Vistas al infinito

Caminos costeros que cortan la respiración

Antiguos senderos señalizados que permiten alcanzar calas solitarias, pueblos marineros y miradores al mar.

Culminando caminos o acantilados marinos, los miradores son etapa obligada en cualquier ruta panorámica. El extenso litoral de España puede descubrirse por veredas de arena, escaleras en la roca y caminos con balcones abocados al mar para embelesarse contemplando el mar. Algunos accesibles en coche, los mejores son los senderos para caminar que atraviesan áreas de gran valor natural.

1 /6
iStock-1184992426. Vereda litoral de Llanes

Foto: iStock / Playa de Torimbia

1 / 6

Vereda litoral de Llanes (Asturias)

Una de las rutas más emblemáticas de la costa asturiana es la que enlaza las bonitas playas de Llanes. La excursión nace en esta capital de concejo, de gran tradición marinera, y se dirige hacia el oeste para encontrar los pueblos de Celorio y Niembro. El primero es dueño de una decena de hermosas playas, como La Palombina y San Martín, mientras que en el segundo destacan las playas de Toramba y la media luna de Torimbia, encerrada por un acantilado de 50 metros de altura. Entre ambas se alza el cabo Prieto, uno de los miradores más bellos de la costa cantábrica. La ruta culmina en el arenal de San Antolín, el más largo del concejo (1 km), situado a un corto paseo del Monasterio de San Antolín de Bedón, originario del siglo XII.

 

iStock-920594072. Formentor

Foto: iStock / Formentor

2 / 6

Península de Formentor (Mallorca)

Un camino de ronda con terrazas ribetea la abrupta península de Formentor y culmina frente al cabo de igual nombre y el islote de Es Colomer, en el extremo nordeste de la isla de Mallorca. Los elevados acantilados de este brazo de mar constituyeron durante siglos una inexpugnable muralla, reforzada en el siglo XVII por torres-vigía de las que restan vestigios. A sus pies se abre alguna cala, solo accesible a través de empinadas sendas y desde el mar. De belleza intacta, el lugar también ha sido inspiración de pintores y poetas de distintas épocas. Para señalizar esta punta marina, Formentor fue coronado en 1863 con un faro al que se puede llegar por carretera; su torre es otra atalaya, cuya vista abarca hasta la bahía de Pollença. El sudeste, Mallorca esconde otro rincón idílico, la hermosa Cala Figuera. Los acantilados que encajan este puerto natural hacen que la entrada por mar sea imponente. Sin embargo, es más recomendable llegar a pie por la senda costera y así descubrir, tras un recodo, las aguas turquesas de la cala punteadas por barcas de pesca y llaüts. Son las únicas naves que se atreven a entrar en esta bocana estrecha, antes protegida por la Torre d’en Beu, que pervive junto a un faro. Más allá se sitúa la villa marinera, con sus casas de pescadores y redes al sol. El sendero continúa y, pocos kilómetros al norte, llega al Parque Natural de Montdragó, cuya riqueza natural engloba humedales, dunas, calas de arena blanca y acantilados.

shutterstock 1321631036. Caminos de Ronda

Foto: Shutterstock / Costa Brava

3 / 6

Caminos de Ronda de la Costa Brava (Girona)

Lo que en su origen fue un camino junto al mar que permitía a los pescadores llegar a calas inaccesibles y, a inicios del pasado siglo, vigilar a los contrabandistas, hoy representa una de las propuestas senderistas más atractivas de la provincia de Girona. Escaleras y miradores se encadenan en el llamado Camí de Ronda que, desde la acogedora S’Agarò al abrupto Cap de Creus, recorre los rincones más idílicos de la Costa Brava. El tramo con fama de ser el más bonito y accesible se sitúa entre Palamós y Calella de Palafrugell; la primera tiene una activa lonja y la segunda, fachadas porticadas y barcas de pescadores. Durante el recorrido se pasa sobre acantilados y por calas seductoras como El Golfet que representan la esencia del paisaje mediterráneo. Como final hay que subir al mirador del faro de Sant Sebastià (en el término de Llafranc), un abismo frente al mar.

iStock-458430785. El Hierro entre miradores

Foto: iStock / El Golfo

4 / 6

El Golfo entre miradores (El Hierro)

Acantilados y playas volcánicas, valles profundos y ermitas encaradas al Atlántico protagonizan el paisaje del Golfo, la extensa bahía que se abre en el norte de la isla del Hierro, y cuyo final se desdibuja en las aguas del océano. Algunos tramos de esta costa están silueteados por un sendero que se asoma al vacío desde varios miradores. El más famoso es el Mirador de la Peña, obra del arquitecto canario César Manrique, que funde en su diseño la piedra volcánica y un jardín con flora isleña. A 500 metros se inicia el camino que conduce a la ermita de la Virgen de la Peña. Excavada en la roca, regala amplias vistas del norte de esta isla, la más occidental de las Canarias, que fue declarada Reserva de la Biosfera en el año 2000.

 

shutterstock 1356885308. Senderos de la Costa Blanca: de Xabia a Calp

Foto: Shutterstock

5 / 6

Senderos de la Costa Blanca (Alicante)

Entre Calp y Xàbia, la Costa Blanca hilvana una sucesión de farallones casi verticales, separados por diminutas calas y extensos arenales. Desde los salientes rocosos que presiden Calp, pueblo con vestigios romanos y preciosas playas, las vistas alcanzan el Peñón de Ifach (322 m), declarado parque natural y unido a la costa por una franja de arena. Hacia el norte, en pocos kilómetros se alcanza la Punta de Moraira, un enclave íntimo que sobresale por sus aguas claras. El sendero se aleja aquí unos kilómetros de la costa, pero la recupera para acercarse a la preciosa cala de arena blanca de La Granadella, ya en el término de Xàbia. El final llega en la playa urbana del Arenal, cerrada por el cabo de Sant Antoni y sus 160 metros de precipicio.

 

iStock-1313990929. Riscos de Famara

Foto: iStock

6 / 6

Riscos de Famara (Lanzarote)

Los desniveles que caracterizan la costa septentrional de Lanzarote constituyen perfectas atalayas naturales. La más espectacular de todas es el Mirador del Río, que se eleva sobre uno de los riscos de Famara, a 470 metros sobre el mar. Su ubicación fue aprovechada en el pasado como un punto de defensa de la isla y, a mediados del siglo XX, el artista canario César Manrique (1919-1992) lo escogió por la belleza de sus vistas. Con la idea de unificar su arte con el entorno, creó un edificio con pasadizos cubiertos y terrazas. Las vistas abarcan en primer término las salinas del Río, que ya se explotaban en época de los romanos, y enfrente, al otro lado de un canal marino de dos kilómetros, la isla de La Graciosa, una de las que forman el Parque Natural del Archipiélago Chinijo.

 

shutterstock 1321631036