Grecia

De Corfú a Ítaca: un espectacular viaje por las Islas Jónicas

Alineadas a lo largo de la costa oeste de la península helénica, se las conoce como las «siete islas», aunque en realidad suman once además de un pequeño grupo de islotes desiertos.

Las islas griegas que hay que visitar una vez en la vida

Verdes y escarpadas, las Jónicas engarzan su belleza con un mar de azules turquesa, celeste y esmeralda. Como en tantos lugares, aquí se amontonan historias, conquistas y mitos. Claro que, en este caso, se trata ni más ni menos que del escenario de La Odisea de Homero: ¡ahí es nada! Colonizadas en el siglo VIII a.C. por los corintios, y luego unidas a los atenienses, alianza que provocó la guerra del Peloponeso, estas islas fueron en su día un destino de veraneo para los romanos. Y así, hasta ahora.

Corfú, la más septentrional, se identifica con el lugar donde Ulises encontró asilo tras su naufragio después de la guerra de Troya. Además, tiene nombre de leyenda: el dios del mar Poseidón se enamoró de Córcira, hija de la ninfa Métope, y la trajo hasta este paraje, por entonces sin nombre; por lo que decidió darle el de su amada que evolucionó hasta Kérkyra, su denominación actual en griego.

El Corfú de hoy es casi un estado de ánimo al que se llega en avión o por mar desde Italia, la península griega o cruzando el canal que la enlaza con la ciudad albanesa de Sarande. Media hora en ferri y ya se divisa el tapiz verdoso de la isla feliz. «Mi infancia en Corfú marcó mi vida. Si tuviera el poder de Merlín, daría a cada niño el regalo de mi niñez», escribió el naturalista británico Gerald Durrell, quien nos enseñó a mirar con humor y sensibilidad a «su familia y otros animales» a través de su Trilogía de Corfú. La serie televisiva Los Durrell ha añadido un estímulo para sus fans, que desean conocer la casa de veraneo de aquella original familia.

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La ciudad de Corfú es un laberinto de callejuelas sobre el que se alza una fortaleza del siglo xvi y el campanario de la iglesia de Agios Spyridon.. Corfú

Foto: Getty Images / KÉRKYRA. La ciudad de Corfú es un laberinto de callejuelas sobre el que se alza una fortaleza del siglo xvi y el campanario de la iglesia de Agios Spyridon.

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¡Bienvenidos a Corfú!

Por este y por otros tantos motivos, Corfú atrae como un imán a los visitantes en julio y agosto. Se agradece llegar en septiembre a la capital isleña, en la que sobresalen dos montículos, coronados por sendas fortalezas, la nueva y la vieja, construidas durante el dominio veneciano, que se alargó 400 años. La antigua es en realidad una remodelación de la que en el siglo vi levantaron los bizantinos en el este de la ciudad. Desde su mirador, se perfila la costa y se intuye el paseo por el casco histórico, de tonos amarillo ocre, rosa pastel y naranja. Adentrarse en el legado arquitectónico de la Serenísima por las kantounia, calles adoquinadas, curvas y estrechas que esconden patios, plazas y tabernas, concuerda con una genuina mediterraneidad. Las charlas brotan por las esquinas en un griego trufado de italiano. Y ¿por qué no pellizcar un pan de Spania, ese bizcocho ligero que trajeron consigo los sefardíes en 1492?

CABO DRASTIS. Este idílico rincón de la isla de Corfú se halla cerca del pueblo de Perulades. Sus playas son refugios solitarios.. Corfú

Foto: Getty Images / CABO DRASTIS. Este idílico rincón de la isla de Corfú se halla cerca del pueblo de Perulades. Sus playas son refugios solitarios.

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Planes culturales

Corfú huele a mar, a sal. Su encanto meridional convive con los edificios neoclásicos del protectorado británico del siglo XIX. Una herencia viva, considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que gira en torno a la Spianáda (explanada), la mayor plaza de Grecia y una de las más grandes de Europa. Los ingleses transformaron parte de la Spianáda en un parque limitado en un flanco por el Liston, un paseo a imagen de la parisina Rue de Rivoli, con soportales erigidos durante la época francesa (siglos XVIII y XIX). La efervescencia cosmopolita del Liston, de sus cafés y restaurantes, se contagia al instante. Si Corfú es agradable de digerir, el licor de quinotos o naranjas enanas debe sorberse con mucho tiento. O bien pasarse a la cerveza de jengibre.

