
Acaso sea en primavera cuando más razón tienen los milaneses, que definen su ciudad como centro del universo. En esta estación todo parece orquestado para que un fin de semana por la capital de la moda, del libro, del diseño y de tantas otras cosas, sea una experiencia sorprendente. Porque ese Milán que identificamos con el Duomo y el mítico teatro de La Scala es también la ciudad donde se fraguaron los cambios éticos y estéticos de la Italia moderna y que hoy seduce con inesperados rincones.
Nada como empezar la jornada con un café dentro del Palacio Real. Sede del gobierno milanés desde la Edad Media, fue transformado en un suntuoso palacio en el siglo XVIII y que acoge las mejores exposiciones de la ciudad. Mirando hacia la elegante Galería Vittorio Emanuele II y bajo la dorada silueta de la Madonnina que corona la Catedral, la Via Torino se abre a la izquierda para descubrirnos, además de mil comercios de ropa y calzado, talleres de artesanos y tiendas de diseño alternativo. Aquí hallamos uno de los mejores «secretos» de la ciudad: el trampantojo de Santa Maria Presso San Satiro, en la Via Speronari. Se trata de una minúscula iglesia renacentista cuyo ábside es, en realidad, una simulación pintada sobre estuco. Esta solución a la falta de espacio fue idea de Donato Bramante, arquitecto y pintor a quien debemos el templo y convento de Santa Maria delle Grazie, donde Leonardo da Vinci pintó el mural de La última cena en 1496.
Las columnas romanas de San Lorenzo, frente a la basílica homónima, son sinónimo de ambiente juvenil y anticipo natural de los Navigli, el barrio donde comida y bebida, arte y fiesta se suceden día y noche. Aquí el único problema es decidir, entre tanta variedad, dónde comer. Los restaurantes de cocina tradicional son una apuesta segura, igual que el kiosco situado junto a la dársena de Porta Ticinese, donde sirven una fritura de pescado de calidad. A lo largo de los canales, en los que entrenan los tradicionales equipos de remo, se puede visitar el estudio del venerable grabador Gigi Pedroli, adquirir libros antiguos o comprar ropa singular.
El Cementerio Monumental, considerado un museo a cielo abierto, alberga algunas de las esculturas funerarias más bellas de Europa
El metro y los tranvías conducen en unos minutos a la zona de Brera, cuya inexcusable Pinacoteca, en la que ya solo la Lamentación sobre Cristo muerto, de Mantegna, o los bodegones de Morandi justifican el viaje, demuestra la importancia que los milaneses dan al espacio expositivo. Hasta principios del siglo XX muchas calles de este antiguo barrio fueron canales navegables; ahora sus adoquines están decorados con flores y árboles frutales como una invitación a pasear sin prisas y llegar hasta el agradable parque Sempione. Enmarcado por el arco de la Paz (siglo XIX) en un extremo y el castillo Sforzesco (siglo XIV) en el otro, el pulmón verde de Milán está surcado por senderos ajardinados con fuentes ornamentales.
Entre las estaciones de Gioia y Garibaldi la fabulosa modernidad arquitectónica envuelve veteranas galerías de arte, tiendas de moda exclusivas del Corso Como y firmas de muebles de vanguardia. Junto al acero y cristal de rascacielos como el Cesar Pelli, descansa la memoria ilustrada de Italia. El Cementerio Monumental, considerado un museo a cielo abierto, alberga algunas de las esculturas funerarias más bellas de Europa y nombres como Karl Thomas Mozart (hijo del famoso compositor), el escritor Alessandro Manzoni y el nobel siciliano Salvatore Quasimodo.
El colindante barrio de Isola es otra sorpresa en sí mismo por su oferta de músicas del mundo –imprescindible el club de jazz Blue Note–, por su gastronomía «de raíz» protagonizada por los pizzocheri (pasta de trigo sarraceno original de la región alpina de La Valtellin) y también por el ambiente bohemio que respiran sus calles. De ahí que teatros como el Verdi o el Buratto y bares como el Frida se hayan convertido en puntos de encuentro para los milaneses.
El segundo día en Milán conviene reservarlo a descubrir rincones clásicos que han sido recuperados, como la apabullante mole de la Estación Central. La vieja terminal ferroviaria es un gran polo de comunicaciones con conexiones de tren, metro y autobús a los tres aeropuertos de la ciudad, además de un centro comercial que posee la mayor librería de Italia: la Feltrinelli Express, con 3.000 m2 distribuidos en cuatro plantas. Resulta un verdadero placer sentarse a leer entre sus estanterías, colocadas directamente sobre mármoles y esculturas de los años 1930.
El aperitivo italiano, un invento milanés que fomenta la vida social y evita las comidas copiosas, es un rito esencial de la ciudad. Si hay que elegir uno que combine calidad, variedad y ambiente, conviene dar una vuelta por los alrededores de la plaza de La Scala y así, de paso, visitar el palacio que acoge uno de los museos de las Gallerie d’Italia, un magnífico muestrario del arte italiano de los siglos XIX y XX.
Solo un helado puede culminar estas intensas 48 horas en Milán. Vale la pena dejarse llevar por las combinaciones de sabores con especias y frutos secos que ofrecen desde las heladerías más clásicas a las más sofisticadas. Sus cremosas creaciones parecen reclamar para Milán el título de capital de los helados, además de la moda y el diseño.
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Documento: dni.
Idioma: italiano.
Moneda: euro.
Llegar y moverse: Los 3 aeropuertos de Milán (Malpensa, Linate y Orio al Serio) están conectados con el centro por autobús. La red de transporte urbano incluye metro, autobús y tranvía. Existe una tarjeta sin límite de viajes, para uno o más días, que puede recargarse.