José Alejandro Adamuz

Cartagena de Indias con Gabriel García Márquez
Hay lugares que quedan más fijados en la literatura que en las postales. Cartagena de Indias, en Colombia, es uno de ellos. Tanto es así que cualquier lector de Gabriel García Márquez que llegue por primera vez tendrá la sensación de que, en realidad, lo que está haciendo es volver. En el ambiente, podrá reconocer la magia de la escritura del Premio Nobel de Literatura de 1982.
Las brújulas no sirven de mucho para los viajes literarios. Por eso, para recorrer Cartagena de Indias, una de las ciudades coloniales más bellas de Latinoamérica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es mejor acudir a dos de sus novelas: Del amor y otros demonios y, sobre todo, El amor en los tiempos del cólera. También a su autobiografía Vivir para contarla que, en parte, se lee como una novela y que nos dará algunas pistas del paso de un joven Gabriel García Márquez por la bella capital del departamento de Bolívar.
Un paseo literario por Cartagena de Indias
Cuando Gabriel García Márquez llegó a Cartagena de Indias y descendió del autobús, el conductor, al darse cuenta que no sabía qué dirección tomar para entrar en la ciudad, le gritó: “-¡La tienes en el culo! Y ten cuidado, que ahí condecoran a los pendejos”. Lo contó años más tarde en su autobiografía. Aquel conductor, o bien debía tener un mal día o, sencillamente, no era cartagenero, porque aquí a la gente le encanta pararse y charlar y contar y explicar.
El tiempo siempre es otro en Colombia; pero más en Cartagena de Indias, donde todo sucede casi sin querer, en medio del dulce bullicio caribeño de su casco histórico. Aquí las palenqueras venden fruta y posan para que te hagas una foto con ellas. Puedes comprar una limonada igual que redactar un documento en las antiguas máquinas de escribir que manejan con destreza los escribientes que venden sus servicios en plena calle, endulzarte en las dulcerías con dulces de coco y, en la Plaza de la Trinidad, ver fútbol callejero con regates de fantasía de niños que juegan con los pies descalzos.
Basta con traspasar la antigua muralla para alcanzar el mundo, mezcla de realidad y de magia, de Gabriel García Márquez. Aunque conviene saber que en el callejero, los nombres de las calles y de los lugares no corresponde exactamente al de las novelas. La arquitectura colonial de iglesias y viejas casonas con sus balcones decorados con buganvillas y otras plantas de flores vivas, tejadillos de cerámica y, también, sus desconchones, nos dan la bienvenida y nos transportan a las aventuras de los amores secretos de Florentino Ariza y Fermina Daza, los dos protagonistas de El amor en los tiempos del cólera.
Recorremos Cartagena de Indias y ahí está la famosa Torre del Reloj, bajo cuyos arcos hay una librería de libros usados, y la Plaza de los Mártires, donde el padre de Gabriel García Márquez le amenazó a gritos que acabaría comiendo papel si seguía con su intención de convertirse en escritor. También, el Portal de los Dulces, y la redacción del Universal donde el joven autor comenzó a aprender el oficio; incluso, podemos pasar por el Parque Bolívar, junto al Palacio de la Inquisición, donde durmió su primera noche al raso. Cerca del parque también encontraremos la Casa de las Ventanas, en la calle de Nuestra Señora del Landrinal, donde vivió Florentino Ariza.
La vida, toda azar y magia, llevó a Gabriel García Márquez a convertirse en uno de los escritores más importantes del S XX. Volvió más veces a Cartagena de Indias, el lugar que lo vio nacer como escritor, y se hizo construir una preciosa casa en el Baluarte de Santa Clara con vistas a su amado mar Caribe. Hoy, la Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano cuida de su memoria en el centro de Cartagena, en la calle San Juan de Dios, muy cerca de la redacción del Universal donde iba cada mañana a trabajar.
Gabriel García Márquez murió el 17 de abril de 2015 en la Ciudad de México. Hoy, sus restos descansan en el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena. Hay un busto que le recuerda y con suerte el viajero tendrá la oportunidad de ver posarse en él una mariposa amarilla. Y tal vez sea una coincidencia, o tal vez sea un guiño del autor, que sigue jugando con la realidad y la magia para nuestro disfrute. Ya lo dijo en Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.