Lagos, viñas y moais

Chile: un viaje inolvidable desde Santiago a la Isla de Pascua

Santiago de Chile es el punto de partida de un viaje que, tras recalar en las colinas vitivinícolas del valle de Colchagua, pone rumbo a Puerto Varas para explorar la verde y montañosa Región de los Lagos.

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Palacio de la Moneda

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El punto de partida: el Palacio de la Moneda

Pocas construcciones en Santiago son capaces de condensar la historia del país como el Palacio de la Moneda, por lo que debería ser el kilómetro cero de cualquier itinerario por esta urbe cosmopolita de 8 millones de habitantes. Construido en estilo neoclásico italiano en 1784, en este complejo colonial de ornada y simétrica fachada se acuñaba moneda hasta que, en 1845, pasó a ser la sede del Gobierno. En sus más de dos siglos de vida institucional, el edificio soportó de todo: desde terremotos hasta los misiles con que, el 11 de septiembre de 1973, la fuerza aérea chilena lo bombardeó y puso fin al gobierno democrático de Salvador Allende. Hoy funciona como centro cultural, con exhibiciones temporales de nivel internacional. 

Parque

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A ambos lados del río

No lejos de allí es posible perderse en el Parque Forestal, una arteria que abarca 170.000 m2 arbolados con plátanos orientales, araucarias y ceibos. El bulevar aloja el magnífico Museo de Bellas Artes, erigido en 1880 a semejanza del Petit Palais de París. Bajo sus techos de pizarra se exhiben más de 3000 obras, desde la época colonial a la contemporánea, incluyendo joyas universales de Giotto y Donatello. 

Al otro lado del río Mapocho, el barrio de Bellavista ofrece una resonante oferta gastronómica y cultural, con restaurantes y teatros ambientados en sus casonas de estilo europeo de principios de siglo XX. Sus calles de apacibles adoquines son famosas por el arte callejero, murales iniciados como reclamo político y continuados como una fluida antología visual de los valores de las nuevas generaciones.

Mercado Central

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Del mercado al cielo

Otra opción gastronómica es el Mercado Central, con su señorial estructura de hierro forjado importada desde Glasgow en 1872. Hoy es un templo consagrado a marisquerías que sirven delicadezas del mar, como el caldillo de congrio, a quien el nobel de Literatura Pablo Neruda dedicó una oda.

Para observarlo todo desde el aire, es imprescindible ascender al mirador Sky Costanera, en la Gran Torre Santiago (2013), que con 62 pisos y 300 m es la más alta de Sudamérica. Obra del mismo arquitecto que las Torres Petronas de Kuala Lumpur, sus ascensores eyectan a los visitantes a siete metros por segundo hasta un observatorio vidriado donde es posible observar cara a cara la cordillera.

Valle de Colchagua

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Valle de Colchagua, la tierra del vino

Unas dos horas al sur de Santiago, el Valle de Colchagua se presenta como el corazón del terruño vinícola chileno. En este laberinto de valles y viñedos se elaboran algunos de los mejores tintos del continente, famosos en todo el mundo y que han convertido a Chile en el cuarto productor mundial de vino. Santa Cruz, localidad de 40.000 habitantes asociada a la cultura de los guasos –o huasos, como se denomina localmente a los trabajadores rurales– es la mejor base para recorrer Colchagua.

En otoño, los tonos ocres y carmín de las viñas, con la cordillera andina como telón de fondo, se antojan un bello preámbulo visual al placer de catar una copa de vino. Los jesuitas implantaron el cultivo de la uva a mediados del siglo XVI, pero fue la prosperidad minera posterior lo que animó a los terratenientes a introducir la variedad carmenere, utilizada en Burdeos para elaborar tintos. En 1864 la plaga de la filoxera en Europa acabó con la cepa en su terroir de origen, en la región de Médoc. La cepa se creyó extinta hasta que enólogos chilenos identificaron los retoños locales en 1994 y la perfeccionaron hasta convertirla en una insignia.

Santa Cruz. Paisajes y bodegas

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Paisajes y bodegas

Las viñas de Colchagua son un ejemplo de cómo el paisaje hace al vino y, recíprocamente, el vino esculpe el paisaje. En la Viña Santa Cruz, hileras de vides abarcan todo cuanto la llanura concede, y son surcadas por un teleférico propio. El encuentro con el elixir sucede en la fresca penumbra de la cava, donde los barriles, dispuestos con cuidado maternal, descansan arrullados por el silencio. Suave, ligeramente ácido y aterciopelado, el carmenere encanta paladares también en la bodega Lapostolle. En esta finca es posible realizar cabalgatas guiadas para conocer las técnicas de cultivo ecológico antes de adentrarse en sus instalaciones, cuya arquitectura es una interpretación vanguardista de un tonel. 

