LA NANTUCKET DE la costa quebrada
El pueblo que dejó atrás aquel niño de catorce años era la típica villa marinera de la Costa Occidental de Cantabria, cuya principal industria se había basado hasta no hacía mucho en la captura de la ballena franca del Cantábrico, por aquellos tiempos presente en las costas de noviembre a marzo. Su ubicación estratégica propició que desde la Edad Media salieran algunas pinazas a la pesca de tan preciada pieza. Se atisbaba desde atalayas ubicadas en Portillo, Santa Lucía, Trasvía y Oyambre y se daba el aviso con señales de humo.
Aquella actividad cesó en 1720. Sin embargo, la fama de los arponeros de Comillas fue tal que años después seguían siendo muy reclamados en los buques balleneros de todo el mundo. En la playa del pueblo, aún son muchos los que identifican el peñasco de la Ballena, allí donde se solía hacer el despiece de lo capturado: un paisaje ballenero que ha pasado a ser memoria de Comillas. En el acantilado, se puede apreciar el Miradoiro, una de aquellas antiguas atalayas desde donde los vigías oteaban los mares.

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palacio de Sobrellano: EL PRIMER EDIFICIO CON ELECTRICIDAD DE ESPAÑA
Cuando Antonio López y López volvió de Cuba a Barcelona lo primero que hizo fue hacerse con una morada que reflejara sus vigoréxicas finanzas. Era lo propio de los indianos: la ostentación a través de la arquitectura. Escogió para ello el Palacio Moja, en la calle Portaferrissa n.º 1. Sin embargo, fue el palacio de Sobrellano, una fantasía medievalista encargada al arquitecto Joan Martorell, su deseo más personal: una residencia veraniega con aires aristocráticos en Comillas, pensada para albergar incluso al amplio séquito del rey Alfonso XII. Aunque no llegaron a tiempo con el final de las obras para tan ilustres invitados, el resultado fue igual de soberbio.
De hecho, y como uno de esos datos que bien valen de anécdota en una conversación entre amigos, el palacio fue el primer edificio con luz eléctrica en España. Soberbia fachada, con galerías abiertas y estilizadas columnas rematadas por flores de lis e impresionantes estancias en su interior, con una sala del trono como máximo ejemplo de poderío. Hay multitud de salones, balaustres de mármol, maderas tropicales en las techumbres y suelos, altísimos ventanales y chimeneas varias que, recorridas en visita guiada, recuerdan a su modo a la suntuosa finca Xanadu de Charles Foster Kane en la película de Orson Welles.

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La Universidad Pontificia de Comillas
Si no hubiera muerto el 16 de enero de 1883 antes de acabarse las obras, desde los balcones de su palacio, el marqués podría haber llegado a seguir como un jubilado más el avance de su otro gran proyecto: la Universidad Pontificia. Se distingue frente al palacio, sobre una elevación que domina todo Comillas. Concebida inicialmente como seminario católico con el fin de dar formación a los niños más pobres del lugar, fue un último gesto pío, quien sabe si para lavar la imagen de negrero que comenzó a difundir su propio cuñado, Francesc Bru, quien lo describió como un hombre de negocios despiadado.
Falleció el año de la colocación de la primera piedra y fue su hijo, Claudio López Bru, quien continuó con la iniciativa del padre, lo que acabaría siendo el Seminario de San Antonio de Padua de Comillas y, posteriormente, Universidad Pontificia Comillas. La calidad académica impartida allí la convirtió en un referente en cuanto formación teológica internacional. De ahí le vino, finalmente, el sobrenombre de ciudad arzobispal a Comillas.

EL CAPRICHO... DE HANSEL Y GRETEL
De todas formas, la construcción más singular de Comillas se debe a un capricho de otro indiano, a Máximo Díaz de Quijano, emparentado, eso sí, no con aquel caballero de la triste figura sino con el I Marqués de Comillas. Desafortunadamente, a este hombre el destino le jugó muy mala jugada: se murió sin apenas poder disfrutar de su Villa Quijano, más conocida como ‘El Capricho”, santo y seña del Modernismo de Comillas. Añadiendo algunos bizcochos, golosinas y tabletas de chocolate la casa serviría de inspiración para ilustrar una versión modernista del cuento de Hansel y Gretel.
Abogado de profesión, carlista convencido y aficionado a la música y la botánica (y de ahí los girasoles), entró en contacto con una joven promesa de la arquitectura, un revolucionario cuyo profesor dijo de él que no sabía si le habían dado el título a un genio o a un loco: Antoni Gaudí. El que sería el gran exponente del Modernismo en España había ayudado a Joan Martorell en las obras del palacio de Sobrellano, donde llegó a diseñar el mobiliario de la espectacular capilla -casi más catedral en miniatura- de la familia.
En aquella época, todo el mundo viajaba a Comillas. Todos menos Gaudí, que, sin embargo, dejó una impronta duradera. Él no viajó a Comillas, sí lo hizo Cristóbal Cascante, amigo íntimo arquitecto que se encargó finalmente de levantar la obra con ayuda de maqueta y de planos. El resultado es una maravilla de ladrillo y azulejos, con una torre que se levanta como el periscopio de un submarino y un interior fascinante, articulado alrededor de un invernadero revolucionario. Los detalles musicales que se pueden ver en muchos rincones, además de la cuidada acústica de los salones, se debió a la gran afición por la música de quien debía ser su ocupante.

