Hasta tiempos históricos bastante recientes, los cementerios solían estar adosados a las iglesias. E incluso, en muchos templos se enterraban a los vecinos más ilustres bajo el pavimento de la propia nave de oración. Esta práctica se abandonó por motivos higiénicos. Pero hubo momentos en los que una alta mortandad –generalmente causada por guerras o epidemias– desembocaron en una abundancia de cadáveres que hicieron difícil su gestión. En diferentes iglesias europeas tuvieron la misma ocurrencia: aprovechar los huesos para formar capillas. Así, cráneos, fémures, tibias y caderas se convirtieron en una solución constructiva a la vez que una reflexión religiosa sobre la temporalidad de la vida, amén de deshacerse del excedente de esqueletos.