Asun Luján
Periodista redactora de Viajes National Geographic
Actualizado a
La ópera nació para aunar música con poesía, teatro y escenografía. Por eso, cuando en los teatros la intensidad de la luz desciende y el ruido en la sala se atenúa, el público se prepara para vivir una experiencia artística completa. Los toques de batuta del director en el atril son la señal de inicio de un viaje sensorial, tal vez al Japón de Madame Butterfly (Puccini), a la Sevilla de Las bodas de Fígaro (Mozart) o al esplendoroso París de La traviata (Verdi). En su origen estas representaciones eran un privilegio reservado a las cortes reales, hasta que en 1637 abrió el primer teatro público para ópera, el San Cassiano de Venecia, y se pusieron de moda. Hoy por todo el mundo perviven históricos y suntuosos teatros de ópera, a la vez que se construyen otros de diseño contemporáneo. El atractivo de estos espacios, aun sin ser aficionado, lleva a incluirlos entre las visitas de interés de muchas ciudades.