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El de Comillas, uno de los cementerios más bellos de España
Pero quiso la parca que no disfrutara de tan hedonista domicilio. Máximo Díaz de Quijano acabó en el Mausoleo de la Familia Piélagos, en el escénico cementerio de Comillas. La sepultura con su ángel doliente, diseñada por el arquitecto Domènech i Montaner y esculpida por Josep Llimona, es espectacular, pero no tanto como la Villa Quijano.
De aires góticos, el cementerio de Comillas se levanta próximo a la costa, sobre una colina al norte de la villa. Ocupa las ruinas de una antigua iglesia parroquial que en el siglo XVI fue abandonada, tras dejarse de celebrar el culto religioso en la iglesia. Fue decisión del arquitecto Lluís Domènech i Montaner la integración de las ruinas con el cementerio, levantando unos muros de mampostería, erosionados por el salitre del mar. Corona el cementerio una maravillosa escultura de un Ángel Exterminador, parece ser, donada, por el I Marqués de Comilla tras ver que no cabía en el panteón familiar.

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MODERNISMO Y SURF en Oyambre
Visto lo visto, en cuestión de patrimonio, quedaría el resto de casonas solariegas, como la Casa Ocejo, La Coteruca, El Prado de San José, la Casona de los Fernández de Castro, en el Corro de San Pedro, o la cinematográfica Casa del Duque (ha sido plató de muchas películas de terror). También está la Fuente de los Tres Caños, construida en 1899 en una animada plaza del centro como homenaje a Joaquín del Piélago, yerno del marqués que fue quien financió la llegada de las aguas a la localidad.
Tras todo ello, quedan los alrededores para visitar, donde aparecen paisajes idílicos de la Costa Occidental cántabra que se pueden recorrer desde el carril bici (2,5 kilómetros y unos 45 minutos) que nace en la la plaza del Ayuntamiento y sigue por el paseo de Solatorre hasta la ría de La Rabia. Precisamente, en la frontera del Parque Natural de Oyambre y la Ría de la Rabia, está una de las playas más surferas de los alrededores, una maravilla donde confluyen buenas olas, acantilados, campo de dunas, bosques y prados. Ocupando uno de estos, el Rayo Verde, un chiringuito ideal para ver el atardecer a ritmo de chill out.

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UNA VIDA PARA UNA NOVELA
Dos estatuas dedicadas a Antonio López y López reflejan la controversia que ha generado su personalidad con el transcurrir del tiempo. Una de ellas se retiró del espacio público que ocupaba el 4 de marzo de 2018 en Barcelona, tras un largo debate social en el que pesaron más los antecedentes de negrero del primer marqués de Comillas que sus logros empresariales. La otra estatua, diseñada por Domènech i Muntaner, sigue en pie en el Parque Güell y Martos de Comillas, sobre un original pedestal en forma de proa de barco, de la que surge una larga columna. Sobre ella, el marqués divisa su antigua villa y el mar, el mismo que se vio obligado a surcar tras una reyerta callejera. Tenía catorce años y ni podía imaginar el futuro que le estaba aguardando en Cuba.
Aquel hijo de una lavandera que dejaba atrás su pueblo se acabaría convirtiendo en uno de los hombres más influyentes de la sociedad decimonónica de España. Tras hacer buena boda en Barcelona con la hija de su casero, Luisa Bru Lassús, y, con ella, buena fortuna en Cuba, no se le resistió ningún negocio: tiendas de ropa, plantaciones de azúcar, cafetales… Eso en sus inicios. Luego, llegaron empresas mucho más ambiciosas como la Compañía General de Tabacos de Filipinas, una naviera que desplazó tropas a Marruecos para la Guerra de África, ferrocarril, promotor del Eixample barcelonés o el Banco Hispano Colonial. Su dinero e influencia fue clave en la restauración monárquica de 1874. A cambio, se llevó como reconocimiento el título de I Marqués de Comillas y el nombramiento como Grande de España.