Australia

El Desierto Rojo australiano

Recorrido por el corazón aborigen de la gran isla continente

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Mapa: BLAUSET

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Los principales enclaves

1. Alice Springs. Capital de la región, tiene galerías de arte y tiendas de artesanía aborigen, así como varios museos.

2. P. N. West MacDonnell. La laguna de Ellery Creek Big Hole y el desfiladero Glen Helen son dos de sus atractivos.

3. P.N. Uluru-Kata Tjuta. El monte Uluru (Ayers Rock) y el Kata Tjuta son la gran atracción de este parque.

4. P.N. Watarrka. Es la reserva que protege el Kings Canyon, un cañón de 270 metros de profundidad y paredes rojizas.

5. Devil’s Marbles. Estas piedras gigantes de forma redondeada se localizan 390 km al norte de Alice Springs.

6. P. N. Kakadu. El desvío hacia esta reserva de ríos, selvas y cocodrilos se encuentra en la ruta norte.

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Monte Uluru

Las luces del alba y del ocaso intensifican el color rojizo de este monte considerado sagrado por los aborígenes. En realidad es solo la parte exterior de una roca enterrada.

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P. N. West MacDonnell

El desfiladero Glen Helen Gorge es el pasadizo por el que el río Finke atraviesa estas montañas. Se halla a 2 km de otro cañón impresionante, el Ormiston Gorge.

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Australia para intrépidos

Las opciones de aventura «controlada» son múltiples: los vuelos en globo aportan una perspectiva diferente de la llanura salpicada de oasis. Los camellos, traídos de Afganistán en 1860 para construir la línea de tren, permiten descubrir el territorio sin el estrépito de los motores. Pero la gran aventura sigue siendo adentrarse en el desierto en todoterreno.

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P.N. Uluru-Kata Tjuta

Los cuatro senderos que rodean el monte Uluru pasan junto a grutas con pinturas rupestres y arboledas de acacias. Los aborígenes no aprueban que se ascienda la montaña.

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Parque Nacional Watarrka

La ruta de 6 km que recorre el borde del Kings Canyon se asoma a precipicios de hasta 270 m de profundidad. La zona es el hábitat de 600 especies de vegetales y animales endémicos. El parque se localiza 320 km al sudoeste de la ciudad de Alice Springs.

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Kings Canyon

Los muros rojizos de este cañón encauzan un arroyo normalmente seco. En un extremo, unas escaleras bajan al Jardín del Edén, un rincón de verdor.

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Ellery Creek Big Hole

Esta laguna de agua helada es una refrescante etapa en la carretera Namatjira, una de las rutas panorámicas que atraviesa los montes MacDonnell.

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Arte aborigen

Los abrigos rocosos de Uluru y los montes MacDonnell albergan pinturas con más de mil años en las que los pobladores originales de Australia representaban su cosmogonía. En los últimos cincuenta años los aborígenes han desarrollado una escuela pictórica moderna que usa el lenguaje de puntos y signos de sus antepasados.

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Devil’s Marbles

La tradición aborigen cuenta que estas piedras gigantes son los huevos de una serpiente mitológica.

La colina Anzac, que domina Alice Springs, un milagro de civilización que brotó cerca del centro geográfico de Australia hace poco más de un siglo, nunca obtendrá una reseña en los libros por su elevación. El promontorio sirve, sin embargo, para hacerse una idea rápida del territorio más enigmático –por sus orígenes y su paisaje– de la isla continental. La vista abarca el cauce casi siempre seco del río Todd, el desierto que rodea la ciudad y, a oriente y a occidente, la promesa verde de la cordillera MacDonnell, una sucesión de cañones que sustentan oasis en sus entrañas. Desde lo alto de la loma, cuando se pone el sol, el corazón rojizo de Australia se despliega en todas direcciones.

La ciudad de Alice Springs, nacida como estación del telégrafo que se tendió en 1872 para romper el aislamiento de la joven nación, prosperó después de la Segunda Guerra Mundial gracias al turismo. Convertida en sinónimo de capital del Outback, el término con que los australianos denominan el interior de Australia, Alice Springs ofrece hoy en día todo tipo de facilidades para adentrarse en un territorio que ha hecho de su remota situación un atractivo irresistible para visitantes de todo el planeta.

La capital del centro rojo

En la imaginación de los australianos, Alice Springs remite a lo más salvaje del Outback y apela al espíritu pionero que llevan dentro. La región se distingue, además, por el tono granate de la tierra vieja, recubierta por una capa polvorienta de óxido de hierro; por esa razón recibe el nombre de «Centro Rojo». En una zona aproximada de unos 500 kilómetros a la redonda desde Alice Springs, la tierra enrojece mostrando una de las senectudes geológicas más bellas del planeta. Esos rasgos fueron forjados hace cientos de millones de años cuando la India, Sudamérica, África, Australia y la Antártida eran vecinos en el megacontinente Gondwana y que, desde entonces, han sido moldeados por la erosión del viento y el agua.

