
Una de las grandes bazas de la Costa Daurada es su clima típicamente mediterráneo. El invierno es suave y el verano cálido, y la mayor parte de los días son soleados. Es ese sol el que confiere a esta tierra una luz única, con reflejos dorados sobre el mar y la arena, que le han valido el apelativo de dorada.
El viaje se inicia en Tarragona, capital de la Costa Daurada y antigua ciudad romana. Tarraco fue el asentamiento romano más antiguo de la Península Ibérica, y llegó a convertirse en la capital del Imperio cuando el emperador Augusto fijó ahí su residencia en los años 26-25 a.C. Para Augusto, Tarraco era la ciudad de la eterna primavera. El extenso y bien conservado legado romano de la ciudad está reconocido como Patrimonio de la Humanidad, y las calles y edificios del casco antiguo (la llamada Part Alta) comparten paredes y suelo con primitivas edificaciones romanas. En un agradable paseo es posible contemplar buena parte de la antigua muralla, el más antiguo y extenso monumento romano fuera de Italia. La construcción enmarcaba un magno recinto de culto, situado donde hoy se alza la catedral medieval. A los pies del templo se construyó la mayor plaza pública de todo el Imperio. Y como complemento, un circo donde los ciudadanos podían contemplar las populares carreras de cuádrigas.
De aquel magnífico complejo urbano se conservan muchos vestigios que permiten conocer y reconstruir la vida en la antigua Tarraco: la plaza del foro, un lateral del circo, parte del teatro y, muy especialmente, el maravilloso anfiteatro. Este recinto, destinado a la lucha de gladiadores y animales, estaba fuera de la ciudad, junto al puerto, a fin de facilitar la descarga de animales salvajes llegados desde las colonias africanas. En la actualidad el anfiteatro es el ombligo urbano que marca el linde entre el casco antiguo y la ciudad nueva, la cual se extiende hasta el mar. Desde este monumento se contempla una de las playas más famosas de Tarragona, el Miracle, donde se dice que al atardecer hay la mejor luz de la ciudad.
Antes de partir merece la pena acercarse hasta el Serrallo, el barrio de pescadores. Allí se concentran algunos buenos restaurantes de cocina marinera, donde se sirve la excelente gamba de Tarragona, arroces, pescado y romescos, la deliciosa salsa elaborada con las avellanas y almendras cultivadas en las comarcas del interior tarraconense. Las playas de Tarragona son famosas por su arena fina y sus aguas cálidas y poco profundas; se puede caminar un buen tramo sin mojarse por encima de las rodillas. L’Arrabassada, la Platja Llarga y la Móra son por este motivo destinos muy familiares.
Unos quince kilómetros al norte se halla Altafulla, famosa por su tranquila playa y su oferta gastronómica a pie de arena. Desde allí es posible pasear por la orilla hasta la vecina playa de Tamarit, ya en el término municipal de Tarragona. Tamarit es famosa por su castillo, que se alza sobre los acantilados, escenario de numerosos rodajes cinematográficos.
La Costa Daurada se extiende hacia el interior por carreteras que atraviesan pueblos y pequeños núcleos urbanos y se encaraman por las montañas. Nuestro destino es el monasterio de Santes Creus. Así como Augusto eligió Tarraco, la orden del Císter escogió las montañas del interior de la Costa Daurada para construir dos de sus principales enclaves en la Península, los monasterios de Santes Creus y Poblet. El primero está a unos 35 kilómetros de Tarragona, y ya no tiene vida monástica, hecho que permite visitar estancias que, de otro modo, serían inaccesibles. La arquitectura cisterciense, como la propia orden religiosa, tiene sus cimientos en la austeridad más absoluta. De ahí que los templos y monasterios estén desnudos de adornos o decoraciones. El templo de Santes Creus es un magnífico exponente de esta forma de entender el mundo, y sus paredes de piedra clara se alzan contundentes y rotundas. No así el claustro que, siendo del siglo XIV, ya bebió del esplendor de la arquitectura gótica y acoge una idílica fuente. El conjunto monástico fue fundado en 1168 y estuvo protegido por reyes y nobles, muchos de los cuales lo escogieron para su reposo eterno. La vida monástica tuvo su fin en 1835, con la desamortización de Mendizábal, por este motivo es posible adentrarse en estancias como la sala capitular, el scriptorium o el dormitorio de los monjes.
Seguimos la ruta del Císter dirigiéndonos hacia al monasterio de Santa Maria de Poblet. A medida que dejamos atrás Santes Creus el paisaje se torna aún más verde y, al llegar a la gran explanada que acoge el recinto monástico, topamos con un singular espacio boscoso: el paraje natural de Poblet. Este lugar fue elegido por la orden del Císter para erigir, en 1150, un monasterio que hoy es el conjunto cisterciense habitado más grande de Europa. Declarado Patrimonio de la Humanidad en 1991, no conviene abandonar el recinto sin realizar una visita guiada por este centro enteramente destinado al cultivo espiritual, y en el que hoy es posible convivir con los monjes.
