Pura inspiración

Cuenca: viaje a un paisaje de roca y arte de vanguardia

Esta ruta por la ciudad y sus alrededores muestra cómo su ejercicio de adaptación al terreno aún contamina el idiosincrático pálpito artístico local.

La ciudad nueva da la bienvenida en una vega plácida mientras la vieja vigila desde un promontorio angosto que forman la confluencia de dos profundas hoces: la del Huécar y la del Júcar. Se construyó sobre una especie de península flotante donde es tradición crear el arte menos tradicional. Hoy ya no existen esas murallas que, en alianza con los acantilados, impedían subir desde la vega, y hay calles asfaltadas que se retuercen para salvar los precipicios.  

Pero esta ruta entra a Cuenca desde las alturas, a través del istmo de dicha península, por una fortificación que hacía de cerrojo. Esto permite recorrer esta delgada línea, flanqueada por miradores y rascacielos medievales que se asoman peligrosamente al vacío, visitar un templo que es campo de pruebas de un arte que traspasa la religión, descubrir los mitos más mágicos de la Reconquista, descender a las riberas para asaltar una serranía de formas caprichosas y evocar aquella Cuenca neblinosa, inundada por marismas y humedales, que habitaban seres extraordinarios. Por ello y mucho más, esta ciudad es patrimonio de la Humanidad, y su serranía, un vergel asombroso.

1 /10
Cuenca

Foto: Getty Images

1 / 10

¡Bienvenidos a Cuenca!

En torno al Arco de Bezudo se conservan los últimos fragmentos de una muralla que llegó a sumar cuatro kilómetros de perímetro. En la parte más alta del casco viejo, defendía su entrada más sencilla y vulnerable junto a un castillo extinto cuyos cimientos hoy sirven al austero edificio del Archivo Histórico Provincial. Antes fue tribunal de la Inquisición y cuartel en cada guerra, y algunos todavía lo llaman «la cárcel» porque lo fue hasta 1972. Vecino, el convento de las carmelitas aloja el museo de la Fundación Antonio Pérez –un coleccionista de arte contemporáneo involucrado en el último boom artístico de Cuenca–, que presume de una importante colección de obras de Antonio Saura.

Hacia el Huécar, la calle Julián Romero pasa por el recóndito Cristo del Pasadizo, un callejón cubierto que surgió del travieso hábito local de unir los edificios por sus plantas superiores para ganar estancias.

Hacia el Júcar, por el Arco del Trabuco, se ganan las vistas del mirador Camilo José Cela, a quien la ciudad le debe el párrafo con el que mejor se vende, extraído de su artículo Cuenca Abstracta, la de piedra gentil. El mirador encara los Ojos de la Mora, unas oquedades en un precipicio que unos artistas han pintado para recordar una leyenda local de amor entre moros y cristianos. En su texto, Cela escribe que «La naturaleza marcha delante; a la zaga, el arte. Cuanto más lejos marchemos, más cerca está Cuenca». La cita quizá se entienda mejor más abajo, en el templo que preside la Plaza Mayor.

Catedral de Cuenca. Catedral

Foto: iStock

2 / 10

Ocho siglos de arte e historia en la Catedral

La catedral de Santa María y San Julián fue la primera gótica en Castilla. Y no debería ser así porque sus orígenes se remontan a la conquista cristiana de la ciudad, allá por los siglos XII y XIII, cuando todavía imperaba el románico. La influencia normanda de Leonor Plantagenet, reina consorte de Castilla, importó un novedoso estilo que prendió definitivamente el incendio artístico conquense. En su atípica fachada anglonormanda parece que se hubieran perdido dos torres. En realidad nunca existieron, pero su «ausencia» hace que uno se pregunte si habrá templo al otro lado. Y tanto que sí: su interior es un prolífico taller con ocho siglos de historia del arte a sus espaldas.

Aquí se ejecutaron algunas de las primeras obras renacentistas realizadas en España. De Fernando Yáñez, discípulo directo de Leonardo da Vinci, es imprescindible la tabla de La adoración de los Magos. Y de Esteban Jamete, el pórtico del claustro, donde se dice que expone toda la fe cristiana.

Sin embargo, sus piezas más célebres son unas vidrieras de 1995 que reinterpretan, por ejemplo, el Génesis desde la física y la biología. Merecerían un lugar en un museo de arte contemporáneo, pero por suerte acabaron aquí, iluminando la catedral con mil colores, magnificando su universo de volúmenes y haciendo que el templo se transforme a medida que el sol se mueve. El palacio episcopal anexo nos marca el camino al emblema de Cuenca.

