El Vístula, un río casi sagrado
Cuentan que una vez aparecieron restos de un naufragio a orillas del Ojo del Mar, el lago glaciar de los montes Tatra, y que sus aguas conectan bajo tierra con el mar. Sea cierto o no, resulta más viable y sugerente alcanzar el Báltico por la superficie, siguiendo el río Vístula y pasando por las ciudades que mejor definen Polonia.
El Vístula es la aorta geográfica e identitaria de este país, y recorrerlo desde su nacimiento hasta la desembocadura supone una manera interesante de ordenar un viaje: arrancar donde empezó todo, en Cracovia, su centro de poder medieval, al amparo de los Cárpatos; continuar hacia el norte, como hicieron los reyes Jaguellón cuando buscaban una nueva plaza desde la que dominar la gran llanura europea, para llegar hasta Varsovia, la capital cosmopolita, pretenciosa y heroica; y terminar en su puerta al mar y al futuro en la siempre díscola Gdansk.
Con todo, el Vístula se considera una especie de pieza sagrada de la historia nacional y, como tal, no se toca. Salvo por los tramos urbanos, es prácticamente un río salvaje, sin presas, no se draga y tampoco se construye en sus orillas. Por eso, quienes busquen hacer un viaje como los de antes, pueden navegarlo casi desde su nacedero. A lo largo de mil kilómetros, el Vístula abre una puerta a los relatos bárbaros de Polonia y a los imperios que la avasallaron, a bosques infinitos y humedales, redes de canales y lagos que son la delicia de los ornitólogos.