Dentro del Monte Athos, un mundo sin mujeres

Curiosidades, secretos y misterios de un microcosmos religioso que intenta permanecer más allá del tiempo.

Suele decirse que la realidad supera a la ficción. En el caso del Monte Athos, pocos lo dudan. ¿Cabe imaginar, en pleno siglo XXI, un territorio cuatro veces mayor que Formentera donde las mujeres tienen el acceso vetado? Al norte del Monte Olimpo y al este de Tesalónica se extiende la península Calcídica, como la cola de una estrella de Belén incrustada en un flanco de Grecia. El más oriental de sus tres brazos configura la península del Monte Athos. Se trata de un territorio boscoso, pródigo en manantiales, vertebrado por una loma que serpentea a 800 metros de altura y culmina en una afilada pirámide de granito que asciende vertiginosamente desde el mar.

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shutterstock 1701509848. Athos, un monte que evoca a la Virgen María

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Athos, un monte que evoca a la Virgen María

El Monte Athos alcanza los 2.033 metros y su forma cónica puede evocar una gran virgen esculpida por la naturaleza. De hecho los hombres así han querido verla: la llaman la Montaña Santa (Agion Oros), o “la montaña de la Virgen”. Y tanto les ha gustado esa idea que desde el año 1060, merced a una bula del emperador Constantino IX, han sacralizado a su manera ese enclave, no dejando que lo perturbe ninguna mujer de carne y hueso, ni tampoco ningún animal doméstico hembra, salvo las gallinas ponedoras. Quieren a esa montaña virgen y para ellos solos, como un refugio más allá del tiempo, donde consagrarse a la vida contemplativa a salvo de las tentaciones de la materia.

iStock-1172545145. Athos: acceso restringido

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Athos: acceso restringido

No es fácil visitar la montaña santa y los veinte magníficos monasterios o la docena de enclaves eremíticos (skiti) repartidos entre los pliegues de sus faldas. El gobierno de esa república monástica pone trabas burocráticas y solo acepta un número muy limitado de extranjeros al día, si bien los cristianos ortodoxos tienen libre acceso. El visitante debe haber cumplido veintiún años, no ser lampiño y manifestar su intención de ser peregrino. Los salvoconductos poseen una vigencia de cuatro días, prorrogable a seis.

shutterstock 89538493. Gran Laura, el monasterio donde empezó todo

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Gran Laura, el monasterio donde empezó todo

En el año 963, Atanasio de Trebizonda, con el apoyo del emperador Nicéforo II Focas, fundó el monasterio de la Gran Laura al pie mismo de la pirámide pétrea y también la regla que rige la vida monástica. El cuerpo de Atanasio yace bajo la gran cúpula de la iglesia, donde hoy rezan un centenar de monjes. A partir del siglo XIII los conventos se multiplicaron, gracias al apoyo político de Bizancio y las donaciones procedentes del orbe ortodoxo. Por ello, aunque la mayoría sean griegos, Athos posee monasterios de origen ruso (Agios Pandeleimonos), búlgaro (Zografou) y serbio (Helandariou). En el siglo XVI llegarían a contarse treinta mil monjes. Antes de la Primera Guerra Mundial había nueve mil y en la actualidad unos mil cuatrocientos.

shutterstock 1491205958. Karyés, la capital silenciosa

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Karyés, la capital silenciosa

La única carretera pavimentada es muy corta y une el modesto puerto de Daphne con Karyés, la capital administrativa. Al bajar del vetusto autobús sorprende la extraña calma de la pequeña ciudad. Por sus calles jamás ha caminado una mujer ni ha jugado un niño. El silencio en Karyés es una fuerza que parece flotar en el aire y atenuar cualquier sonido. Ahí se reúne cada semana el Iera Synaxis, el órgano de gobierno que cuenta con un representante de cada monasterio. La prioridad sigue siendo proteger Athos de las innovaciones, como si Bizancio estuviese vivo. Y a fe que lo consiguen. Aún rige el calendario juliano, que guarda varios días de desfase con el gregoriano adoptado por Occidente. Como las doce de la noche corresponden a la hora en que se pone el sol, hay que reajustar los relojes cada pocos días. Y las puertas de los monasterios, pequeñas ciudadelas amuralladas, se cierran justamente en ese momento.

