enclave parece salido de una marina pintada, con sus casitas blancas y barcas varadas sobre la arena entre pequeños cabos rocosos. De hecho es habitual toparse con pintores con lienzos sobre caballetes inmortalizando un paisaje que, realmente –y de ahí su atractivo– permanece inalterado. Calella de Palafrugell, que en su origen no era más que un minúsculo puerto de pescadores, se localiza a 3,5 km de Palafrugell, municipio del que forma parte.