
Detrás de la bella imagen de pueblo rodeado por cimas alpinas, la capital del Tirol austriaco conserva un apabullante patrimonio, fruto de su estrecha vinculación con la dinastía de los Habsburgo. Cuando esta familia accedió al poder de Austria en el siglo XIII, muchos de sus soberanos escogieron esta ciudad del oeste del país como una de sus predilectas y se encargaron de embellecerla con palacios barrocos y grandiosas iglesias. Ya entonces era famosa por su puente medieval sobre el río Inn –del que deriva su nombre– y como cruce de rutas comerciales entre Baviera e Italia. En la actualidad, Innsbruck exhibe este pasado imperial, pero también una animada atmósfera universitaria, una decidida apuesta por la arquitectura contemporánea y una atractiva oferta de actividades para realizar en los cercanos Alpes.
Hofburg. La visita a Innsbruck comienza en el Hofburg o Palacio Imperial, la mejor muestra del esplendor que rodeaba la vida de los emperadores de Austria y soberanos del Tirol entre los siglos XIII y XX. El conjunto empezó a erigirse en 1453, aunque su interior rococó responde a las reformas ordenadas por la emperatriz María Teresa a mediados del XVIII. En verano, su patio acoge actuaciones del Festival de Música Antigua de Innsbruck, un evento que desde 1963 ofrece representaciones que recuperan el espíritu musical del Renacimiento y el Barroco en la ciudad.
Hofkirche. A poca distancia se halla la Hofkirche o Iglesia de la Corte, cuyo interior acoge el cenotafio de Maximiliano I, el monumento fúnebre imperial más importante de Europa. Lo ordenó construir en 1553 su nieto, Fernando I de Habsburgo. En el centro de la iglesia se sitúa el sarcófago y, sobre éste, la figura del emperador arrodillado. Lo custodian 28 esculturas de bronce y tamaño natural de soberanos del siglo XVI, entre ellos, el rey Fernando el Católico y su hija Juana la Loca. Uno de los artistas que trabajaron en el conjunto fue Alberto Durero (1471-1528), que también contribuyó en la decoración de la torre Stadtturm del Ayuntamiento Viejo. No hay que abandonar el templo sin dedicar unos minutos a contemplar la bonita Silberne Kapelle (Capilla de Plata), donde reposan el archiduque Fernando II de Habsburgo (1578-1637) y su esposa.
Museo del Tirol. La antigua armería de Maximiliano I, a un par de calles de la Hofkirche, acoge desde 1823 el Tiroler Landes Museum, llamado Ferdinandeum en honor del emperador Ferdinand II (1529-1595), gran coleccionista. Reformado y ampliado en 2007, exhibe desde esculturas de la época romana a objetos barrocos, piezas de artesanía e instrumentos musicales, además de obras de maestros holandeses como Rembrandt y Brueghel, y de artistas austriacos del siglo XX como Klimt y Schiele.
Catedral de St. Jakob. Es otra de las joyas de Innsbruck y uno de los templos catedralicios más grandiosos del Tirol. En su interior barroco alberga la tumba del emperador Maximiliano II, pero lo que más admiración provoca son los frescos de la bóveda, con escenas de la vida de san Jacobo, y el cuadro Virgen y niño del altar Mayor, obra de Lucas Cranach el Viejo (1472-1553).
Ayuntamiento Viejo. Este edificio del siglo XVIII proporciona un magnífico telón de fondo a la Catedral. Considerado entre las obras civiles más bellas de Austria, tiene escalinatas y salones con estucos, relieves y frescos. Cerca se sitúa el Stadtturm, un mirador del siglo XVI y 56 metros de alto.
Tejadillo Dorado. En la misma Herzog-Friedrich Strasse y flanqueado por edificios con soportales, se halla el Goldenes Dachl, el lugar más fotografiado de la ciudad. Este balcón recubierto por 2.657 tejas de cobre dorado fue añadido a un palacete por orden de Maximiliano I en 1493 para contemplar los festejos de su boda con Bianca de Sforza.
Maria-Theresien Strasse. Más allá de la calle Burggraben, literalmente «foso de la fortaleza», se abre esta avenida que tiene un Arco de Triunfo en el centro. Lo mandó erigir la reina María Teresa para la boda de su hijo Leopoldo en 1765. En esta vía también se suceden casas con fachadas barrocas de colores. Muchas de ellas alojan bares y restaurantes que ofrecen especialidades tirolesas como la trucha con arroz, el estofado de venado y el specknödel, a base de panceta. Son típicos también el queso de montaña Tiroler Graukäse, el licor de hierbas almdudler y el refrescante cóctel spritz.
A partir de aquí se despliega el Innsbruck que mezcla edificios de los siglos XVIII y XIX con obras contemporáneas. Es el caso de las galerías comerciales Rathausgalerien, diseñadas por el arquitecto francés Dominique Perrault (Clermont-Ferrand, 1953), cuyo Panorama Café regala espectaculares vistas. Tampoco pasa desapercibido el estilo innovador de los almacenes Kaufhaus Tyrol, obra de David Chipperfield (Londres, 1853).
Trampolín de Bergisel. Las obras más rompedoras hay que buscarlas en los alrededores de la ciudad, casi todas firmadas por la arquitecta británica de origen iraquí Zaha Hadid (Bagdad, 1950). Entre estos diseños se halla el nuevo trampolín de salto olímpico de la colina Bergisel. Fue realizado para recordar al mundo que la sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1964 y 1976 sigue siendo un referente de los deportes de nieve.
Funicular Hungerburg. Posteriormente llegó el funicular que conecta en solo siete minutos el Palacio de Congresos (en pleno centro) y el monte Hungerburg, del que salen los teleféricos a las cumbres. Aunque está pensado para facilitar la subida a los que combinan el paseo por Innsbruck con actividades de montaña, sus cuatro estaciones atraen cada año a miles de aficionados a la arquitectura.
Palacio de Ambras. Al sur de la ciudad se emplaza este hermoso castillo, imprescindible en la visita a Innsbruck. Lo forman dos edificios unidos entre sí: el construido sobre el original del siglo XII, y otro del XVI. Entre sus estancias sobresalen la Armería, la Cámara de las Maravillas, el Salón Español y los retratos de los Habsburgo, pintados por artistas de la talla de Lucas Cranach el Viejo, Rubens y Velázquez. Contemplar desde su jardín el paisaje envolvente, salpicado por pueblecitos de montaña, es el mejor final para este recorrido.
PARA SABER MÁS
Cómo llegar: Desde España no hay vuelo directo a Innsbruck y lo habitual es volar vía Salzburgo (a 185 km), Viena (477 km) o la alemana Múnich (166 km). Sus aeropuertos cuentan con líneas de autobús que llevan a la capital tirolesa.
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