shutterstock 618914090. La vida en el monasterio

Monasterio Nuevo. Foto: Shutterstock

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La vida en comunidad

Cada monasterio funciona como una comunidad, dirigida por el higúmeno y en la que conviven monjes, novicios y legos. Desde el siglo XV los conventos podían ser de dos tipos: cenobitas o idiorrítmicos. En los cenobitas no existe la propiedad privada. En los idiorrítmicos, tradicionalmente más ricos, las reglas son más laxas. Un monasterio idiorrítmico puede convertirse en cenobita si lo acuerdan sus miembros, pero el paso opuesto no se autoriza. Así, en 1992 Pandokratoros, el último monasterio idiorrítmico, dejó de serlo, siguiendo los pasos de sus ocho predecesores.

Una vez satisfecho el visado de entrada, el peregrino es alojado y alimentado gratuitamente. Pero no todos los monasterios resultan igual de hospitalarios. Los hay que ponen excusas (“hoy estamos llenos, pruebe en el siguiente”), lo que obliga caminar una o dos horas más por senderos de montaña, o bien ofrecen celdas descuidadas o poco acogedoras. Otros, por el contrario, dispensan una acogida que no tiene precio. Y en ninguno falta el café griego de bienvenida, acompañado por un vasito de excelente tsipouro (aguardiente) destilado por los propios monjes y un dado de loukuomi, gelatina frutal recubierta por azúcar glas.

iStock-517199661. Entre monasterios y senderos

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De monasterio en monasterio

Un servicio de pequeños barcos comunica los cenobios por vía marítima, pero lo habitual es recorrer la península por sus solitarios senderos. Las distancias entre los monasterios fluctúan entre 5 km (el trayecto mínimo) y 60 (Esfigmenou-Agios Paulos). Recorrer en silencio esos caminos seculares forma parte de la experiencia del Monte Athos. Estamos en el “jardín de la virgen” y la frondosa vegetación que trepa desde la misma orilla del mar teje su manto verde. En terrenos ganados al bosque o escalonados en terrazas, los monjes cultivan pacientemente los huertos, guían las parras, seleccionan los rosales o conversan al pie de un ciprés venerable. El aroma de incienso que puede asaltarnos súbitamente en un recodo procede de los árboles de cuya resina se obtiene el benjuí.

iStock-515703249. Entre viñas y delicias casi vegetarianas

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Entre viñas y delicias casi vegetarianas

Todos los viajeros alaban en algún u otro momento la comida, que es bastante vegetariana, con algún pescado ocasional. Los platos son sencillos, pero la pureza y la frescura de unos alimentos de auténtica proximidad depara sabores de otros tiempos. El vino madurado en el Monte Athos también suele ser de notable calidad. En el comedor de los monasterios, durante esa tregua carnal concedida al estómago y al cuerpo, un monje lee en voz alta las sagradas escrituras mientras la comunidad come con diligencia, santiguándose sobre la marcha cuando el texto así lo requiere.

 

GettyImages-1088964798. Pequeñas fortalezas

Monasterio Vatopedi Foto: Getty Images

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Pequeñas fortalezas

Los monasterios son pequeñas fortalezas, con torres de defensa que antaño permitían guarecerse de los piratas. En el gran patio central convergen el refectorio, las celdas y la hospedería. El phiale (lavamanos) y la fuente o pozo sagrado son otros elementos característicos. La iglesia ocupa el centro del conjunto y en torno a ella gravita la vida. Suele ser de planta cuadrada, rematada por una o varias cúpulas. Bajo ese esplendor arquitectónico, el monjes cultiva una actitud receptiva –femenina si se quiere– y se entrega a la voluntad divina. Cada jornada suele tener ocho horas de rezo, ocho de labores y ocho de descanso.