Las calles de Alice Springs son un estallido de colores gracias a los talleres de pintores aborígenes, que tras décadas de dominación han logrado convertir la ciudad en un escaparate de su potencial artístico. Parada estratégica del tren que atraviesa verticalmente el país y de la Stuart, la carretera de más de 3.000 kilómetros que une Adelaida con Darwin, Alice Springs supone la base natural para explorar el Centro Rojo. Alquilar un coche es la mejor forma de recorrer la ruta más o menos circular que empieza en el Parque Nacional West MacDonnell, hacia el oeste, y baja al sur hacia Ayers Rock, donde se halla la roca mágica de Uluru.

Desde Alice Springs, en menos de cuatro horas de conducción se llega a la garganta Glen Helen. Ahí acaba el tramo pavimentado que penetra en la sierra occidental MacDonnell y que traslada a un territorio de ensoñación, un mundo de riscos y cañones salpicado con lagunas y oasis de vegetación, como el Valle de las Palmeras a la vera del río Finke. Los montes MacDonnell a veces evocan un paisaje alpino en miniatura, otras parecen extraídas de un film del Oeste americano.

Glen Helen cuenta con una de las charcas permanentes más grandes de la zona y un barranco reconocible en las acuarelas de Albert Namatjira, el pintor aborigen más famoso. Las charcas o waterholes para los lugareños, alimentan la vida en la región, no solo de los escurridizos wallabies de roca –el marsupial símbolo del país– o los eucaliptos que resisten las sequías. En tiempos no tan lejanos eran los abrevaderos de los aborígenes, que se desplazaban por el territorio sin cargar agua. Para los exploradores, como el testarudo escocés John Stuart, que en 1862 completó sus expediciones para abrir el norte de Australia, significaban la supervivencia.

Desde Alice Springs, el primer punto de interés de los MacDonnell es la brecha Simpsons, un lugar bucólico en el que los australianos se entregan a su pasión culinaria, las barbacoas, en las zonas permitidas. Más impresionante es el cercano desfiladero Standley, un precipicio de más de 80 metros de altura. Otras paradas son la gran laguna de aguas heladas de Ellery Creek, los acantilados de Ormiston y las Ochre Pits (canteras ocres). Goose Bluff, accesible únicamente en vehículo todoterreno o en helicóptero, es el cráter originado por el impacto de un cometa hace 120 millones de años.

Desde la sierra occidental MacDonnell se puede ir directamente a Ayers Rock por pistas de tierra a través del Kings Canyon, otra visita imprescindible, pero es más recomendable regresar a Alice Springs y retomar la carretera Stuart. Los más de 500 kilómetros hasta Uluru permitirán descubrir la belleza y la soledad del Outback. En las cunetas de tierra rojiza se divisan mojones de barro compactado que en realidad son termiteros de dimensiones gigantescas. Con suerte se avistan canguros rojos, la especie más grande de este marsupial, y quizá algún grupo de camellos salvajes.

Un iceberg de arenisca

A mitad de camino, el monte Conner surge en medio de la llanura como una protuberancia que anticipa el espectáculo de la naturaleza de Uluru. Si el Conner es una montaña, Uluru es un monolito, tallado de una sola pieza. Uluru condensa la esencia del centro de Australia. La roca, de la que solo se ve una parte mientras el resto está enterrado, como un iceberg terrestre, está formada por una arenisca llamada arcosa, de color grisáceo. El tono entre anaranjado y rojizo, según la luz del día, lo confiere la capa de óxido de hierro que se ha ido acumulando durante millones de años, después que el monolito emergiera del mar interior que era esa zona.

Uluru hiptoniza, transmite energía y un halo de misterio gracias a su aspecto cambiante, que alcanza su esplendor al alba y al atardecer. Entonces es cuando su tonalidad granate resalta contra un cielo cobalto en una sincronizada comunión que los aborígenes interpretaron como la interacción entre el cielo masculino y la tierra femenina. De ahí el carácter sagrado de la roca y que los aborígenes contemplen con disgusto la ascensión a la cima, resbaladiza y dura si hace calor, con un desnivel superior a los 800 metros.

La altura del símbolo más internacional de Australia basta para atraer y retener nubes, crear un vergel alimentado por charcas permanentes, y sostener bosques de roble del desierto, mulga –un matorral autóctono cuya madera se aprovechaba para tallar los bumerán– y spinifex, una hierba punzante que ahuyenta a los mamíferos. Ese frágil ecosistema ha dado lugar a una fauna endógena muy diversa, con más de 70 especies de reptiles y una quincena de serpientes. El mole, una especie de topo, y los lagartos que se mimetizan con las dunas rosadas, son los más fáciles de ver.