Desde Poblet tomamos la carretera que se adentra en el bosque de Poblet para ascender hacia Prades, capital de las montañas homónimas. Atravesamos bosques de castaños y encinas que nos hacen ver la luz dorada del Mediterráneo desde un prisma bien distinto. En una media hora de camino se llega a Prades, la «vila vermella», llamada así por el color rojizo de la piedra arenisca empleada en la construcción. Se trata del pueblo más importante, en dimensión y servicios, de las montañas de Prades que, a su vez, constituyen el corazón verde de la Costa Daurada. Sus habitantes se nutrían de la agricultura y la ganadería y ahora también del turismo de montaña. Los asiduos a Prades aprecian sus butifarras y carne de cordero, así como sus famosas patatas, cultivadas a mil metros de altitud y reconocidas con el sello IGP (Indicación Geográfica Protegida) por su notable calidad. Cualquiera de las terrazas de la plaza Mayor invita a dejar pasar las horas con la mirada puesta en su famosa fuente renacentista, una gran esfera que cuenta con cuatro surtidores que evocan los cuatro puntos cardinales.
Desde aquí se puede tomar la carretera que desciende a Albarca y Cornudella para adentrarse en la comarca que en este siglo ha puesto la Costa Daurada en los mapas vinícolas de todo el mundo: el Priorat.
Para recorrer esta zona hay que reducir la marcha. Sus carreteras son estrechas y serpenteantes y muchos pueblecitos coronan colinas o riscos. Esto hace que el viaje por el Priorat depare una experiencia sensorial completa. Por el camino se pueden contemplar los viñedos que dan los caldos mundialmente conocidos, y observar dos particularidades de esta tierra: la llicorella –una piedra pizarrosa cuarteada sobre la que crecen los viñedos– y las viñas viejas, situadas en costers (cuestas o pendientes), de las que se obtienen los mejores vinos locales y que, a menudo, tienen que ser trabajadas con ayuda de animales, pues el relieve impide acceder a ellas de forma mecanizada.
De camino hacia Falset, la capital de la comarca, es aconsejable desviarse hacia Siurana, el mirador más excepcional de toda la Costa Daurada. Encaramado en una cornisa rocosa, ofrece una atalaya de vértigo sobre el pantano de Siurana, la sierra del Montsant y las montañas de Prades. Según una antigua leyenda, Siurana fue el último reducto de la reconquista en Cataluña, y la reina mora Abdelazia, viéndose perdida ante la llegada de los cristianos, saltó con su caballo al vacío. Aún hoy es posible contemplar en la piedra del mirador la huella que al parecer dejó su corcel cuando se resistía a dar el salto final.
Descendiendo de las montañas se llega a Reus. La ciudad es un polo de atracción, pues cuenta con un extenso tejido comercial que convive en armonía con las grandes franquicias. Reus (cuna de Antonio Gaudí) es una ciudad modernista y cuenta con edificios singulares obra de Lluís Domènech i Montaner, el arquitecto del Palau de la Música Catalana de Barcelona. Se trata del Instituto Pere Mata y la Casa Navàs. Se dice que no hay que abandonar Reus sin tomar un buen vermut, a poder ser Yzaguirre, Rofas o Miró, todos de factoría local.
La cercana Salou es el destino turístico más popular de la Costa Daurada, gracias a sus magníficas playas, su oferta hotelera y la cercanía de Port Aventura, el parque temático más visitado de España. Al sur, Cambrils es una villa marinera que ha sabido sortear con elegancia el paso de los años y del turismo. Resulta muy agradable dar un paseo desde el muelle pesquero hasta el club náutico y contemplar las barcas, para luego regresar por la acera comercial y dejarse tentar por las terrazas instaladas en ella. Así sentados, dejando las horas pasar, las palabras del emperador Augusto recobran su sentido. Si la primavera es eterna, éste es sin duda un lugar privilegiado para disfrutarla.
MÁS INFORMACIÓN
Cómo llegar y moverse: Una línea ferroviaria sigue la costa de Tarragona y la comunica con Barcelona y Castellón. La que se dirige al interior enlaza con Reus, Zaragoza y Madrid. La estación del AVE «Camp de Tarragona» se halla a 12 km de la ciudad. Reus dispone de aeropuerto internacional. El de Barcelona se halla a solo 80 km de Tarragona. El coche y el tren son el medio de transporte habitual. Tarragona, Valls, Reus y otras poblaciones tienen autobuses urbanos.
Turismo de la Costa Daurada