Silbe la canción Moon River, y si no se la sabe bien, búsquela en internet, porque es fundamental para recrear la escena: amanece y las calles de Nueva York están vacías. Un taxi se detiene y de él baja una joven. Se le ve elegante con su vestido negro y sus guantes de fiesta. Lleva gafas oscuras y parece que el día le sorprendió. Camina por la acera y se acerca a un edificio. En un rótulo de la fachada leemos que se trata de la tienda de Tiffany & Co. De una bolsa de papel saca un cruasán y un café. La vemos desayunar en el reflejo del escaparate. Ella es Holly Golightly. Lo que no sabemos es por qué le gusta desayunar frente a esta tienda.
Desayuno de lujo en Tiffany
La escena es la inicial de la película Breakfast at Tiffany's (Desayuno con diamantes, en España y Desayuno en Tiffany's, en Hispanoamérica). Desde su estreno en 1961, son muchos los mitómanos que han querido desayunar como Holly Golightly -o como Audrey Hepburn, porque aquí los límites se vuelven difusos- frente al famoso escaparate de la Quinta Avenida, en Nueva York. Ahora, quien lo desee, incluso, podrá desayunar dentro del establecimiento. El Blue Box Café se ha abierto en la cuarta planta de la mítica tienda para que puedas tener tu propio desayuno con diamantes.
La nueva planta se abre como una ventana al mundo de Tiffany. Se asciende por una escalera impresionante de mármol que presenta un moderno diseño con tres cadenas de lámparas de casi cinco metros de largo, creadas por el dúo parisino Ronan y Erwan Bourollec. Al llegar a la cafetería parece que acabamos de entrar en una de esas icónicas cajitas azules con las que la marca entrega sus codiciadas joyas.
Cualquiera de esas mesas disponibles haría las delicias de Holly Golightly, la protagonista de Desayuno con diamantes. La película fue una adaptación libre de la novela homónima de Truman Capote, que mientras la escribía pensó en su amiga Marilyn Monroe para encarnar a la protagonista; pero entonces llegó Audrey Hepburn y pasó a la historia por la elegancia que transmitió a su personaje: una chica de compañía, soltera y libre -se niega a dar nombre al gato con el que vive en su alocado apartamento porque dar nombre es, en definitiva, poseer-, enamoradiza, alocada, algo melancólica y que sabe llamar a los taxis de Nueva York con un fuerte silbido. Un arquetipo de mujer liberada de los años 60 que cambió el paradigma femenino de Hollywood. Pero, ¿por qué una mujer así siente fascinación por las joyas del escaparate de Tiffany?
Nueva York es un escenario
Aunque la película se rodó en su mayor parte en los estudios de la Paramount, sus secuencias en tecnicolor nos muestran como pocas la esencia de Nueva York. A parte de la Quinta Avenida donde se encuentra la famosa tienda de Tiffany con la que se abre la película, aparecen escenarios como el Upper East Side donde vive Holly Golightly, el edificio Seagram diseñado en los 50 por el arquitecto alemán Mies van der Rohe, la Biblioteca Pública de Nueva York, o, por supuesto, el Central Park, se convierten en escenarios de Desayuno con diamantes.
Precisamente, el nuevo espacio creado por Tiffany tiene excelentes vistas a Central Park. Un lujo de paisaje para acompañar un desayuno mítico: café o té, fruta de temporada que se puede completar con la elección de waffle con crema, salmón ahumado, bagels, huevos con trufa o tostada con aguacate, y, por supuesto, un cruasán como el que come Holly en el inicio de Desayuno con diamantes (unos 29 dólares de coste). Quien no llegue a tiempo al desayuno, puede optar por el almuerzo de precio fijo y que consta de entrante y primer plato.
Los desayunos que sirven en el Blue Box Café son mucho más elaborados que los que Holly Golightly toma frente a un escaparate. Pero, ¿por qué una joven tan libre y desprendida tiene la costumbre de desayunar frente a Tiffany & Co.?
Holly Golightly esconde su vulnerabilidad y sus temores en una suerte de libertad sin compromisos y en un apartamento amueblado como si estuviera en él de paso. En realidad, ella -como muchas otras personas- tiene miedo a los días rojos. “¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?”, le pregunta a Paul Varjak, el protagonista masculino, en uno de los diálogos más conocidos de la película. Los días rojos son esos en los que te levantas y tienes miedo pero no sabes a qué, y sientes la soledad. El escaparate de Tiffany es su antídoto: “Me calma los nervios enseguida. Es tan silencioso y soberbio. Allí no puede ocurrir nada malo”, explica. Y nosotros le creemos y, entonces, queremos ir a Nueva York, a la Quinta Avenida, y tener nuestro propio desayuno con diamantes.