El valle de los vientos

La fama de Uluru resta protagonismo a otra maravilla natural cercana, Kata Tjuta, un conjunto de 36 montes que se yerguen como cabezas orondas y pulidas. Ninguno alcanza la majestuosidad de Uluru, pero la caminata por el Valle de los Vientos, donde se escuchan los susurros del aire entre guijarros y bosques de eucaliptos de corteza blanca, introduce una nueva dimensión a la escapada por el centro rojizo de Australia. Uluru y Kata Tjuta recuerdan las edades de la tierra, la evolución de lo que fueron cimas descomunales en los albores de la geología y que han ido menguando, cincelándose y tiñéndose.

La tierra de Uluru pertenece legalmente a los aborígenes anangu y eso brinda una de las mejores oportunidades para descubrir su cultura, sobre todo las técnicas para encontrar y recoger frutos, semillas y delicatessen como las hormigas de miel, imprescindibles en su dieta. Los anangu eran recolectores o bush tuckers y renunciaban a la labranza con el argumento de que no se podía ofender a la madre tierra. Además, veneraban los accidentes geográficos, que habían dibujado los ancestros del Tiempo de la Creación en sus paseos míticos.

Ya de regreso, el monolito de Uluru se difumina hasta semejar un espejismo oscuro que un fuerte viento podría arrancar de cuajo. Tras un desvío de unos 200 kilómetros, la magia se recupera en el Kings Canyon, una garganta de paredes rojizas de casi 300 metros de profundidad. El corazón de Australia es así, un desierto de dunas y arbustos que esconde parajes sorprendentes. Dentro del Parque Nacional Watarrka, Kings Canyon acoge cascadas como las Keter, depósitos de fósiles a la vista y un lecho seco de río con árboles del tamaño de bonsáis.

Como en toda la región, las caminatas son la opción más recomendable en cuanto se desciende del coche. Se requieren unas cuatro horas para recorrer la cresta del Kings Canyon y admirar de forma privilegiada la abrupta ruptura de la tierra. Mucho más corto es el paseo que lleva al Jardín del Edén, un vergel repleto de flores y helechos que prueban una vez más la frondosidad que las aguas subterráneas sustentan en este medio árido.

De vuelta a Alice Springs, las opciones aún son múltiples. Al este, solo para aventureros, se halla el pueblo fantasma de las minas de Arltunga y la sierra oriental MacDonnell. Al sur, el pilar Chambers, una torre de arenisca en la que los exploradores grababan su nombre para dejar constancia de su paso. Y al norte, la carretera asfaltada que conduce hacia el océano, hacia la ciudad de Darwin, a 1.400 kilómetros, y al selvático Parque Nacional Kakadu, la mayor reserva natural de Australia.

Al poco de comenzar la ruta del norte, el mirador que marca el paso por el Trópico de Capricornio advierte de los cambios que se avecinan. La tierra irá perdiendo su rojez con la humedad y las fondas locales o roadhouses serán las principales distracciones; algunas tienen corrales con emúes, otras avisan de la presencia de ovnis y otras regalan café a cambio de un rato de compañía. El reto son los road-trains, camiones que arrastran hasta cuatro trailers de carga, una pesadilla para los adelantamientos.

Pero el corazón rojo de Australia guarda una última sorpresa a casi 400 kilómetros de Alice Springs: las Devil’s Marbles, unas bolas gigantes que parecen caídas del cielo. La verdad es que fueron erosionadas y partidas bajo el suelo hasta que, poco a poco, fue desapareciendo la capa de tierra que las cubría y acabaron por quedar expuestas al aire libre en formas inverosímiles. Otro guiño geológico más de una tierra única e imborrable.

Para saber más

Documentación: pasaporte.

Idioma: inglés.

Moneda: libra australiana.

Diferencia horaria: 8 horas más.

Salud: Durante las excursiones conviene protegerse del sol y beber mucha agua. En algunos ríos y lagos el baño está prohibido por los cocodrilos.

Cómo llegar: Desde España, el trayecto más directo es volar a Darwin vía Singapur y normalmente con un paso previo por una ciudad europea. Darwin tiene conexión diaria con el aeropuerto de Alice Springs, 1.490 km al sur. La terminal se halla a 15 km de la ciudad; dispone de servicio de lanzadera y taxis.

Cómo moverse: En Alice Springs se alquilan vehículos todoterreno y autocaravanas. La alternativa es contratar salidas organizadas de uno o varios días. También es posible alquilar un coche y contratar servicios para días concretos.

Alojamiento: Los lodges en medio de los parques son la opción más confortable. También hay campings y zonas de acampada sin servicios. Existen empresas que alquilan el equipo de camping.

Web Oficial de el territorio Norte de Australia

Web Oficial de Turismo del Gobierno de Australia

Web Oficial de Parques Nacionales de Australia