Casas Colgadas

Foto: Getty Images

3 / 10

Todo sobre las Casas Colgadas

Las Casas Colgadas son el más bello ejemplo de una serie de soluciones que buscaban salvar el problema del espacio en una Cuenca en expansión. Se trata de un grupo de viviendas estrechas, con apenas un par de estancias por planta y balcones en voladizo sobre la hoz del Huécar. Aparecieron en torno al siglo XV y hasta principios del XX había muchas más, pero hoy solo quedan las tres en que se ha instalado el Museo de Arte Abstracto Español. Fue el primero del país en esta categoría, inaugurado en 1966 por el artista y mecenas hispano-filipino Fernando Zóbel. Se dice que es un museo de artistas y para artistas, hecho a medida de la obra, y que las ventanas que se asoman a la hoz de Huécar también forman parte de la exposición. Su apertura revolucionó el panorama artístico conquense, que se convirtió en una isla de creatividad durante el franquismo, y sentó las bases para recuperar su identidad como punta de flecha de las artes.

La mejor estampa de las Casas Colgadas se consigue desde el puente de San Pablo, una pasarela peatonal que cruza la hoz del Huécar y que más bien parece ferroviaria. Desde la otra orilla quizá se entiende mejor por qué Cela llamó a Cuenca «cubista y medieval». Ahí se encuentra el convento dominico de San Pablo, del siglo XVI, que ahora es a la vez un Parador y el Espacio Torner, con la obra del artista que convenció a Zóbel para traer su museo a Cuenca.

La panorámica desde el convento solo tiene una pega: que no se ven los rascacielos de San Martín. Por eso, antes de volver al casco viejo, merece la pena perderse por la montaña rusa de las calles de San Martín para situarse bajo estos colosos que llegan a sumar más de diez alturas por el lado de la hoz, y apenas cuatro por la calle Alfonso VIII.

Plaza Magna

Foto: Shutterstock

4 / 10

Magnificencia y magnetismo

La plaza Mangana es la última gran incorporación al casco viejo, e irrumpe con sus elementos modernos para enseñarnos la Cuenca más antigua. Durante dos décadas fue una excavación arqueológica que hizo aflorar mil años de historia datando un alcázar árabe, una judería y un barrio cristiano. El yacimiento se ha musealizado y se puede caminar sobre una cristalera que lo protege para descubrir cómo se construía en alianza con las hoces, cimentando sobre su roca y cavando aljibes.

La torre que domina la plaza es un cúmulo de ampliaciones que llegan hasta la década de 1970, cuando gana su arcaizante matacán; antes pudo haber sido la torre de una aljama judía y hasta un minarete. A partir de aquí, la península se derrumba en las hoces permitiendo que por fin confluyan los ríos.

Calle Alfonso VIII

Foto: Shutterstock

5 / 10

Los colores de la calle Alfonso VIII

A la ciudad nueva se baja por la colorida calle Alfonso VIII, en honor al monarca que arrebató esta plaza a los almohades. El rey pequeño, como lo bautizó el escritor local Antonio Pérez Henares, comenzó a forjar su mito en Cuenca, una ciudad que decidió asediar exactamente el día de Reyes de 1177. Cuenta la leyenda que ese día se apareció una intensa luz en el cielo nocturno, que el rey fue a verla y encontró en el bosque una figura de la Virgen. Creyendo tener a Dios de su lado, insistió en el asedio hasta que, en la víspera de San Mateo, el pastor cristiano Martín Alhaja le reveló el punto débil por el que atacar la ciudad: la puerta de San Juan. Décadas después, Martín se volvió a aparecer a Alfonso justo antes de su histórica victoria en la batalla de Las Navas de Tolosa. Y cierra la leyenda en Madrid, donde el rey visitó las reliquias incorruptas de San Isidro Labrador y en ellas reconoció a aquel pastor de Cuenca.

Las luminarias de Alfonso VIII son la razón de que haya una estrella en el escudo de la ciudad y de que su patrona sea la Virgen de la Luz. La fastuosa iglesia barroca de la patrona está solo un poco más abajo, ya por fin en la confluencia del Júcar y el Huécar. También se la conoce como la de San Antón, por el barrio que, a su lado, trepa una colina. Es famoso por una centenaria tradición alfarera que alcanzó su cenit con don Pedro Mercedes, a partir de los años 40, a quien también se considera padre del boom artístico conquense.

