La niebla se deshace en jirones entre los árboles, cargados de líquenes y orquídeas, mientras el raro colibrí picoespada revolotea en búsqueda de flores de tacso y el oso de anteojos se alimenta de aguacatillos maduros. Mucho más arriba, a 4300 m, sobrevive el árbol de papel, cuya delicada corteza se deshace en finas láminas.
Es un misterio la existencia de estos bosquecillos aislados, los más altos del mundo, que en algunos lugares de los Andes escalan hasta cerca de los 5000 m. Son pocas las palabras para describir los paisajes y emociones del primer contacto con el Chocó Andino, reserva natural situada a 30 minutos por carretera de Quito, la capital de Ecuador y el punto de partida para visitar uno de los países con más biodiversidad del mundo.