Puerto Varas

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Entre lagos y volcanes

Pero es siguiendo ruta hacia el sur cuando el paisaje parece dictado por la naturaleza y las colinas tapizadas de viñas dan paso a la Región de Los Lagos. Aquí, una miríada de espejos de agua puntúa un paisaje protagonizado por volcanes de cumbres nevadas y aldeas de factura centroeuropea. Unos 900 km por tierra o un vuelo de hora y media separan la región vinícola de Puerto Varas, una idílica villa fundada por alemanes en 1852 a orillas del lago Llanquihue, gracias a una ley que favorecía el asentamiento de familias de la entonces Confederación Germánica.

Hay algo de surrealista en la nítida arquitectura teutona con el trasfondo de los volcanes Osorno y Cabulco, centinelas al otro lado del lago. Pero es justamente ese equilibrio entre elegancia urbanística y naturaleza indomable lo que hace destacar a esta comarca. Y como ejemplo, ahí están la Parroquia del Sagrado Corazón, construida en 1915 sobre un promontorio, o la Casa Kuschel, con su torreón de estilo barroco bávaro.

Frutillar

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La creatividad de Frutillar

Su emplazamiento contemplativo, sin embargo, es una máscara: Puerto Varas es el trampolín para un sinfín de actividades que inyectan adrenalina. Navegar por el lago en catamarán, con copa de vino al atardecer, puede ser el contrapunto de calma antes –o después– de lanzarse a osadías más agrestes como una cabalgata, una ruta a pie en las faldas del volcán Osorno o un descenso por las pistas de la pequeña estación de esquí y montaña de Osorno.

A 28 km de Puerto Varas, en la ribera occidental del lago Llanquihue, yace Frutillar, villa célebre por su quietud, su repostería tradicional y sus platos de ciervo o jabalí. Pero la impronta alemana no se deja leer únicamente en las casas de madera. En enero, las célebres Semanas Musicales convierten Frutillar en la sede de un festival de clásica que empezó en 1968 y que le valió en 2017 la declaración de Ciudad Creativa por la Unesco y, con ello, el ingreso a la selecta cofradía integrada por Auckland, Sevilla y Liverpool, entre otras. Observar el paisaje gélido con volcanes desde la calidez ambarina del Teatro del Lago, mientras se escucha una fuga de violines, es un momento memorable.

Parque Nacional Vicente Pérez Rosales

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Pura naturaleza

Una vez de regreso en Puerto Varas, la asfaltada Ruta 225 se dirige al lago de Todos los Santos, pieza central del Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Este inmenso espacio natural fue creado en 1926 –el primer parque nacional chileno– para proteger los bosques templados de coihue, ulmo y arrayán de los Andes Australes. Esta riqueza vegetal puede descubrirse gracias a una red de senderos que también se acercan a algunos de los cuatro volcanes del parque: el Puntiagudo (2490 m), el Osorno (2661 m), La Picada (1710 m) y el Cerro Tronador (3491 m).

El primer atractivo en el camino son los Saltos del río Petrohué, donde el torrente vence a la topografía sorteando grandes bloques de piedras para derramarse en múltiples cascadas turquesa. Sus aguas heladas congregan a numerosos aficionados a la pesca. Desde los saltos se irradian senderos que conducen a través de paisajes volcánicos y densos bosques, algunos de los cuales requieren varias horas de marcha y conllevan una dificultad avanzada. Es posible obtener guías y cartografía adecuada en las oficinas del parque. 

Nahuel Huapi. Argentina

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De Chile a Argentina

Más allá de los Saltos del Petrohué la carretera se vuelve pista, como premonizando un destino verdaderamente remoto. En este sentido, el lago Todos los Santos impacta primero por su localización, con sus calmas aguas esmeralda rodeadas por los volcanes Osorno –con su cono siempre nevado–, Puntiagudo y Tronador. La sensación de haber llegado al final del camino es incontestable, pero la ruta, por tierra y agua, prosigue: hay excursiones lacustres de dos jornadas completas que unen Puerto Varas con Bariloche, en Argentina, al otro lado de la cordillera andina. En este épico viaje se cruzan, a bordo de modernos transbordadores, los lagos Llanquihue, Todos los Santos y Nahuel Huapi –algunas rutas incluyen también el argentino lago Frías–, con breves tramos terrestres entre ellos. 

Este recorrido denominado Cruce de Lagos o Cruce Andino nació en el siglo XVII de la mano de los jesuitas que salieron de la isla de Chiloé y fundaron la misión de Nahuel Huapi. La ruta resurgió en el XIX entre los ganaderos chilenos que querían acceder a la costa atlántica para vender su lana a Europa. Hoy es una de las travesías transfronterizas más espectaculares de América. 

Valle Cochamó

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Escalar en Valle Cochamó

Otra variante desde Puerto Varas conduce, hacia el sudeste, al Valle del río Cochamó, un paraíso de la escalada en roca gracias a las torres de granito que se alzan sobre una selva fría de majestuosos alerces. La versatilidad del relieve, con paredes verticales de entre veinte y mil metros de altura, permiten más de 300 vías de escalada. Desde que en 1997 un reportero del Seattle Times comparó el valle con el Parque Nacional Yosemite, legiones de escaladores de todos los puntos cardinales han encontrado su meca en este este rincón resguardado de la modernidad.

