"Para mí es una pasión, un modo de experimentar el profundo vínculo que nos une a la naturaleza sin ninguna cortapisa", asegura el alemán Nico Zacek, veterano de este deporte extremo. Y es que, tal y como indica el término, el freeride es una forma de esquiar sin ninguna limitación. También es más respetuosa con el medio ambiente, porque no precisa de instalaciones construidas para su práctica. Algo similar a como debió de ser el esquí en sus orígenes, cuando era la única manera de desplazarse por un mundo blanco, sin pistas ni senderos.
Según estudios recientes, aquellos esquiadores ancestrales, seguramente nómadas de la tundra siberiana o de Escandinavia, aprendieron a avanzar por encima de la nieve sobre unas rudimentarias pero efectivas palas de madera hace unos 10.000 años, al final de la última glaciación.
Allí empezó todo y hoy, cuando está en boga un cierto regreso a las raíces, los intrépidos freeriders reivindican este modo de esquiar más genuino. Aunque con innovación tecnológica, equipados con las mejores prendas térmicas e incluso airbags de avalancha. "Soy consciente del peligro que entraña la montaña –declara Zacek–. Por eso voy bien preparado. Quiero que mi única preocupación sea disfrutar del freeride y de la naturaleza en estado puro."
Hay muchos lugares para practicar este deporte. En España, destacan Baqueira Beret, en Lleida, y la estación andorrana de Grandvalira, una de las mejores según otro destacado freerider, el francés Seb Michaud (abajo), quien lleva 15 años dedicándose a esta modalidad de esquí y está especializado en los saltos acrobáticos.