Dioniso al volante

Empordà: Viaje a los orígenes vinícolas de la Costa Brava

El paisaje de extensos viñedos y bodegas de esta comarca entronca directamente con las culturas olvidadas de Dioniso.

Decía Tucídides que los pueblos mediterráneos empezaron a salir de la barbarie cuando aprendieron a cultivar la viña y la olivera. Gilgamesh, Jamshid, Ra, Osiris, Dioniso —Baco para los romanos—, Noé: todas las civilizaciones y proselitismos varios han tenido mitos, héroes, reyes o dioses que se han topado con la viña en algún momento. Dioniso —y sus sátiros, silenos, ninfas y ménades— es uno de ellos. Exprimiendo la esencia de su mito, o mejor si se prensa por atender a la etimología vinícola, queda como resultado el ciclo y la celebración de la vida, queda el tan apreciado modo de vida mediterráneo. 

A priori, no es fácil relacionar a Dioniso con las comarcas del Empordà más allá del vino y de la viña como metáfora de la existencia; en sus viajes el dios del vino nunca llegó hasta estas tierras. Pero observando detenidamente el sello de la D. O. Empordà se puede ver la imagen de una barca bajo un viñedo, una interpretación vectorial de la cílica o kylix de Dioniso, obra que el pintor y ceramista Exekias pintó en Atenas allá por el siglo VI a.C.

 
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Bévete el museo PTCBG

Foto: PTCBG

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Beber en un museo

Los romanos celebraban las vinalia, fiestas para bendecir el vino nuevo —Vinalia urbana, en abril— y para pedir una buena cosecha —Vinalia rustica, en agosto—. Hoy se sigue celebrando en numerosos lugares del mundo el fruto de una buena cosecha. Las comarcas de Girona no son una excepción con eventos como el festival Vívid, la feria Arrels del vi o Sons del Món, un festival que pone en común los vinos del Empordà con los artistas que ocupan el cartel. Este mes de octubre han ido un paso más allá programando un ciclo de visitas y catas en algunos de sus museos más importantes. Una vez finalizada la vendimia en la D. O. Empordà, estas sesiones que han llamado "Bébete el museo" buscan el maridaje entre los espacios museísticos, la historia y el mundo vitivinícola. Cualquiera de estos eventos es una buena excusa para iniciar un viaje en busca de la historia, los paisajes y la emoción de los vinos ampurdaneses.

Empúries 01

Foto: Rafa Pérez

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El vino que se bebió en Empúries

Siempre es conveniente mirar hacia atrás para comprender mejor el presente. O mejor, para entenderlo. Para eso, para entender, el recinto arqueológico de Empúries es un lugar excepcional.  En la entrada, aguarda a Viajes National Geographic Romina Ribera, arqueóloga, historiadora y apasionada del buen vino, experiencia que ha agrupado en Glops d’història para ofrecer rutas especializadas en la historia del vino. «Los griegos socializan el consumo de vino entre el pueblo, los romanos crean toda una industria», dice como antecedente. El magnífico trabajo de los arqueólogos nos ha dejado mucha información sobre Empúries y el vino que allí se bebió. 

 
Empúries 02

Foto: Rafa Pérez

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Empúries y… ¡Que corra el vino!

En ocasiones, a esos datos toca ponerles imaginación, como es el caso de edificios en los que apenas hay dibujada una estructura. En otras, hay piezas magníficamente conservadas que muestran el mundo del vino cuando griegos y romanos se dieron una vuelta por este pedazo de tierra del Mare Nostrum. En las tabernae, que estuvieron situadas en la entrada del recinto arqueológico, se servía más posca que vino de verdadera calidad, un brebaje avinagrado que tenían que suavizar con miel y especias. En el triclinio de las casas se celebraban symposion (griegos) y convivium (romanos), reuniones para comer y beber mucho. En época romana la última parte del festín era la comissatio, donde ya corrían vinos de bastante más calidad que en las tabernas, como los falerno, cécubo, albano, y también los de la provincia Tarraconense, a la que pertenecía Empúries. Había una persona encargada de decidir cuántas copas bebería cada invitado y qué proporción de agua caliente, fría, de mar, incluso miel y especias, llevaría el vino. Era el responsable de que se mantuviera, en la medida de lo posible, el nivel intelectual de las conversaciones. Los bailes, los acróbatas y las anacreónticas amenizaban aquellas veladas.

