Normandía
esa región de Francia tiene otra cara más bucólica, la del interior verde y húmedo, tapizado de prados repletos de vacasAlta Normandía, que incluye los departamentos de Seine Maritime y EurecolombageEn la Baja Normandía abundan las ciudades episcopalesla douceur de vivre
evoca en muchos escenas bélicas trepidantes de soldados, barcos y aviones sobre el Desembarco aliado que desencadenó el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero
. La dualidad de la región ostenta sello oficial: la
, se parece poco a la Baja Normandía, integrada por los departamentos de Calvados, Orne y Manche. En la primera se codean las playas y ciudades más elegantes, como Honfleur, Trouville y Deauville que lucen casas ricas de entramado visto (
), tejados rojizos y muchas flores.
(Bayeux, St Lô, Coutances), las aldeas campesinas y las granjas dispersas, con tejados de pizarra brillando como espejos bajo una lluvia familiar. Dos paisajes diferentes, pero animados por «
», una dulzura que atrajo a pintores impresionistas y a escritores geniales.
La puerta de entrada a Normandía bien pudiera ser la ciudad de Rouen, la capital. Quien se adentra por sus calles podría pensar que se halla en algún bulevar parisino. Estudiantes bulliciosos van y vienen de la Puerta del Reloj a la Catedral que Monet retrató con obsesión –pintó 28 versiones de la fachada–. El templo, arropado por casas de colombage y anticuarios, es una estampa medieval. Cuando los ingleses asaron viva a la Pucelle (Juana de Arco) en el Vieux Marché, el casco viejo de París y el de Rouen debían de parecerse mucho; Rouen lo ha recuperado, tras las bombas de 1944.
La costa de alabastro
A pocos kilómetros de Rouen y del sinuoso valle del Sena, se abre como un abanico de piedra la Côte d’Albâtre (Costa de Alabastro). Allí están los acantilados de Étretat, que sedujeron a Monet, Courbet y un Boudin ya otoñal. Los dos primeros copiaron en sus lienzos el acantilado de Aval, con el arco natural de la Porte y l’Aiguille, una aguja de 70 metros de alto. Boudin se interesó más bien por las playas y el trajín de barcas y bañistas, y el telón de fondo de elegantes villas. A 10 kilómetros de Étretat, Fécamp se había puesto de moda entre políticos y financieros, cuyo rastro siguieron avispadamente pintores como Edouard Manet y la dulce Berthe Morisot, que plantaban sus caballetes uno junto al otro, el verano de 1880. Fécamp había sido faro de peregrinos, gracias a una reliquia de la Preciosísima Sangre, que según la leyenda fue botada al mar por un sobrino de José de Arimatea. La reliquia se veneraba en una abadía de monjes cluniacenses ya en 1003. En el siglo XVI, uno de esos monjes inventó un brebaje de hierbas, el licor Benedictine, que ahora se elabora en el Palais Benedictine, bajo bóvedas neogóticas y a escasos metros del puerto.
Hay que pasar por Le Havre, segundo puerto de Francia –y cuyo legado histórico fue barrido por las bombas– para llegar a Honfleur, en el estuario del Sena, que tuvo la suerte de quedar intacta. Pasear por los muelles hasta la iglesia tallada en madera de Sainte Catherine es como volver al pasado. A la época en que partieron del Vieux Bassin los fundadores de Canadá, a finales del XVI; o a los albores del XIX, cuando llegaron William Turner y otros paisajistas. El pueblo de Honfleur apenas ha cambiado. Hay muchos turistas y tiendas de recuerdos, y la obra de Eugène Boudin tiene su propio museo. Pero el olor a moules-frites (mejillones y patatas fritas) y crevettes (gambas) de los muelles es sin duda el mismo desde hace décadas.
Un paisaje impresionista
En esa orilla sur del estuario comienza la llamada Côte Fleurie o costa de las flores.Trouville fue la primera en ponerse de moda, hacia 1840, cuando se anunciaba como la playa más bella de Francia. La aldea de pescadores se convirtió en pueblo de artistas gracias a pintores como Corot, y a escritores como Alexandre Dumas y Gustave Flaubert. A Trouville está prácticamente unida Deauville, en boga años más tarde tras la apertura del balneario, el casino, el hipódromo y la línea de tren con París. Deauville sigue siendo un escaparate de vanidades, con sus salones de té, sus boutiques y sus famosas planches de madera al borde de la playa, por donde desfilan cada septiembre los famosos del Festival de Cine Americano.
El Mont St-Michel es un lugar enigmático, de los más visitados de Francia
Tras pasar por Cabourg, en cuyo Grand Hôtel Marcel Proust escribió muchas páginas de A la búsqueda del tiempo perdido (1908-1922), un breve tramo hacia el interior nos acerca a Caen, capital de la Baja Normandía. Por desgracia, las bombas borraron su antigua fisonomía, apenas detectable en los restos del recinto amurallado y algunas iglesias.
Suerte bien distinta corrió el pueblo de Bayeux, que conserva su sabor campesino y feudal en torno a una catedral donde todos los estilos han metido mano. En su Musée de la Tapisserie se puede ver el mal llamado Tapiz de la Reina Matilde, que en realidad es una tira de tela bordada a mano, una especie de cómic donde Matilde narra las pillerías de su esposo Guillermo el Conquistador.
En la frontera, casi como un mojón, se alza el Mont St-Michel
Otras ciudades episcopales, con catedrales inesperadas como las de Coutances, Avranches y St. Lô, nos llevan nuevamente a la costa y al límite de Normandía con Bretaña.
. Una montaña mágica que parece un espejismo, aislada del continente por marismas y mareas salvajes, que se retiran hasta una veintena de kilómetros y regresan «como un caballo a galope»; eso dicen por allí, y es cierto, hay que tener cuidado en no alejarse de la carretera que hace de cordón umbilical cuando el monte se convierte en isla.
El Mont St-Michel es un lugar enigmático, de los más visitados de Francia. El halo de misterio que atrajo a peregrinos medievales imanta ahora a riadas de visitantes, que cruzan el puente levadizo de la Puerta del Rey y enfilan la Grand Rue para escalar el Grand Degré, unas escaleras interminables, y ascender hasta la abadía. El premio es, para muchos, de índole espiritual. Para casi todos, la recompensa aguarda abajo, en los figones que sirven corderito de pré salé (los prados salados de la marisma), o en las untuosas tortillas que sirven en La Mère Poulard, toda una institución. El hecho es que en Normandía las delicias espirituales y artísticas se funden como gotas de lluvia con las alegrías terrenales, y a poder ser comestibles.
PARA SABER MÁS
Documentos: DNI.
Idioma: francés.
Moneda: euro.
Cómo llegar: En avión primero hasta París y después en tren hasta Rouen, donde puede alquilarse un vehículo. El aeropuerto de Caen recibe vuelos de Madrid vía Lyon. A París también se puede viajar en tren de Alta Velocidad con Renfe y SNCF en Cooperación.
Cómo moverse: El coche de alquiler es el medio más práctico. También funcionan autobuses locales y tren. Una forma atractiva de conocer áreas naturales es seguir itinerarios senderistas (el GR 21, en la Costa de Alabastro), en bicicleta o a caballo.