La base para explorar la zona es la aldea de Cochamó, apenas una calle principal con hostales, restaurantes y algunas tiendas. Desde aquí es posible alquilar caballos o contratar guías para emprender caminatas de hasta seis días. Estas rutas largas son solo adecuadas para senderistas experimentados, puesto que no hay servicio de rescate en las zonas más remotas. 

Rapa Nui

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La guinda del pastel: Rapanui

Es paradójico que un país que alcanza mínimos de 90 km de este a oeste, resurja soberano en medio del Océano Pacífico, a 3700 km de su propia costa. Sin embargo, en esplendorosa soledad, allí emerge la Isla de Pascua –Rapanui en la lengua nativa–, anexionada en 1888 a Chile. Esta mota de territorio, uno de los más aislados del planeta, es uno de los destinos más visitados del país gracias a los vuelos diarios desde Santiago al aeropuerto de Hanga Roa, única población de la isla. La atracción estelar que tracciona este flujo turístico son sin duda los moáis, estatuas antropomorfas talladas por el pueblo rapanui, la etnia local de origen polinésico que aún conforma el 40% de los ocho mil habitantes de la isla.  

Visitar el Museo Antropológico Sebastián Englert constituye la mejor introducción a la isla y a la cultura rapanui. Sus salas exhiben objetos únicos, como anzuelos de obsidiana y tabletas en las que se reconoce la extinta escritura rongo rongo. El museo recrea la epopeya del pueblo rapanui, desde su arribo de las Islas Marquesas hacia el 1200 de nuestra era, hasta los procesos de superpoblación y conflicto tribal que culminó con el derribo de los moáis por las mismas manos que los habían esculpido entre los siglos XV y XVIII. 

Más de 900 de estas estatuas gigantes, con sus estoicos perfiles afilados y en distinto estado de conservación, se diseminan por el árido terreno pascuense, que debe su forma de triángulo a los tres volcanes de sus extremos. El primer encuentro con los moáis suele tener lugar en Ahu Tahai, un complejo sagrado a escasos kilómetros de la ciudad de Hanga Roa que consta de tres ahus, plataformas ceremoniales sobre las que descansan múltiples estatuas. El ahu central contiene cinco moáis, mientras que el altar norte alberga uno de los pocos que ha conservado sus ojos, realizados con piedra coralina. Ahu Tahai es uno de los mejores sitios de la isla para presenciar el atardecer, con las enigmáticas figuras recortadas contra el cielo encendido.  

Ranu Rarakua

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El volcán y el Gigante

En la costa este de la isla, a 18 km de Hanga Roa y fácilmente accesible por carretera, se encuentra el volcán de Ranu Rarakua, cuyas laderas fueron probablemente la cantera donde se tallaron todos los moáis de la isla. Cientos de ellos, muchos todavía unidos a la roca madre, semienterrados y en diferentes fases de elaboración, yacen esparcidos en este magnífico sitio arqueológico, parte del Parque Nacional Rapanui. La estrella del lugar es Te Tokanga, que en lengua rapanui se traduce por El Gigante. Con 21 m de altura y 270 toneladas, es el moái de mayor tamaño de la isla.

Te Tokanga descansa inacabado y parece sugerir que, en la última etapa de la civilización rapanui, las distintas tribus se habían embarcado en una competencia por erigir figuras cada vez más monumentales. Muchos atribuyen la deforestación de la isla a la necesidad de cuerdas y andamiajes para movilizar a los ídolos rocosos desde la cantera hasta su emplazamiento.

Ahu Tongariki

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La Isla de Pascua más fotogénica

Pocos kilómetros hacia el norte, el fotogénico Ahu Tongariki es el ahu más grande jamás construido. Sus quince moáis en línea, de tamaños dispares, le dan la espalda al mar, como es regla, y dirigen su pétrea mirada hacia el interior, encontrando en esa trayectoria los restos de una aldea rapanui.

El circuito podría completarse en Anakena, la playa de arena blanca más extensa de la isla. Allí, el Ahu Nau Nau comprende unos siete moáis coronados con sus pukao (tocados de piedra volcánica rojiza) casi intactos, enmarcados por el azul cobalto del mar y la copa haragana de las palmeras. Al sur de la playa, sobresale un moái levantado con ayuda local por el explorador noruego Thor Heyerdahl quien, en 1947, viajó desde el puerto peruano de El Callao hasta la Polinesia a bordo de la balsa Kon Tiki durante 101 días para demostrar que los pueblos precolombinos podrían haber alcanzado las islas del Pacífico a bordo de sus balsas de troncos. La enigmática Pascua es la guinda de un viaje por uno de los países más diversos, con más de 4000 km de norte a sur rebosantes de maravillas.