Marismas y mucho más

Doñana: la guía definitiva para descubrir (y valorar) este parque nacional tan singular

Este laberinto de dunas y marismas, el humedal más importante de Europa, acoge una fauna extraordinaria.

La naturaleza es una escultora terca. En su desembocadura, al río Guadalquivir no le importó que, hace 18.000 años, el mar lo inundara todo. Siguió aportando sedimentos como una hormiguita que traslada granos de arena hasta rellenar buena parte del nuevo estuario y así configuró las marismas de Doñana que hoy son uno de los humedales clave de España y uno de los espacios naturales más valiosos de Europa. Estos son sus secretos. 

 

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El parque por excelencia

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El parque por excelencia

En Doñana, contracción ahorrativa para nombrar a lo que fue la posesión de Doña Ana de Silva (duquesa, marquesa y condesa a la vez), el paisaje es horizontal. Hay pocas prominencias en ese territorio de la orilla derecha del río, que es una continuación de humedales, playas y monte mediterráneo conocido localmente como coto. Con más de 100.000 hectáreas protegidas entre el parque natural y el nacional, Doñana es «el parque» español por excelencia. Podría pensarse que los conejos viven felices en este terreno de arbustos y tierra blanda que favorecen la construcción de madrigueras. Sin embargo, tienen en la misma zona a dos enemigos sensacionales que son, paradójicamente, las especies más frágiles de cuantas pueblan esta región: el lince ibérico y el águila imperial.

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El rey del humedal

El lince es el símbolo de Doñana. Este pequeño mamífero carnívoro con cara de despistado, traje moteado, orejas puntiagudas y cola corta es el felino más amenazado del mundo y tiene en este espacio protegido andaluz la mayor población: apenas unos cientos. Su alimento favorito son los conejos. 

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El príncipe de los aires

El águila imperial ibérica, por su parte, es una elegante rapaz de color pardo con los hombros y el cuello nevados, de la que existen menos de doscientas parejas. Sobrevuela Doñana en busca de conejos y liebres, y no le hace ascos a las ardillas, aun cuando le aporten mucha menos masa carnosa en cada ágape. Junto al lince, estas dos especies son las auténticas reinas faunísticas de Doñana. Pero el parque es tan rico que los visitantes tendrán oportunidad de encuentros con las ruidosas y coloridas colonias de flamencos, con las estrambóticas bandadas de espátulas que cargan las copas de los alcornoques y las vistosas cercetas pardillas o malvasías cabeciblancas en las lagunas y zonas encharcadas. En las playas, las aves limícolas y las gaviotas corretean en las rompientes con su correteo nervioso. En las zonas de monte abundan ciervos, jabalíes, gamos y hasta la única mangosta europea, un animal poco sociable y rarito conocido con el simpático nombre de meloncillo.

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Fácil de descubrir

El Parque Nacional de Doñana es el paraíso soñado por los naturalistas perezosos, pues su acceso está restringido y la única manera de visitar los diferentes ambientes es en los vehículos todoterreno que parten de los centros de recepción. Así, en un recorrido que se alarga hasta las cuatro horas, un microbús traslada a los interesados desde el centro de visitantes de El Acebuche hasta el Poblado de la Plancha, en la boca del río Guadalquivir. Les pasea por una muestra representativa de los diferentes hábitats de la reserva: desde las dunas móviles que prefieren resistirse a los embates del mar con contoneos y dribblings sutiles antes que con el enfrentamiento abierto; hasta los corrales, la denominación local que se da a la trastienda litoral, donde los enebros, los pinos y matorrales libran con la arena un combate casi siempre destinado a la derrota. 

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También por libre

La visita permite asomar la nariz al Cerro de los Ánsares, uno de los lugares más espectaculares de Doñana, prodigiosa acumulación de individuos del mayor ganso de Europa. No será raro que durante su contemplación alguna tortuga mora pase un tanto apresurada dejando delicadas huellas en la arena.  Flanqueando al territorio de máxima protección está el parque natural, conocido como la «zona periférica», donde los visitantes pueden recorrer senderos con muchas menos restricciones.

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Patrimonio cultural y arqueológico

Al norte de Sanlúcar de Barrameda, justo antes de que el Guadalquivir se haga mestizo con el océano, hay un grupos de marismas que son las únicas que todavía se inundan en función de las mareas. Además de un estilizado bosque de pinos piñoneros, en él se encuentra el enigmático yacimiento arqueológico de La Algaida, prerromano y tal vez dedicado a la diosa Venus, aunque los historiadores se muestren inseguros con su origen y función.  Otra zona buena para pasear se halla entre El Rocío y el río, donde uno tropieza con águilas calzadas, culebreras y perdiceras y aguiluchos cenizos, pálidos y laguneros. Y, si se fija bien, con el siniestro alcaudón empalando comida en los espinos que le sirven de despensa. En ambas orillas del arroyo de la Rocina, también junto a la ermita de la Virgen, hay dos observatorios en los que dejar caer las horas crepusculares a la espera de un buen avistamiento.  

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No se olviden de la fauna

Menos grandilocuente que la fauna es la flora del parque. Y, sin embargo, es de una diversidad e importancia apabullantes. El jaguarzo blanco –curiosamente una planta con flores amarillas y negras que no hacen honor a su nombre– es el rey del llamado «monte blanco», una de las dos zonas de matorrales predominantes. Le hacen compañía el jaguarzo morisco, el cantueso, el romero y la mejorana, que tras las horas de calor aromatizan el paisaje. El «monte negro», más ligado a la aparición de agua en superficie, está comandado por el brezo, el mirto, el tojo, el labiérnago o la aulaga. Un territorio intrincado de plantas leñosas donde lagartijas, serpientes, conejos, liebres, tortugas, meloncillos y sapos se mueven cómodamente. Y, en su búsqueda para darles zarpazo, mochuelos, alcaudones, águiles calzadas, halcones peregrinos y águilas culebreras.

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Visitas limitadas

Aun con sus estrictas normas, 400.000 personas visitan cada año Doñana. Las restricciones al paso son inevitables si se quiere preservar el ecosistema. Se permiten, sin embargo, actividades como la pesca y el coquineo en zonas donde han sido tradicionales. Y también se autoriza, cada primavera, la peregrinación a la Virgen del Rocío, en la que de un día para otro aparecen 50.000 personas y 4000 vehículos, caballos y carruajes que se dirigen a la ermita de Almonte, deshaciendo todas las cautelas acumuladas los once meses precedentes. 

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Larga vida a tanta vida

Hasta ahora un ángel de la guarda parece haber salvado a Doñana de la aniquilación, bien por los vertidos de metales pesados de la presa de Aznalcóllar de 1998 o por incendios forestales como los del año 2017. Está Reserva de la Biosfera forma parte de la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad. Galardones merecidos y necesarios en un espacio natural único en Europa donde habita ese felino pequeñajo que apenas parece más que un gatito crecido y esa águila de cola negra que cuenta sus últimos ejemplares vivos sobre la faz de la Tierra. Las dos especies emblemáticas de la fauna ibérica reinan en un parque que es un fogonazo de vida. 

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