El viaje por la costa sur de Anatolia, las tierras que ocuparon griegos, lidios, carios y licios en la Antigüedad, regala un cúmulo de emociones, sensaciones y conocimientos difícil de superar en ningún otro lugar. Siguiendo la huella que dejaron aquellas culturas, podemos iniciar nuestro recorrido en la ciudad de Izmir, la antigua Esmirna. Aunque ha crecido de manera desmesurada y caótica, el dédalo de callejuelas que forma su gran mercado, siempre abarrotado, a espaldas de la plaza Konak, aún deja sentir los olores y sabores de Oriente. No en vano los griegos usaban el nombre de la ciudad para designar la mirra y, todavía hoy, en griego a esa especia se la conoce como smirni.
Nuestro recorrido rumbo sur nos conduce en un par de horas de autobús a Éfeso, una de las ciudades más importantes de la Antigüedad. De su importancia dan fe los vestigios de las ciudades griega y romana. Los edificios más llamativos son el teatro y la biblioteca de Celso, pero las casas privadas y las amplias y lujosas avenidas dejan igual de maravillado al viajero.
Entre el recinto arqueológico y la pequeña ciudad de Selçuk se alza solitaria la columna que señala el lugar en el que estuvo una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, el Templo de Artemisa, la diosa de los múltiples pechos que propicia la fertilidad.Éfeso también desempeñó un importante papel en los primeros siglos del cristianismo. Sede de dos importantes concilios en el siglo V, el del año 431 estableció que María fue la Madre de Dios, y está bien que fuera precisamente en Éfeso, pues aquí se encuentra la casa en la que supuestamente durmió su último sueño. En el animado puerto de Kusadasi, un antiguo caravansar convertido en hotel ofrece su patio para tomar un café acompañado de un delicioso baklava, un pastel de hojaldre relleno de nueces o pistachos
Al día siguiente nos esperan tres lugares históricos extraordinarios: Priene, Mileto y Dídima. El primero, a veinte minutos de Selçuk, se alza a media ladera del monte Mícale, dominando el valle del río Menderes –el antiguo Meandro, el río sinuoso por excelencia–, y asombra a cada paso con sus calles y edificios a la sombra de los pinos. Al otro lado de la llanura del Menderes, Mileto muestra su antiguo esplendor en templos, gimnasios, termas, un teatro, un ágora rebosante de flores en primavera y una mezquita de mármol grisáceo del XV. Cuando el día empiece a declinar la ciudad de Dídima nos invitará a entrar en el santuario oracular de Apolo, cuyo pórtico de entrada conserva aún grabados en el pavimento los juegos con los que los peregrinos entretenían sus largas esperas.

Una hora antes de llegar a Bodrum conviene detenerse en el puertecito de Iasos para saborear un plato de pescado y dedicar la tarde a recorrer los restos de la ciudad antigua, que ocupaba una pequeña península rocosa. La mañana siguiente visitamos Bodrum, un concurrido centro veraniego por sus playas y su animado puerto. Su magnífico castillo de San Pedro, erigido por la Orden de Malta en el siglo XV, alberga hoy un museo de arqueología submarina. Bodrum es un excelente lugar para realizar una excursión en barco a la cercana isla griega de Kos y a la península de Cnido. También tiene un teatro antiguo desde el que se contempla una vista increíble de la bahía al atarceder.
A lo largo de los casi 250 kilómetros que nos separan de las idílicas playas de Fethiye, hay dos paradas imprescindibles, Estratonicea y las tumbas licias de Dalyan. La primera guarda vestigios de sus grandes edificios públicos: el gimnasio, el buleuterio con largas inscripciones legales en griego talladas en sus muros, el teatro y la avenida de entrada a la ciudad.
Fethiye, la antigua Télmeso, es una agradable ciudad situada al fondo de una profunda bahía poblada por numerosas islas
La carretera D330 enlaza en Yatagan con la D550, que nos traslada de la antigua región de Caria a la de Licia. Recorridos poco más de cien kilómetros aparece el primer contacto con las tumbas licias excavadas en la roca. En el embarcadero de Dalyan, con fondo de palmeras y un alto minarete coronado de azul, numerosas barcas multicolores llevan a la milenaria ciudad de Kaunos. Durante media hora, las barcas recorren los «caminos llenos de peces» –diría Homero– que van dejando los cañaverales, permitiendo admirar tumbas del IV a.C. que están abiertas en los acantilados y que imitan fachadas de templos griegos. El trayecto acaba en el lugar arqueológico de Kaunos, dispuesto a dos alturas en medio de un paisaje que mezcla el verde de las praderas y montañas con el azul del mar.
Fethiye, la antigua Télmeso, es una agradable ciudad situada al fondo de una profunda bahía poblada por numerosas islas, con las montañas aún nevadas como telón de fondo. Quizá el mejor mirador sea la gran tumba licia de Amintas, a la que se llega después de una exigente subida.
La ruta entre Fethiye y Afrodisias atraviesa un paisaje montañoso que culmina con una de las mayores maravillas naturales de Turquía: Pamukkale. Los «castillos de algodón» que le dan nombre caen a modo de blanca cascada por una fractura tectónica y ofrecen un espectáculo mágico e inolvidable. Esas aguas salutíferas fueron el origen de la Ciudad Sagrada, que es lo que significa Hierápolis, fundada en el siglo II a.C. y que ya en la Antigüedad fue un lujoso centro de salud. Todavía hoy es posible darse un baño en las termas naturales, entre columnas caídas, y acabar la visita, cómo no, en el teatro. No hay ciudad grecorromana sin teatro, y un teatro es, pues, el mejor lugar para despedirse de este viaje por la costa turca del Egeo.
MÁS INFORMACIÓN
Documentos: pasaporte y un visado a la llegada al aeropuerto.
Idiomas: turco.
Moneda: lira turca.
Horario: 1 hora más.
Cómo llegar: Madrid y Barcelona tienen vuelos directos a Estambul, ciudad conectada por aire y tierra a Izmir y Bodrum. Las líneas de autobús turcas son muy eficientes y comunican todo el país. La alternativa es alquilar un coche, pero se precisa el carnet internacional.