Fundada por los romanos en el año 152 a.C., Córdoba fue durante el periodo andalusí la ciudad más espléndida de Occidente: sus mezquitas, mercados y viviendas seguían un sistema de urbanización puntero, que incluía la iluminación de las calles principales siete siglos antes que París. Durante el Califato, la medicina y la astronomía estaban a la cabeza de Europa, y la biblioteca de Alkahén II llegó a reunir 450.000 volúmenes.
Erigido en el siglo I, fue el único puente de la ciudad hasta mitad del XX
Un primer acercamiento a la ciudad puede ser el paseo por los barrios de la Axerquía, San Agustín o San Basilio, de paredes encaladas y un mar de macetas colgadas. Se puede partir del Puente Romano, que antiguamente atravesaba la Vía Augusta y hoy conduce a las inmediaciones de la Mezquita. Erigido en el siglo I, fue el único de la ciudad hasta mitad del XX. Últimamente ha servido para ambientar la ciudad de Volantis de la serie Juego de Tronos. Acceso fundamental al centro, el puente descansa sobre una reserva natural de cañaverales que habitan garcillas y martinetes. En ella se encuentran, además, molinos centenarios como el de San Antonio o la Albolafia. Un modesto estreno culinario sería acercarse a cualquiera de los quioscos de Caracol Express y probar esta delicatesen que tanto gusta a los cordobeses.
El tesoro cordobés
Cualquier visita a Córdoba, por breve que sea, debe incluir su prodigiosa Mezquita. Construida entre los siglos VIII y XI, atesora en su interior un luminoso mihrab y la Sala de Oración: un laberinto de geometrías con dobles arcos rayados y columnas superpuestas, que produce una sensación de hipnosis mística y es capaz de conmover a los más descreídos. Tras la Reconquista, en el centro de la Mezquita fue construida una Catedral cristiana.
Fuera, el Patio de los Naranjos aconseja abandonarse a la naturaleza ordenada de sus frutales y al enigmático monólogo de su fuente. Tras unos minutos de sosiego, saliendo de nuevo a las calles, tal vez apetezca comer una cuña de tortilla en el Bar Santos y regarla con un vermut en El Barón de la plaza de Abades. Otra opción es probar el innovador restaurante Noor, cuyo menú indaga en la herencia árabe y norteafricana de la cocina andaluza.
Al norte de la Mezquita se abre la Judería, ovillo de callejuelas blancas donde habitaron los judíos andalusíes y donde se encuentra la imprescindible Sinagoga (siglo XIV). Junto a ella, la callecita Cairuán puede considerarse uno de los secretos más íntimos de Córdoba. No muy lejos, la Puerta de Almodóvar es la única entrada medieval a la ciudad que queda en pie. Vigilando los jardines exteriores de la muralla, Séneca frunce el ceño desde su estatua. Quienes deseen seguir disfrutando de la comida típica pueden acudir a la Taberna Rafalete, entre la plaza de la Corredera y el Templo Romano (siglo I), o al Perro Andaluz, con un menú más moderno donde se recomienda el clásico rabo de toro pero en versión taco.
Seguimos junto al río Guadalquivir hasta alcanzar el Alcázar de los Reyes Cristianos, un palacio-fortaleza cuya huerta es hoy un espacio ajardinado lleno de albercas, cipreses y naranjos. Erigido frente al Campo de los Mártires por orden del rey Alfonso XI, el espacio había sido ocupado anteriormente por romanos, visigodos y musulmanes hasta que en el siglo XIV se convirtió en la residencia de los Reyes Católicos y, cien años después, en sede del Tribunal de la Inquisición.
Un paseo complementario en el casco antiguo cordobés lo ofrece el barrio de Santa Marina, donde se impone una visita a la plaza de la Corredera, de fachadas porticadas y de estilo barroco. No muy lejos, desde la plaza Séneca, se recomienda caminar hasta el Puente de Miraflores, pasando por la parroquia de San Francisco y haciendo una parada en otra emblemática plaza, la del Potro, lugar mencionado a menudo por Cervantes, quien pasó en ella varios años de su infancia.
En esa misma plaza es posible visitar el Museo de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres. Además, para picar, la zona tiene lugares de tapeo alternativo como La Bicicleta, donde se puede beber un zumo natural o probar un delicioso salmorejo con lomos de atún y manzana; dicen los locales que si llegas en bicicleta te hacen un descuento.
Antes de despedirse de la ciudad de Córdoba, quienes quieran salir del circuito tradicional pueden visitar los doce patios del Palacio de Viana o subir la escalinata de la Cuesta del Bailío, en cuyos muros laterales se derraman las buganvillas, y llegar así hasta el palacio renacentista que alberga la Biblioteca Viva de Al-Andalus. Una Córdoba romana, andalusí o barroca que baraja sus tesoros con la ciudad moderna mientras se refleja en las aguas del Guadalquivir.
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