Desde aquí se observan dos de las contribuciones anglosajonas a la isla: un campo de críquet y el Palacio de San Miguel y San Jorge, primer edificio neoclásico de Grecia, que ahora aloja un Museo de Arte Asiático. Resulta sencillo orientarse para caminar hasta el punto más sagrado de la capital, la iglesia de San Espiridón, el patrón local, cuyas reliquias salen en procesión varias veces al año. Como el santo salvó a la isla de la peste en un par de ocasiones, más de un corfiota lo considera uno de los suyos, a pesar de ser de origen chipriota.

El monasterio de Vlacherna es el más fotogénico de Corfú. Corfú

Foto: Shutterstock / El monasterio de Vlacherna es el más fotogénico de Corfú.

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La península de Kanoni

Sobre una colina asoma la villa de Mont Repos, antigua residencia de verano de la familia real griega. Aquí nació el príncipe Felipe de Edimburgo, quien en sus jardines jugó con la reina Sofía. De propiedad estatal, el edificio aloja desde el año 2000 el Museo de Arqueología Paleópolis.

Nada mejor que disfrutar de un atardecer en la península de Kanoni con vistas al monasterio blanco de Vlacherna. Puro Instagram. Por si faltaba glamur, a cinco minutos en barca se encuentra la isla de Pontikonísi («ratón», en griego), el supuesto barco de Ulises que Poseidón convirtió en piedra provocando su naufragio. No es el único enclave que reivindica tal honor. También lo reclama la playa de Ermones, en la costa opuesta. Digamos que, cuanto menos, se antoja extraño. Pero, con los mitos, ya se sabe. Frente a la península de Kanoni se alza la colina de Perama, cubierta de cipreses y conocida por su casa de color fresa. Así describió Gerald Durrell la Villa Agazini, una de las tres residencias de su infancia griega, que todavía se alquila como alojamiento de vacaciones. No muy lejos, se encuentra Villa Anemoyanni, que los durrellianos conocen como Villa Narciso Amarillo, mientras que Villa Cressida irradiaba un blanco nieve. Ninguna es visitable.

 Agios Giorgios Pagon. Ruta

Foto: iStock / Agios Giorgios Pagon

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De ruta por Corfú

Una nueva parada, al sur de Kanoni, lleva al Palacio Achílleion, diseñado a voluntad de la emperatriz Sissi, con interiores inspirados en la romana Villa Borghese. A poca distancia, las playas de Benítses despliegan una vida nocturna intensa. Pero conviene atravesar la isla, entre cipreses, viñedos y olivares, para aventurarse hacia el sudoeste y perderse por la reserva de aves de la laguna de Korísion, caminando entre las playas y dunas que la protegen del mar.

En la costa occidental un destino clásico es Paleokastrítsa, una bahía con forma de trébol que guarda calas entre bosques muy frecuentadas por familias. Lawrence Durrell, el hermano mayor de Gerald, la veía como «una conspiración de luz, aire, mar azul y cipreses». Para confirmar esa cita basta con encaramarse hasta el monasterio Moni Theotókos y el castillo de Angelokástro, ambos del XIII, y contemplar la vista.

Al norte, Agios Giorgios Pagon se ha convertido en una meca de surfistas, mientras que en los aledaños del cabo Drastis, en Perouládes, se puede nadar al pie de los acantilados de piedra arenisca, con árboles sostenidos por la gracia de los dioses. Deben de ser los mismos que concedieron a la playa de Logas sus puestas de sol...

