
Un espectáculo deslumbrante se abre ante quien desembarca en el archipiélago de Malta. La naturaleza parece haberse encargado de cuajar este escenario con farallones que caen a pico sobre el mar y bahías marineras que invitan al reposo. El hombre se ha obstinado también en tapizar las colinas con huertos y restos megalíticos y convertir cada orilla, cada cerro en un fortín erizado de bastiones, pueblos sobre abismos y cúpulas apuntando hacia el cielo. Éste es el lienzo pintado en las islas de Malta y Gozo, a las que separa la minúscula Comino, escoltada por aguas turquesas e islotes solo habitados por las aves y los vientos.
La Valeta, la capital de este pequeño país mediterráneo que no llega al medio millón de habitantes, es un enclave asombroso, un refugio natural protegido por penínsulas sobre las que, en el siglo XVI, fueron construidas las llamadas «Tres Ciudades»: Senglea, Cospicua y Vittoriosa, todas mirando al Gran Puerto.
Merece la pena subir a los Jardines Altos de Barraca, desde los que se goza de una vista bellísima de La Valeta. Desde allí resulta fácil descifrar la escenografía defensiva de la ciudad, de cuando los hombres convirtieron las orillas de su bahía en un laberinto de murallas inexpugnables. Porque el pequeño archipiélago fue una trinchera en el Mediterráneo, no solo en tiempos de cruzadas medievales, cuando los Caballeros Hospitalarios se adueñaron de la isla, sino en conflictos más recientes como la Segunda Guerra Mundial. Todos estos avatares históricos se explican en The Malta Experience, un audiovisual que se proyecta en el museo instalado en el Fuerte de Sant Telmo (1552) y que sirve de prólogo magnífico a la visita de la ciudad.
Todo este legado brillará en 2018, cuando La Valeta será Capital Cultural Europea
El paseo toma como eje Republic Street, la arteria principal de la ciudad, cortada por calles en cuadrícula y algunas con fuertes pendientes. Se recorren a pie o en karrozin (la calesa típica), siempre con el mar de fondo y entre balcones con celosías que refrescan el interior de las casas.
A causa de su historia convulsa, La Valeta acumula un amplio legado: bastiones, iglesias y numerosos palacios como el de los Grandes Maestres. Hay dos citas ineludibles. La primera es el Museo Nacional de Arqueología para ver piezas de yacimientos datados entre el 5.500 a.C. y el 2.500 a.C., únicos en el mundo y declarados Patrimonio de la Humanidad. La segunda visita recomendable es la concatedral de San Juan, cuya sobria fachada hace imposible anticipar el interior. Asombra por su pavimento, taraceado con mármoles policromos y lápidas en relieve de nobles familias. La sacristía atesora un maravilloso Caravaggio (1571-1610), quien pintó otros cinco cuadros a su paso como prófugo por la isla. Todo este legado brillará en 2018, cuando La Valeta será Capital Cultural Europea.
El ajetreo que impera en La Valeta se desvanece en Mdina, llamada «la ciudad del silencio» y situada a 12 kilómetros, en el corazón de la isla. Capital hasta 1570, conserva el nombre árabe, pero está llena de iglesias, monasterios y palacios apiñados en torno a su catedral de San Pablo (siglo XVII), dueña de una magnífica cúpula, aunque no tan imponente como la que domina la cercana localidad de Mosta (a 6 km).
Casi pegada también está Rabat, otra ciudad de nombre árabe que, sin embargo, guarda la referencia cristiana más antigua que se conserva en la isla. Porque allí se visitan las catacumbas de un núcleo que, según la tradición, habría fundado san Pablo durante los meses que pasó en Malta tras sufrir un naufragio.
El viaje sigue hacia la costa sur, en la que se halla Marsaxlokk, uno de los puertos más bonitos del archipiélago. Se identifica por las barcas con el ojo de Osiris pintado en la proa, que parecen contemplar el mercado de artesanos que se instala en los muelles.
A escasos kilómetros hacia el oeste se puede admirar uno de los tesoros naturales de Malta: la Gruta Azul. Se trata de una enorme cueva abierta entre acantilados, sobre los que se asientan los templos megalíticos de Hagar Quim y Mnajdra. Levantados antes que las pirámides de Egipto, eran lugares de culto donde se veneraba a diosas de la fertilidad, como las que se muestran en el museo arqueológico de La Valeta.
El conjunto megalítico más rico del archipiélago es el de Ggantija, en la isla de Gozo. Está conectada desde Malta por transbordadores que permiten llevar el vehículo y recorrerla libremente. Victoria, su capital, ya se divisa desde la lejanía, dominada por una ciudadela y la Catedral.
Gozo es, justamente, lo que sugiere su nombre: un lugar feliz, tranquilo y rodeado de aguas perfectas para el submarinismo –hay muchos centros de buceo–. También se organizan salidas en barca hasta la que es una de las postales más bonitas de la isla: la Ventana Azul, un arco natural horadado en el litoral norte. La pequeña isla de Comino, situada entre Malta y Gozo, nos reserva arenales y playas solitarias, como la Laguna Azul, de un color tan intenso que parece irreal.
El cine ha explotado bien estos enclaves, rodando en ellos multitud de películas, algunas de héroes clásicos (Gladiator o Troya) y otras de fantasía (Juego de Tronos). Porque soñar es la llave para abrir el cofre de sensaciones únicas que regala la visita al archipiélago maltés.
MÁS INFORMACIÓN
Cómo llegar y moverse: El aeropuerto de Malta está en Luqa, a 5 km de La Valeta. Del puerto de Cirkewwa zarpan los barcos a Comino y Gozo. Para moverse por las islas se recomienda el autobús de línea en Malta y Gozo; en Comino, alquilar una moto o una bicicleta.