Un edén insólito

¿Por qué Bali es distinta de otras islas tropicales?

Antes que un paraíso vacacional, esta es una tierra repleta de secretos que merece la pena descubrir.

En cierto modo, Bali ha marcado los cánones de un estilo de viaje que luego han intentado imitar otros enclaves del sudeste asiático. Edén para viajeros cultos y avispados entre las dos guerras mundiales, meca de los exploradores psicodélicos que saltaban de K en K (Kabul, Katmandú, Kuta) en los años 60, ganga para australianos de vacaciones, capricho de luna de miel… Hoy Bali se halla ante la encrucijada de sobrevivir al tópico que circula sobre ella o exprimirlo hasta su última gota. La cuestión es, ¿qué convirtió a Bali en un destino singular entre los millares de islas que forman el collar indonesio? ¿Por qué incluso las grandes potencias tuvieron con ella una piedad insólita? Quizá por su deslumbrante apariencia, y acaso porque, ante un bocado como la vecina Java, la pequeña Bali siempre podía esperar.

 

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Foto: Templo de Ulun (iStock)

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Un oasis politeísta en medio del Islam

En el siglo XV, cuando el Islam se extendió por Indonesia, la cultura Majapahit, con su élite de sacerdotes, aristócratas, intelectuales y artesanos, huyó de Java a la vecina isla oriental. Fue un injerto fructífero: Bali experimentó un renacimiento cultural, y aquella civilización de raíces hinduistas y budistas pudo conservar su identidad en un archipiélago tachonado de mezquitas.

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Mujeres ilustradas

Cuando los holandeses arribaron a Bali en 1597 se asombraron de que las mujeres llevasen el pecho desnudo, pero todavía más de que bastantes supieran leer. Los que resistieron la tentación de quedarse describieron los primorosos arrozales que parecían unir la tierra y el cielo con sus bancales ribeteados de palmeras. Europa supo así que aquella tierra verde esmeralda, surcada de acequias, parecía hecha a medida de los sueños del hombre.

Foto: Cordon Press

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El final de la independencia

Holanda conquistó el norte de Bali tras las campañas militares de 1846 y 1848, si bien los reinos del centro y el sur, los más prósperos, conservaron la independencia. Pero en 1904 una goleta china naufragó en los arrecifes y sus restos fueron saqueados por los isleños. Como el rajá de Badung se negó a pagar la indemnización que exigía el gobierno holandés, en 1906 tuvo lugar la invasión.

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La inmolación de la aristocracia

Las tropas se toparon sin embargo con una oposición inesperada. Tras incendiar los palacios, el rajá y la corte les aguardaban vestidos con los hábitos blancos de cremación y ornados con sus mejores joyas, armas y flores. Un sacerdote hundió su kris (puñal de hoja ondulada) en el pecho del soberano y a partir de ese gesto comenzó el suicidio ritual (puputan) de toda la comitiva. Ajenos a las balas, guerreros en estado de trance se precipitaban blandiendo sus dagas hacia los soldados. Las mujeres les arrojaban joyas o monedas despectivamente antes de clavarse el kris. En los palacios de Pemetjutan y Tabanan acontecieron tragedias similares. Cerca de cuatro mil balineses fallecieron ese día. En abril de 1908 cayó el reino de Klungkung (Semarapura), cuando el rajá y otros doscientos nobles se inmolaron en el postrer puputan.

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Reserva cultural

Que la aristocracia de una isla escogiese morir antes que sus súbditos era una noticia relevante. Las crónicas de las matanzas se publicaron en los periódicos de Occidente y Holanda recibió críticas muy severas. Para lavar su imagen, otorgó a Bali un estatus privilegiado. En las siguientes décadas no permitió que se establecieran compañías extranjeras en la isla, respetó los cultivos tradicionales y restringió la entrada de misioneros y hombres de negocios. Se edificaron hospitales y escuelas, se reconstruyeron templos y palacios, se abrieron carreteras…  El sacrificio ritual de viudas y la esclavitud fueron suprimidos. Y se creó un tribunal balinés, el Kerta, para impartir justicia sin considerar prejuicios religiosos o de casta. Pero los holandeses se reservaron un único negocio que sufragaría sin embargo casi todos sus dispendios: el monopolio del opio. Como los rajás controlaban su distribución, los conquistadores reglamentaron su venta en un centenar de comercios a los que tenía acceso cualquier balinés adulto.

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Meca artística y viajera

La inmolación de la nobleza había descabezado a la sociedad isleña pero indirectamente había facilitado la conservación de su cuerpo. Los occidentales que con motivos o pretextos científicos lograron el visado se asombraron ante la exuberancia de esa cultura. El pintor y antropólogo Manuel Covarrubias llegó en 1930 y nos legó un libro ya clásico: La isla de Bali (Ed. Olañeta). El gran pintor y coreógrafo Walter Spies amplió el horizonte de los artistas balineses con recursos no muy lejanos de los de M.C. Escher. Rudolf Bonnet les enseñó las técnicas básicas de la pintura clásica europea. Hacia 1930 Bali recibía unos cien viajeros al mes. Los antropólogos Margaret Mead y Gregory Bateson se contaban entre ellos. Mead dejó constancia del donaire de los balineses para moverse y de su aptitud para la danza, la pintura o la escultura. En Bali existe además la obligación colectiva de crear cosas bellas, pues la belleza se considera al servicio de la comunidad y la religión.