Sidári. El Canal del amor

Foto: iStock / Sidári. Canal del Amor

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El Canal del amor

Más ruta costera: Sidári, con sus playas doradas, y el Canal del Amor, de formaciones y cuevas inesperadas. Quien nade en sus aguas encontrará aquí al amor de su vida. O eso dicen. Si no fuera el caso, siempre se puede avanzar hacia el nordeste y dejarse seducir por las playas blancas y las rocas trampolín de Kassiopi, un puerto ideal para degustar un pescado al bianco. La alternativa es el pastitsio tis nonnas, la versión corfiota de la lasaña, con macarrones, carne picada, salsa de tomate, rodajas de huevo duro, jamón y salami; todo, regado con un vino local. Un aporte calórico del legado veneciano que permite encarar la subida a pie –también se llega en coche– al monte Pantocrátor (906 m), el techo de la isla, siguiendo el sendero que sale de Paleo Perithia. La panorámica abarca Albania y el Epiro por el este, Corfú capital por el sur, e Italia, con permiso de las nubes.

En la mayor de las Jónicas pueblos como Assos preservan el legado veneciano en sus casas y se asoman a playas enmarcadas por pinos, buganvillas y adelfas. Cefalonia

Foto: Getty Images / CEFALONIA. En la mayor de las Jónicas pueblos como Assos preservan el legado veneciano en sus casas y se asoman a playas enmarcadas por pinos, buganvillas y adelfas.

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Segunda parada: Cefalonia

De vuelta a la costa, en la entrada de Kalami sobresale la Casa Blanca donde vivieron Lawrence Durrell y su esposa Nancy. Esta sí, abierta al público. Al menos la taberna, que exhibe imágenes de la época y una librería durrelliana. En la segunda planta viven los nietos del propietario que la alquiló a la familia británica. El apartamento de la tercera funciona como museo las pocas veces que no está alquilado. Mientras que Corfú vive unos años dorados a merced de la serie de TV Los Durrell, la mayor de las Jónicas se vio catapultada al circuito internacional gracias a la película La mandolina del capitán Corelli, en la que Penélope Cruz da vida a una chica griega. Cefalonia emana sensación de autenticidad, pese a que sufrió lo suyo durante la Segunda Guerra Mundial y con el terremoto de 1953. Aquí nació el dictador Ioannis Metaxas, quien en 1940 respondió con un sonoro «oxi» (no) al ultimátum de Mussolini para ocupar posiciones estratégicas en Grecia, y que se conmemora cada 28 de octubre.

Argostoli

Foto: Getty Images / El puente de Bosset conecta las dos orillas de la bahía de Argostoli, en Cefalonia, desde 1913.

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Argostoli, la capital de Cefalonia

Ubicada en una bahía profunda de la costa occidental, Argostoli, la capital, fue fundada por los venecianos en el siglo XVIII. Sin poder presumir de encanto pasado, conserva el alma griega en la amabilidad de sus habitantes, amigos de bares y tabernas que se agrupan en torno a la plaza Vallianos. La calle Lithostroto se rodea de souvenires, aceite, miel y mandoles, unas almendras glaseadas en azúcar introducidas por los venecianos. Ellos también implantaron la uva de Robola, cuyo vino blanco ahora se exporta a medio mundo. Compras aparte, se puede visitar el pequeño museo que recuerda la ma-acre de la División Acqui italiana, a manos de los alemanes en 1943.

A primera hora, en el puerto, se avistan tortugas bobas, al acecho de los restos que dejan los barcos de pesca. También es posible observarlas en el este de la bahía, en la laguna de Koutavos, que una vez fue un pantano infestado de mosquitos. En la actualidad es una reserva natural a la que se accede por el puente de Bosset, uno de los mayores de piedra de Europa, levantado por los ingleses en 1813.

Fanari

Foto: iStock

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Agua, agua y más agua

La carretera hacia el oeste se da un garbeo por la península de Fanari, donde un molino de agua tradicional esconde un fenómeno geológico subterráneo. Unas grietas rocosas engullen el agua del mar, que viaja por debajo de la isla. Nadie sabía a dónde iba el agua hasta que, en 1964, unos científicos decidieron teñirla y comprobaron que, catorce días después, el tinte aparecía en el lago Melissani, al otro lado de la isla.