 
Empúries 05

Foto: Rafa Pérez

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Museo de Empúries: de vinos rebajados y comerciantes

Lo de los vinos rebajados, bien por su baja calidad, su astringencia o su alta graduación, no se quedó en una cosa de romanos. En 1878, Francisco Jordi Romañach, quien fue alcalde de Figueres, escribía en un artículo sobre un vino de la zona: «… de mucha capa y fortaleza que solo se aviene a ciertos paladares, tomándolo el comercio para el encabezamiento de otros o para mezclarle agua en el despacho al detalle». En el museo de Empúries se conservan las piezas, lo más tangible. Hay ánforas destinadas al transporte de la bebida, magnífica fuente de estudio para los arqueólogos por los restos que contenían; también podemos ver un kernos, el vaso griego de ofrendas utilizado en las libaciones; una crátera ática, recipiente donde mezclaban el vino con agua, con una escena pintada que representa una danza en honor a Dioniso; y una carta griega escrita sobre plomo en la que un comerciante encarga, entre otras cosas, vino. 

 
Sant Pere de Rodes 01

Foto: Rafa Pérez

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La ración de vino de los monjes de Sant Pere de Rodes

Se da un pequeño paso geográfico y un gran salto temporal para llegar hasta Sant Pere de Rodes. Tras la caída del Imperio Romano hubo un importante declive en el cultivo de la viña. Los monasterios se encargaron de recuperarlo. Por un lado, estaba el cuento de la transustanciación y el uso litúrgico. Por el otro, el agua no era potable y el vino era un buen sustituto. El capítulo 40 de la regla de San Benito —los monjes de Sant Pere de Rodes eran benedictinos— se llama La ración de bebida y lleva por subtítulo No dar lugar a la embriaguez. Para atender a las flaquezas humanas, reza, nos parece bastar una hémina —algo más de un cuarto de litro— por monje y día, pero dejan al arbitrio del superior aumentar la dosis si las circunstancias del trabajo o el calor lo exigen. Y sobre todo, apunta que no se debe beber hasta la saciedad sino con moderación: el vino hace apostatar hasta a los sabios. 

 

A lo largo de la historia el vino se ha recetado como digestivo, depurativo, también contra las flatulencias, la fiebre, como laxante, para detener hemorragias o como antídoto para las mordeduras de serpiente. Se llegó a servir un vaso de vino a las comadronas antes de atender el parto, y si un bebé no hacía pronto el primer llanto se le sumergía en una tina con vino. Hay que destacar otro paréntesis importante en la producción de vino en el Empordà. Pese a los intentos de legislación y la creencia de que el insecto no podía volar más de veinte kilómetros —aún menos cruzar los Pirineos—, parece ser que una posible importación ilegal de viñas, ante el aumento del precio del vino en Francia por la escasez, fue la causa de que llegara la filoxera al Empordà, oficialmente el 20 de octubre de 1879. Después de esa gran crisis, poco a poco se volvió a plantar y a elaborar, sin mucho más afán que el de servir un líquido decente en las mesas. Hasta que en al año 1975 llegó la Denominación de Origen para poner un poco de orden.