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Los peligros del mar

El principio hindú del triloka es la base de la cosmovisión balinesa. El universo se divide en tres mundos: el reino de los dioses (Bur), el reino intermedio de los humanos (Bwah) y el reino inferior de los demonios (Swah). La isla es una propiedad divina cedida al pueblo, que la cultiva y vive de ella. Una forma de conciencia superior o energía cósmica reside en las cumbres, es una emanación de Bur y de allí surge todo lo benéfico o propicio, como el agua que fertiliza la tierra. El mar es la morada de las potencias malignas de Swah y de él proceden los grandes peligros, psíquicos o físicos (invasores, tsunamis...). Los balineses se instalaron por tanto en la meseta interior, con el mar a una distancia prudencial y sus altares orientados hacia los esbeltos volcanes.

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Las ofrendas de cada día

El orden es la primera ley del cielo y eso se trasluce en el paisaje. Cada arrozal posee su pequeño templo donde se depositan ofrendas tres veces al día. Ese ritual también se repite en las casas. Los balineses honran con flores y alimentos tanto a las deidades benignas como a las malignas, si bien son más generosos con las primeras. La casa balinesa tradicional, que protege de la lluvia y el calor, se compone de varios pabellones sin paredes –algo útil también en caso de terremoto–, rodeados por una tapia y elevados sobre plataformas. El aling-aling, un pequeño muro, cierra el paso a los malos espíritus. El meten, único recinto cerrado con paredes, se reserva para los matrimonios jóvenes y los partos, en los que el marido asiste a la esposa.

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Bienes de la comunidad

Los pueblos se organizan alrededor de un árbol inmenso, el waringin, bajo cuya copa tienen lugar las danzas y festivales. El templo (pura desa), el mercado (wantilan) y el espacio para las reuniones comunales (balé bandjar) y las peleas de gallos son otros enclaves comunes. El gamelán, la sofisticada orquesta en la que se entretejen gongs, tambores y xilófonos de metal, es patrimonio de la aldea y los músicos, meros usuarios de los instrumentos. El banjar, la asociación de vecinos, resuelve los problemas principales y organiza las fiestas. El subak, la cooperativa agrícola, dispone el reparto del agua y mantiene los canales de riego.

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Espectáculos en la selva

Hace décadas, los viajeros occidentales que de día se extasiaban con el paisaje cultivado, los templos y el arte que impregnaba la vida cotidiana, de noche procuraban no perderse ninguna fiesta. Los isleños tampoco. La música del gamelán, hipnótica y sincopada, discurre entre la lucidez meditativa y el frenesí de un aguacero en la selva. Las danzas suelen recrear dramas de la mitología hindú. En ellas, las fuerzas oscuras amenazan a la humanidad, incluyendo también la que aloja el corazón de cada espectador. El rostro de los actores o sus máscaras transmite serenidad y energía psíquica. Los gestos rituales de las manos (mudras) semejan flores que se abren y se cierran. Los espectáculos se consideran una ofrenda a los dioses. Casi todas estas artes derivan del wayang kulit, el teatro de marionetas en sombras, que llegó del sudeste de la India y que con medios muy modestos cautivaba la atención de una aldea una noche entera.

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Los tres grandes volcanes

Bali evoca la silueta de un pez barrigudo. El ojo es el volcán Gunung Agung (“La Gran Montaña”), de 3142 m y pico sagrado por excelencia. La ceja, el vecino lago Batur, en el interior de una gran caldera a los pies del volcán del mismo nombre. Más al oeste, el brumoso Gunung Batukau (2276 m) parece emerger de un pedestal de arrozales y gigantescos bambús. Hoy como ayer, la campiña en torno a Ubud sigue acogiendo a los amantes de la cultura balinesa, mientras Sidemen e Iseh, menos visitados, ofrecen una alternativa más tranquila.

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Destinos en la costa

Los atolones que protegieron a Bali de las invasiones por mar atraen ahora a los veraneantes. El turismo masivo y el de lujo se concentran en el vértice inferior, no lejos del aeropuerto. Candidasa, al sudeste, ofrece fondos magníficos de coral. La costa norte, menos explotada, guarda joyas como Amed y Pemuteran, una en cada extremo, donde nadar con gafas y aletas, no digamos ya bucear, depara una experiencia inolvidable.

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Un rosario de templos

Los templos (pura) jalonan el paisaje y cada viajero descubrirá su favorito. Puede tratarse de Besakih, el templo madre que venera al gran volcán; el de Tirta Empul en Tampaksiring (en la imagen), donde mana la fuente más sagrada; o el de Ulun Danu, mil veces fotografiado, que parece flotar en las aguas del lago Bratan en un puerto de montaña. Templos que lindan con el proceloso océano, asediados por autocares de turistas, como el fotogénico Tanat Lot; o tomados por los monos, como Luhur Ulu Watu. Y templos anónimos, con sus bajorrelieves tapizados de musgo, donde la lluvia deposita su ofrenda.

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La creatividad balinesa aviva la conciencia

Si se asiste a un espectáculo musical conviene recordar que esa cultura organizada en castas supo sin embargo abolir las fronteras mentales entre las personas. Los estados de trance, tanto entre el público como en un bailarín que se sentía sostenido en su viaje por toda la aldea, eran comunes en los festejos. Las cremaciones, otra impresionante ceremonia a la que merece la pena asistir si surge la ocasión, permiten integrar el más allá en la vida cotidiana y desearle al fallecido un buen viaje.

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Hacia un futuro responsable

Ante la demanda turística, Bali corre el riesgo de convertirse en un decorado hueco servido a un mundo ocioso o voraz. Pero las copias no existirían sin un original. Trabajando la tierra, vivificándola, tejiendo, esculpiendo la madera y la piedra, destilando sonidos áureos del metal, el pueblo balinés alcanzó cotas de belleza inauditas tanto en sus obras como en los medios empleados para producirlas. Aunque sea en bermudas y chancletas, conviene tener sensibilidad para reconocerlo y apreciarlo hasta donde resulte posible.

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