A la salida de Fanari, dos playas marcan el pulso de la vitalidad turística en Lassi, para unos kilómetros al sureste, volverse todo más tranquilo. Atravesando la llanura central se llega al Parque Nacional del Monte Énos, donde se eleva el pico más alto del Jónico, el Megas Soros (1628 m), y el único bosque de abeto griego (Abies cephalonica), la especie endémica que una vez cubrió la isla entera. Cuenta con una colonia de caballos semisalvajes y gran variedad de flores silvestres.

 La bahía de Myrtos (Cefalonia) solo se alcanza a pie o bien en barca o kayak.. Myrthos

Foto: Shutterstock / La bahía de Myrtos (Cefalonia) solo se alcanza a pie o bien en barca o kayak.

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Es el turno de Assos y Myrthos

Pero los destinos con más estrella de Cefalonia se afincan en el norte. Assos, una aldea situada en un anfiteatro natural, moteado por casas de colores, jardines de buganvillas y adelfas, y un paseo marítimo, donde sus habitantes juegan al tavli. ¿Qué más se puede pedir? Pues, el no va más. Al sur de Assos, el mar turquesa se adentra en la bahía de Myrtos, con una playa semicircular de arena blanca y guijarros, arropada por acantilados de piedra caliza, y pinos de un verde isleño. Para acceder a ella hay que seguir un sendero, lo que no impide que esté siempre concurrida, en especial en aquella hora del día en que el cielo azul se funde en un rosa anaranjado.

La famosa playa del Naufragio recibe su nombre de un buque varado en la arena blanca desde 1980. Zante

Foto: iStock / ZANTE. La famosa playa del Naufragio recibe su nombre de un buque varado en la arena blanca desde 1980.

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Una playa y un naufragio

Myrtos es, para muchos, la playa más espectacular de Grecia e incluso del mundo. Ahora bien, esta etiqueta se la disputa otra playa jónica: la del Naufragio, en la isla de Zante, la más meridional del archipiélago. Su belleza obliga a saltar de ínsula. Hasta 1980, se llamaba Agios Giorgios, como el monasterio próximo a sus acantilados, desde donde se toman las mejores fotos. Pero la playa cambió de nombre a raíz del naufragio del buque mercante Panagiotis, que había sido utilizado para el contrabando de alcohol y tabaco. El esqueleto oxidado del barco sigue varado en la arena blanca, tumbado al sol, y su retrato proyecta a escala planetaria la hermosura de esta playa.

 Las Cuevas Azules son uno de los enclaves más espectaculares de la costa de Zante.. Cuevas Azules

Foto: Getty Images / Las Cuevas Azules son uno de los enclaves más espectaculares de la costa de Zante.

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Las Cuevas Azules

Como no se puede descender por las paredes de vértigo de los acantilados, solo se alcanza por mar. A ras de arena la visión no es la misma, y menos en verano, cuando llegan a ella embarcaciones con numerosos bañistas. Otro atractivo solo accesible en barca o en piragua son las Cuevas Azules, en la punta nordeste de Zante, donde la erosión ha creado arcos y cavidades con unos reflejos de colores casi de cuento.

 FISKARDO Esta aldea de villas venecianas es el puerto más destacado de Cefalonia, la mayor de las islas Jónicas.. Cefalonia

Foto: Shutterstock / FISKARDO. Esta aldea de villas venecianas es el puerto más destacado de Cefalonia, la mayor de las islas Jónicas.

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Fiskárdo, el Portofino griego

A lo largo de la ruta acuática por las Cuevas Azules se puede divisar Cefalonia, a la cual regresamos para acabar de explorar el norte y visitar otro foco de glamur: Fiskárdo. Esta antigua aldea de pescadores se ha ganado el apodo de «el Portofino griego». Los yates de artistas famosos y jeques árabes abarrotan el puerto y se multiplican las marisquerías y boutiques. Entre cipreses y pinos asoman cotizadas mansiones venecianas, mientras los hoteles escalan al lujo –y al superlujo– en una localidad metamorfoseada en balneario chic.

