El encanto de Palermo

La capital de Sicilia seduce con su mestizaje artístico y la naturalidad que respiran sus calles y mercados.

1 /8

Fototeca 9x12

1 / 8

Catedral de Palermo

Fundada en el siglo XII, exhibe rasgos bizantinos y normandos, y un pórtico gótico catalán, añadido en el siglo XV.

Fototeca 9x12

2 / 8

Museo de las Marionetas de Palermo

La Opera dei Pupi, teatro de marionetas, se popularizó en Sicilia a inicios del siglo XIX. Los titiriteros contaban historias basadas en la literatura caballeresca medieval, los poemas del Renacimiento y la vida de santos y bandidos famosos. El Museo Internacional de la Marioneta (Piazza Antonio Pasqualino, 5) recopila la historia de este oficio. 

Fototeca 9x12

3 / 8

Iglesia de la Martorana

Es el otro nombre por el que es conocida la iglesia de Santa Maria dell'Ammiraglio. De origen normando, el interior está decorada con mosaicos bizantinos.

Fototeca 9x12

4 / 8

Teatro Massimo de Palermo

Icono de la vida cultural siciliana, fue inaugurado en 1897. Preside son su fachada clásica la plaza Giuseppe Verdi.

Fototeca 9x12

5 / 8

Fontana della Vergogna en Palermo

La Fuente Pretoria, apodada la fuente de las vergüenzas (siglo XVI), denominada así por sus esculturas desnudas, se alza en el centro de la Plaza del Ayuntamiento.

Fototeca 9x12

6 / 8

El mercado Ballaró de Palermo

Fototeca 9x12

7 / 8

El típico dulce cannolo siciliano

Fototeca 9x12

8 / 8

Mondello

A 10 km de Palermo, este pueblo marinero se encaja entre los montes Gallo y Peregrino. Tienen fama las tabernas de pescado de su puerto.

Fascinante, desafiante y viva, Palermo es una ciudad siempre atractiva para una escapada. Para los fenicios que la fundaron en el siglo VII a.C. fue Zyz, «la flor». Los griegos la llamaron Panormos, «todo-puerto», por la ensenada natural que creaban sus dos ríos, hoy engullidos por sus vísceras y por la historia. Llegar al amanecer tras una noche de navegación desde el continente y ver la ciudad abrazada por los montes y el mar, y besada por la luz del primer sol, da sentido a sus antiguos nombres.

Los palermitanos inician su jornada de pie y masticando. Para un desayuno dulce hay que probar las iris (masa frita rellena de requesón), la cassata (bizcocho de mazapán) o el rey de la isla: el cannolo (canutillo relleno de requesón y otros ingredientes). Estos populares cannoli se venden en pastelerías y cafeterías, como la histórica Confitería Cappello y el Antico Café Spinnato.

Desde el puerto, hoy en fase de rehabilitación, se alcanza a 3 km., La Cala, una estrecha ensenada natural. En su perfecto hemiciclo se asienta la iglesia de Santa Maria de la Catena (siglo XV); en tiempos lejanos tenía una cadena que permitía cerrar el puerto. Seguimos por el paseo marítimo hasta la Porta Felice, aduana en el siglo XVI, y así llamada en honor de Felice Orsini, esposa del virrey español que abrió al mar el Cássaro, la calle más antigua de Palermo. Desde sus pilares se entrevé al fondo la Porta Nuova (siglo XV). Una avenida de 2 km conecta ambos umbrales. A su alrededor se extiende el centro histórico, parcialmente restaurado y repartido en cuatro barrios, con iglesias, palacios y mercados a los que se llega fácilmente en bus turístico gratuito.

Dejamos el mar a nuestra espalda para zambullirnos en la Kalsa, barrio que bajo el dominio árabe fue el bastión fortificado donde residía el emir y que aún mantiene cierto aire oriental. A pie por sus calles retorcidas, a menudo entre andamios y sorteando motos, surgen el curioso Museo de la Marioneta, la iglesia de Santa Maria dello Spasimo, ejemplo de Renacimiento siciliano, y la Piazza Marina. Hasta el siglo XIII fue un pantano, luego lugar de ejecuciones y hoy un jardín urbano donde crecen algunos de los mayores árboles de Europa, como un Ficus macrophylla de más de 30 m de alto y 20 de contorno.