Cuenca

Foto: iStock

6 / 10

A ambos lados del río

Junto al puente, en el paseo fluvial del Júcar, hay una colección de terrazas deliciosas para las noches de verano. Sin embargo, para tomar el pulso a la gastronomía local –zarajos, morteruelo, ajoarriero, ajalú o resolí–, quizá sea mejor volver a cruzar el Júcar y buscar una taberna en torno a la plaza de España.

La calle de los Tintes es una bonita introducción a la Ciudad Nueva, que marcha en paralelo al canal del Huécar. Se podría remontar este río por completo sin apenas salir de la ciudad. Nace en las sugerentes pocetas de Palomera, cerca del prolífico yacimiento paleontológico de Las Hoyas, un antiguo humedal en el que se han hallado fósiles de más de 200 especies de seres vivos, y que nutre uno de los iconos de la Cuenca moderna: el MUPA.

MUPA

Foto: Shutterstock

7 / 10

Un viaje a la prehistoria

El Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha (MUPA) ocupa unos bloques traslúcidos que, como manda la tradición local, se construyeron en voladizo. Sus tesoros nos remontan a la época en la que esta parte de la Península Ibérica estaba parcialmente inundada por mares poco profundos, marismas o humedales, y que empezó a merger hace unos 60 millones de años hasta los 1000 m de altitud actuales. Los incrédulos suelen verlo más claro viajando hacia el norte, en busca de caprichos pétreos que explican el fenómeno.

Al lado del Júcar

Foto: Getty Images

8 / 10

Pura naturaleza

La hoz del río Júcar conduce al Parque Natural de la Serranía de Cuenca, un corredor fresco y verde en primavera y de ocres intensos en otoño que hace las delicias de escaladores y piragüistas. En el fondo del desfiladero, una carretera apenas se despega del río hasta que comienza a retorcerse y trepar en busca del Ventano del Diablo. Este mirador observa la hoz a casi 200 m de alto, al abrigo de una bóveda de roca desde donde Belcebú lanza a los que se atrevan a asomarse.

Para tomar precauciones, se sigue avanzando sin renegar de las extravagancias pétreas del parque.

Parque Natural de la Serranía de Cuenca. Parque Natural

Foto: Getty Images

9 / 10

Dejar volar la imaginación

La Ciudad Encantada es un recuerdo de aquella orogenia alpina que sacó a Cuenca de las aguas del mar de Tetis. Los sedimentos calcáreos del fondo marino, transformados en rocas vulnerables al agua y al viento, tienen distintos niveles de dureza que son la clave para una erosión que forma peñascos de bases muy estrechas que se sustentan milagrosamente. También modela arcos, como «La lucha entre el elefante y el cocodrilo», o tantas otras formas que cada imaginación asocia a una figura. En las zonas de umbría crecen tejos, enebros o acebos, y por las paredes de roca trepa la hiedra buscando la luz y coloreando el gris y el ocre de la caliza.

La típica excursión conquense llega hasta aquí, pero el curso del Júcar seduce e invita a seguir hasta su nacimiento, atravesando la serranía entre bosques de pino negro y sabinas sobre los que merodean buitres leonados. El manantial en cuestión consiste en una poza modesta en el extremo norte de la serranía, pero es vecino de otro –que me perdone el generoso Júcar– mucho más atractivo y que pone la guinda a este viaje geológico.

Cuenca

Foto: Shutterstock

10 / 10

La naturaleza como inspiración

El Monumento Natural del Nacimiento del Río Cuervo es una esponja pétrea por la que brota y se derrama el agua formando una cascada. Se trata de una toba calcárea, es decir, un cuerpo a medio camino entre lo rocoso y lo vegetal, donde se depositan los carbonatos que arrastra el agua de lluvia cuando se filtra por este subsuelo calcáreo. El resultado es una peculiar formación porosa, verde, anárquica y bellísima, que bien podría haber inspirado alguno de los cuadros abstractos de la capital. El manantial es el enésimo y definitivo tesoro natural que nos ha legado esta orogénesis alpina. El mismo proceso geológico que dio a luz el promontorio donde se construyó la descabellada Cuenca, esa de horizontes cubistas que, igual que el nacimiento del Cuervo, inspiran a sus hornadas de jóvenes artistas.