 
Mas Marés 02

Foto: Rafa Pérez

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Un paisaje lleno de viñas

El viaje prosigue en Vilajuïga rodeados de viñedos, en la masía de la bodega Espelt, con la intención de saber cómo consiguen meter el Pirineo, el Mediterráneo y la Tramontana en una botella. «A principios de milenio hay un cambio de paradigma, se empieza a primar la calidad. De dos enólogos en toda la demarcación de la D. O. pasamos a tener uno en cada bodega», cuenta a Viajes National Geographic Anna Espelt, una mujer que lleva más de veinte años al frente de una bodega con ocho generaciones de viticultores a sus espaldas. Mas Marés, un viñedo ecológico en el Parque Natural del Cap de Creus, es uno de los lugares que mejor reflejan el paisaje de la viña del Empordà: por un lado, la vista alcanza hasta el mar, por el otro, vemos las montañas del Pirineo. Están en plena vendimia, los trabajadores se mueven con rapidez entre márgenes de piedra seca, llenando cestos de cariñenas y garnachas. «Queremos ser empordanesos, que nuestros vinos expresen este territorio y su identidad. La influencia del mar nos permite hacer vinos más frescos, incluso con un punto de salinidad», dice la enóloga. 

 
Olivardots

Foto: Rafa Pérez

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Fincas Olivardots, vino en ánforas

Tras la visita del día anterior a Empúries, Romina preparó una cata con un vino muy particular y un aperitivo, una especie de pasta para untar basada en el garum que preparaban los romanos. El vino era el Rosa de ánfora de Fincas Olivardots. Se cierra el círculo y el viaje buscando ánforas actuales, conduciendo hasta Capmany para conocer el proyecto de Carme Casacuberta, una licenciada en químicas absolutamente enamorada del territorio. Su pasión por el vino le llevó, con el apoyo de su familia, a comprar unas viñas cerca del lugar donde siempre había veraneado. «Nuestra primera vendimia fue en el año 2006. Queríamos vinos que dijeran algo de la tierra, que mostraran qué es el Empordà. Estamos en un terreno granítico, arenoso, difícil para las plantas. Eso se tiene que percibir en el vino», dice sobre los orígenes del proyecto, que nació únicamente con la elaboración de vino tinto. «Nunca iba a elaborar vino blanco, pensé». Pero la aparición de unas viñas viejas y los vientos la han llevado a tener una buena parte de la producción de blancos. Su vino más singular es el que hace en ánforas, en dolia (plural de dolium) para ser correctos. El dolium era una enorme vasija hecha de barro cocido, con capacidad entre seiscientos y mil litros, que los romanos utilizaron para elaborar vino. Se llamaban dolia defossa cuando estaban enterradas en tierra hasta el cuello. Para simular las características que se obtienen fermentando bajo tierra, Carme tiene sus dolia en un sótano hormigonado. «Las ánforas permiten mucha franqueza a la uva, la respiración le deja mostrarse tal como es», apunta mientras muestra la bodega.

Empúries 03

Foto: Rafa Pérez

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Una comarca para resucitar las culturas olvidadas de Dioniso

Hacia el sureste de Capmany, la carretera discurre entre unas viñas que en pocos días habrán dado todo lo mejor de sí y empezarán a mostrar su cara más cansada pero aún hermosa, la de los ropajes de otoño. Ha anochecido y en el cielo se ve aparecer el cúmulo de las Híades. Cuenta la mitología que ese cúmulo de estrellas, situado en la cabeza de la constelación de Taurus, son las ninfas de la lluvia que cuidaron a Dioniso. Estas estrellas forman un triángulo, podría ser un racimo de uvas o una copa con algo de imaginación, y aparecen en el cielo a partir de primavera acompañando a los viñedos durante su nuevo ciclo. Es curioso que en estos tiempos tan acelerados todavía respetemos los largos ciclos de la viña. Seguro que tiene que ver con la promesa de ratos agradables con la gente que queremos, de una mesa con vino, buenos alimentos y mejores conversaciones. Aunque también podríamos pensar que nuestra paciencia también es debida a una de las conclusiones a las que llegó Dalí con motivo de un discurso: para que el buqué de un buen vino, dijo el pintor surrealista, haga resucitar en el fondo atávico de cada ser humano las culturas olvidadas de Dioniso.

 

Empúries 03