shutterstock 1323058199. Tesoros e iconos

Monasterio de Iviron. Foto: Shutterstock

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Tesoros e iconos

Los tesoros visibles de la santa montaña son de muy diverso tipo. Los iconos de la Panagía Portaitisa (monasterio de Iviron) y la Panagía Koukouzélissa (Gran Laura) se consideran especialmente milagrosos. En ellos, oscuras vírgenes con el cuerpo revestido de oro o plata devuelven la mirada trasmitiendo una serenidad contagiosa. El monasterio de Vatopedi posee una Geografía de Ptolomeo del siglo XII y sus puertas de bronce son las de la iglesia de Santa Sofía en Bizancio. Más de 10.000 manuscritos antiguos se conservan en las bibliotecas, ubicadas generalmente en las torres de homenaje. Las exquisitas miniaturas de los códices encierran probablemente más belleza y significado de lo que se puede aprender en una vida.

iStock-177827969. Monasterios y colores frente al mar

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Monasterios y colores frente al mar

Los monasterios están pintados con vivos colores. La torre roja de Filotheou, con su cúspide hexagonal puntiaguda, se antoja el sombrero de un personaje de cuento infantil y sus dos ventanales parecen ojos. El de Agios Pandeleimonos, con sus cúpulas verde brillante coronadas por cruces y sus paredes amarillo limón y granate, podría haber inspirado a los dibujantes de Walt Disney. Cuando se admira Simonos Petra y sus siete pisos de terrazas suspendidas sobre el vacío, encima de una muralla donde cabrían algunos más, es fácil evocar el palacio tibetano del Potala. Por algo estamos en un estado monástico que se diría enrocado en la Edad Media. ¡La fe salva montañas! ¿Qué sería del Monte Athos sin ella? Sus monasterios tal vez se reformarían para acoger hoteles de lujo o paradores, cada uno con su náutica, su piscina, su gimnasio y un esmerado servicio de habitaciones. 

Desde las terrazas del monasterio de Grigoriou se podría saltar a un mar profundamente azul. Contemplando desde una de ellas el trepidante centelleo del sol en la superficie del agua, le preguntamos al padre Simeone, un monje peruano, si nunca bajaban a nadar. “Nosotros nos bañamos en otros mares”, respondió con discreción.

GettyImages-1088976800 (2). Monasterios y colores frente al mar

Monasterio de Agio Annas

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Athos y los espacios infinitos

Es verano y al amanecer nos despierta el golpeteo de la simandra, la tabla de madera que reemplaza a las campanas y marca las horas y los oficios en el Monte Athos. Según se dice, es lo que usó Noé para llamar a los animales al Arca. Los monjes, cual sombras presurosas, ocupan sus asientos y nosotros hacemos lo propio. Las salmodias tienen una cadencia de mantras y van aquietando la mente. Bajo su hipnótico ritmo se diría que la acción y el pensar no son las principales capacidades humanas: también existe la atención tranquila. A intervalos regulares, un monje sacude el incensario ante cada asistente, envolviéndole en volutas de humo perfumado. Poco a poco se abre paso una de las enseñanzas arquitectónicas y espirituales de estos lugares: los espacios interiores pueden ser infinitos.

“Tendrían que venir en Navidad. El invierno aquí es lo mejor del año”, nos dice el padre Simeone. Como esos días el sol se pone muy pronto, los monjes se levantan ocho horas después, antes de las dos de la madrugada, y proceden a las oraciones en común. Esa es quizá su apuesta más intrépida. El mundo duerme, sumido en la noche y el frío más profundos, y ellos aprovechan ese momento de máxima quietud para velar y adentrarse en el misterio de la oscuridad o en el origen de una luz que va más allá del sol. No son físicos ni astrónomos, quizá no distinguen entre lo exterior y lo interior. Pero les sostiene la amorosa negrura de María y les guía la imagen del Pantocrátor (“todopoderoso” en griego), ese Cristo en Majestad que representa el principio y el fin del universo y que señala un camino desde la cúpula principal de sus viejas naves.