Sicilia es la dimensión más extraña de Italia, una cultura aparte que siempre defendió a uña y diente todos los vicios y virtudes de su insularidad. En ella fueron dejando huella diferentes pueblos que la sometieron solo hasta cierto punto. Palermo es el mejor lugar para iniciar el recorrido por la cornisa norte de la isla. Su abordaje podría comenzar en la barroca plaza Vigliena o Quattro Canti (Cuatro Esquinas), que para un español supone un viaje súbito al Siglo de Oro, pues fue construida a inicios del siglo XVI, cuando Sicilia era un virreinato español. Siguiendo por la Via Vittorio Emanuele topamos enseguida con la Catedral, que tiene la estructura de una mezquita, como bien me dijo un día el escritor siciliano Vincenzo Consolo (1933-2012). Aunque los estilos predominantes sean el gótico y el barroco, lo que cautiva la atención es el aire oriental que desprende el conjunto.
No menos desconcertante resulta la iglesia de San Giovanni degli Eremite, edificada bajo una mezquita, en la que se detectan elementos bizantinos y góticos junto a otros de origen árabe. Y en el cercano Palacio de los Normandos (siglo XII) se perciben mezclas parecidas. He ahí lo más interesante de la arquitectura siciliana: las huellas de su pasado se ven con toda claridad. Esto sucede no solo en los edificios más destacados del centro palermitano, sino también en las iglesias de San Cataldo (normanda), San Francisco de Assise (gótica) y San Giuseppe de Teatini (barroca).
Palermo también seduce por la autenticidad que respiran sus calles. Mucho menos cuidada que otras ciudades europeas, la capital siciliana preserva rincones llenos de encanto que el auge del turismo no ha alterado. Como las trattorias del casco viejo, el mejor lugar para degustar los sabrosos vinos y platos de la isla, y así comprobar que solo los sicilianos han conseguido convertir el tomate en algo realmente exquisito.
Los minicruceros que se dirigen a las Eolias conectan las siete islas: Lípari, Vulcano, Stromboli, Salina, Panarea, Alicudi y Filucudi
La ruta gastronómica e histórica continúa en Cefalú, a 69 kilómetros de Palermo, uno de los enclaves más deliciosos de Sicilia y el que conserva más huella normanda. Mientras se contemplan los edificios y las murallas tocando la arena dorada de la playa, hay que probar las «anchoas de la duquesa», un guisado a base de boquerones, ajo, cebolla, perejil, aceite y vinagre que suele servirse sobre una rebanada de pan de molde. El casco antiguo de Celafú, de calles angostas, está atravesado por el Corso Ruggero y tiene su centro neurálgico en la plaza del Duomo. Aquí se reúnen tres edificios imponentes: la Catedral normanda, con un magnífico Cristo Pantocrátor; el antiguo monasterio de Santa Caterina, que hoy aloja el Ayuntamiento de la ciudad; y el Palacio Episcopal, de estructura barroca.
La siguiente escala es la localidad de Milazzo, a menos de dos horas en coche, desde cuyo puerto zarpan los transbordadores a las islas Eolias, el pequeño archipiélago volcánico que emerge frente a la costa norte. Antes de embarcarnos hacia las Eolias conviene pasear por Milazzo para apreciar la huella española en las murallas de su ciudadela, dentro de la cual se halla el Duomo de San Stefano (siglo XVII). Además de contemplar iglesias y palacios encantadores, hay que perderse por el barrio de los Españoles y sentir los fundamentos de la ciudad en el Antiquarium Archeologico, una cárcel de 1816 en la que ahora se exponen piezas desde el Neolítico hasta la época bizantina.
Los minicruceros que se dirigen a las Eolias conectan las siete islas (Lípari, Vulcano, Stromboli, Salina, Panarea, Alicudi y Filucudi) con escalas que suelen durar unas tres horas. Yo tuve la suerte de tener como guía al escritor Vincenzo Consolo, que me fue indicando lo más apreciable de cada isla. Como me decía Consolo, adentrarse en las Eolias es sumergirse en la más pura mediterraneidad: olivos, volcanes dormidos y despiertos, playas negras y grises, reminiscencias griegas y romanas, iglesias góticas y barrocas, puertos pesqueros llenos de aromas arcaicos, acantilados de vértigo, grutas escavadas por el agua en las rocas, lugares de ensueño como los que sirvieron de escenario para rodar la película El cartero y Pablo Neruda (1994).

De regreso a tierra firme, la ruta continúa hacia Messina, una ciudad pequeña que parece envuelta por el mar. Resulta imprescindible visitar la iglesia de Santa María, del siglo XII, aunque reconstruida múltiples veces, y la Annunziata dei Catalani, que fue la iglesia de los mercaderes catalanes.
Apenas 50 kilómetros más adelante se alcanza el mayor espectáculo de esta costa: Taormina. En sus pintorescos parajes, la burguesía finisecular de media Europa festejó su amor a las ruinas y al legado griego. El viajero de hoy en día también cae rendido ante el teatro griego, el Duomo –que empezó siendo románico pero que acabó con una portada barroca– y el Corso Umberto, la calle más animada de la ciudad, jalonada por tres puertas y varios palacios e iglesias.
Desde Taormina podemos al fin contemplar la sagrada silueta del Etna, dominando el horizonte con sus 3.340 metros y sus frecuentes –aunque controladas– erupciones. Para llegar al volcán es necesario conducir hasta Catania, a 54 kilómetros de Taormina, y subir en el teleférico (Funivia Etna) que se acerca al cráter. Según la leyenda, a esta caldera de 135 kilómetros de perímetro se arrojó el filósofo Empedocles, forjador de la teoría de los cuatro elementos y amante del fuego purificador. Al pasear por las calles de Catania volvemos a encontrarnos con otro teatro griego modificado después por los romanos y con otro Duomo normando. La Vía Crociferi, una alucinante galería de palacios y templos del siglo XVIII, conduce frente a la inacabada iglesia de San Nicolo, iniciada en 1687 y abandonada en 1796.
Las islas crean vínculos extremos, por eso todo siciliano desea volver a la tierra donde nació. Y algo parecido ocurre con los que la visitan. Siempre querrán regresar a una isla que es un crisol de culturas mediterráneas.
MÁS INFORMACIÓN
Documentos: DNI.
Idiomas: italiano.
Moneda: euro.
Cómo llegar y moverse: Palermo y Catania reciben vuelos directos de varias ciudades españolas y también italianas. A las islas Eolias se llega con aliscafo desde Milazzo, Messina, Palermo, Cefalú, Calabria y Nápoles. Con transbordador, desde Milazzo y Nápoles. Palermo y Catania están unidos por una autopista y un tren. Para subir al Etna se puede llegar en coche hasta el Rifugio Sapienza (Nicolosi), de donde parten a la cima el teleférico y los coches autorizados. El tren
Circumetnea bordea el volcán desde Catania.
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