Muchos dirán: es lo que tiene estar al norte del norte. Pues sí… o no. La comarca de las Merindades puede presumir de ser una de las más septentrionales de la península sin tener salida al mar. O de tener tanto bagaje histórico y rural como para atrapar a un urbanita. No obstante, lo que le hace única es la forma en la que naturaleza y patrimonio se funden de forma única, creando lugares labrados por el agua.
El Peñón, la cascada más ancha (Pedrosa de Tobalina)
Al sur de Las Merindades, siguiendo el curso del río Jerea, se encuentra El Peñón, una cascada de 100 metrosde ancho y 20 de alto que es tan bella que por sí sola sitúa en el mapa a la pequeña población de Pedrosa de Tobalina. No hay pérdida porque la cascada está dentro del núcleo urbano y hay un mirador desde la que contemplarla.

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El universo kárstico donde la temperatura es siempre de 8º: Ojo Guareña
Así como si nada, sin apenas preverlo, la tierra de retuerce y se abre a lo humanos justo cuando Burgos se comienza a confundir con Cantabria. A simple vista, mientras se suben y bajan lomas por carreteras secundarias onduladas, es difícil suponer todo lo que hay debajo. En total, 110 kilómetros de cuevas y galerías que se pueden visitar desde dos puntos. El primero, la Cueva Palomera, desde donde parte un recorrido de casi tres kilómetros entre rampas, simas y dolinas. El segundo, la Cueva y Ermita de San Bernabé, quizás la imagen más icónica de esta rareza natural ya que mezcla el encanto del entorno con la mano del hombre, en este caso en forma de santuario rupestre.

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Peñaladros, la cascada perfecta (Cozuela)
Para muchos, la cascada perfecta de Burgos. Basta ver la imagen para pensarlo así. Esta preciosa caída de agua de unos 30 metros de altura se encuentra en el valle de Mena, a muy poca distancia del pueblo de Cozuela. Sorprende que siendo una de las más bellas también sea una de las más ocultas. ¿La razón? La vegetación exuberante hace que la cascada pase desapercibida. Mención aparte, la carretera, que es sinuosa a más no poder.

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El pueblo atravesado por una cascada: Orbaneja del Castillo
Esta rareza natural ha hecho famoso a un pueblo que, en los últimos años, se ha convertido en un referente del turismo rural de la zona. Su principal reclamo es ver como la montaña se derrite a través de sus calles, dibujando una fantasía de pequeños saltos, cortinillas acuáticas y rumor constante. Pero esta notoria humedad no es la única forma de refrescarse en uno de los pueblos más bonitos de Burgos.

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El milagro del pueblo sobre el arco del río: Puentedey
En Puentedey los días pasan como si debajo de sus pies hubiera tierra firme. Pero no es así. De hecho, debajo de gran parte de esta localidad lo que hay es un río caprichoso, el Nela, que hace miles de años prefirió horadar la piedra en lugar de sortearla, creando un portentoso arco sobre el que se asienta la iglesia de San Pelayo y el palacio de los Fernández de Brizuela, los principales monumentos del lugar. Debajo, el caudal no solo acompaña a una zona de penumbra perfecta para los peores soles de julio, también es propicio para el baño, sobre todo en su cauce alto, antes de que la corriente se encuentre con su tramo más fotogénico.

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La cataratita más sacra: Tobera
En invierno, esta localidad cercana a Frías es famosa por la ermita de Santa María de la Hoz, un coqueto templo ubicado en una fotogénica grieta. Una estampa que se suele complementar con la fotogenia del río Molinar que, justo entre este punto y Tobera pega un brinco generando una coqueta catarata que redondea este idilio rural. Sin embargo, en verano es este accidente geográfico el que gana protagonismo, siendo el lugar perfecto para que los más valientes se atrevan a meterse en sus gélidas aguas e, incluso, para que solo los elegidos se inicien en el barranquismo.