En la cueva de Melissani, en Cefalonia, se hallaron vestigios de un antiguo santuario a Pan.. Melissani

Foto: Shutterstock / En la cueva de Melissani, en Cefalonia, se hallaron vestigios de un antiguo santuario a Pan.

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La espectacular cueva de Melissani

La Cefalonia de la costa este aún guarda otro hito fotogénico más: la cueva de Melissani, así llamada porque una ninfa enamorada se suicidó en sus aguas al no ser correspondida por un semidiós. La gruta se convirtió en un cenote a partir de un sismo que provocó el derrumbe del techo. Cuando la luz cae a mediodía esparce un abanico de tonalidades turquesas en su lago interior. La cueva de Melissani se suele visitar junto a la de Drogaratis, muy cercana, que contiene una laguna y estalactitas y estalacmitas anaranjadas por doquier. Las dos se encuentran en los alrededores de Sami, el gran puerto de Cefalonia, junto al que se extienden una sucesión de arenales. Sami es una ciudad moderna que alberga una antigua acrópolis y una ciudadela que mira las costas de Ítaca como si apareciera en el horizonte de un sueño. Sin embargo, a Ítaca no se llega por casualidad. Hay que tomar el barco de línea. La isla de Ulises evoca el origen de la literatura, el faro de los viajeros. Sea como fuere, siempre despertó interés. Ha sido micénica, griega, bizantina, otomana, veneciana, francesa y rusa. Ítaca se añora antes de llegar, y el poema homérico constituye, en palabras de T. E. Lawrence, «la primera novela de Europa».

La aldea de Frikes, en la costa este de la isla, fue fundada durante la época de dominio veneciano.. Ítaca

Foto: Getty Images / Ítaca. La aldea de Frikes, en la costa este de la isla, fue fundada durante la época de dominio veneciano.

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Al fin, Ítaca

Cortada casi en dos por un enorme golfo, la menor de las Jónicas está formada por dos islas unidas por un istmo. Vathy, la capital de Ítaca, se abriga en una ensenada natural que atrae por sus casas de colores, la plaza con una estatua del eterno navegante y sus tabernas y tiendas junto al puerto. Ítaca se siente. Dejar vagar la mirada por la bahía invita a recordar el debate sobre si la descripción homérica encaja con este lugar. Como mínimo, los nombres de Ulises y Penélope son recurrentes en cafés y apartamentos; y delante del ayuntamiento, un busto rinde homenaje a Homero. Como esta es una isla literaria, en la biblioteca hay un monumento a Lord Byron en el que se puede leer: «Si esta isla fuera mía, enterraría aquí todos mis libros y no me iría nunca más».

De la playa de Dexia, al sur de Vathy, sale un sendero a la cueva de la Ninfa, donde Ulises habría escondido los regalos del rey de los feacios. Pero si se va en busca de más huellas míticas, conviene tomar la carretera al norte hasta la aldea de pescadores de Stavros, cerca de la bahía de Pólis, que los estudiosos identifican como el gran puerto de la antigua Ítaca, mientras que los vestigios cercanos de la colina Pilikata corresponderían a la llamada Escuela de Homero, donde podría encontrarse el Palacio de Ulises. ¿Será llegar hasta aquí el viaje de todos los viajes?

Kióni

Foto: iStock / KIÓNI

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Donde siempre hay que volver

La vuelta a la isla bordeando la costa nordeste conduce hasta Kióni, una aldea asentada en una cala con forma de herradura, casitas que descienden por las colinas hasta el mar y patios colmados de adelfas. Ante este colorido cuadro resuena, una vez más, una frase del escritor y naturalista Gerald Durrell: «Las flores tienen personalidad, son distintas unas de otras, como las personas». Un poco como Ítaca. Cada cual se la imagina a su modo.

Por eso, los libros de Durrell y los de tantos otros autores, de Homero hasta Cavafis y más allá, acompañan nuestros viajes griegos. Y es que, como apuntó Javier Reverte en su libro de viajes Corazón de Ulises: «Si a Ítaca hay que llegar, a Grecia siempre hay que volver».