Alrededor de este parque varios palacios alojan museos, como el Palazzo Mirto, cuyo aristocrático estilo recuerda la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y el Palazzo Abatellis, hoy Galería Regional de Sicilia, que guarda joyas como la Anunciación de Antonello da Messina (1475) o el fresco medieval El triunfo de la muerte.

Muy cerca se llega al cruce más emblemático de Palermo, la Piazza Vigliena –llamada Quattro Canti–, unión de las vías Maqueda y Vittorio Emanuele. Barroca y cargada de teatralidad, está cerrada por cuatro fachadas decoradas con fuentes y estatuas de las santas protectoras de cada barrio (Cristina, Ninfa, Oliva y Agata), aunque es la todopoderosa Santa Rosalía la que desde el siglo XVII ampara Palermo de la peste, los terremotos y las tormentas.

Envolviendo los Quattro Canti se despliegan bellezas como San Giuseppe dei Teatini (siglo XVII), que tras su fachada oculta una iglesia de estilo barroco siciliano con encajes rococós de mármol. O la Fuente Pretoria (XVI), en la misma plaza, apodada la fontana della vergogna por sus esculturas desnudas. O, en la vecina plazoleta Bellini, las iglesias medievales de Santa Maria dell’Ammiraglio, con base normanda y mosaicos bizantinos, y San Cataldo. Sus tres cúpulas rojas se pueden ver desde la terraza del vecino monasterio de Santa Caterina d’Alessandria (XVI), con su claustro, celdas y la rueda sobre la que las monjas depositaban los dulces de canela que vendían para las fiestas.

Seguir viajando

La Martorana y San Cataldo pertenecen al circuito Unesco de la Palermo árabe-normanda, que incluye la Catedral y el Palacio de los Normandos. Este antiguo qasr (castillo) árabe del siglo IX dio lugar bajo dominio de los normandos a un edificio de aspecto imponente con torres, soportales, jardines. En su interior, la Capilla Palatina alberga algunos de los mosaicos más espectaculares de la isla, como el del Cristo Pantocrátor.

Pasillos subterráneos conectaban el palacio con la Catedral, también mezcla de estilos y herencia de dominaciones. Aquí reposan entre tesoros los reyes y emperadores que hicieron de Palermo la capital del Mediterráneo, entre ellos Federico II (1272-1337), stupor mundi por sus victorias militares. Otras etapas de este circuito son la fortaleza Zisa y la iglesia de San Giovanni degli Eremiti, cuyo cuerpo cúbico y cúpulas revelan el origen árabe y la convivencia artística entre culturas.

De otra época muy distinta, el siglo XIX, y separados por un breve tramo, se hallan los teatros más emblemáticos de Palermo: Politeama y Massimo. Imponente e inspirado en el Coliseo de Roma el primero, uno de los más grandes y elegantes templos de la lírica de Europa el segundo, tienen público distinto, pero son igual de queridos por los ciudadanos. Pertenecen a la época dorada del art nouveau en Palermo que se identifica con el arquitecto Ernesto Basile, creador de villas como el Villino Florio all’Olivuzza y el Villino Ida, y autor también del Chiosco Ribaudo, donde era costumbre tomar un refresco tras las funciones del Massimo.

Bajando por la Via Maqueda, la atmósfera barroca se mezcla con la brisa de mar. Llegados a la estación hay que tomar la Via Lincoln hasta el Jardín Botánico. Allí, entre arquitecturas naturales y artificiales, se puede organizar la agenda para descubrir bellezas cercanas a Palermo, como la catedral de Monreal (1172), uno de los mayores logros del arte normando. En Mondello, la elegante playa de los palermitanos, entre villas y su antigua estación balnearia, descubriremos que el liberty no es solo un estilo sino una actitud frente a la vida.