A finales de otoño, ansioso, sin esperarse siquiera al invierno astronómico, Val d’Aran (nombre oficial de esta comarca leridana) se arropa con un lienzo blanco que la cubre por completo. Cae la nieve en copos volanderos que parecen de muesli y tapan soberbios paisajes verdes durante el siguiente medio año. Se cubre el valle de un glaseado que lo transforma. Pasa de unos prados deslumbrantes de esmeralda y unas montañas de color hierro a una fina capa de agua solidificada que, de manera singular, provoca que Arán se active. Seguramente, en ningún otro sitio de la cordillera pirenaica es tan válida la metáfora de oro blanco. Aquí la economía se engrana con la llegada del «mal tiempo», el frío pone en marcha este pequeño país, la nieve es el motor aranés.