La capital de Letonia se empeña en contradecir a los que piensan que una escapada solo se puede hacer a grandes capitales como Londres, París, Budapest... El lugar ideal para empezar este recorrido es, sin duda, en la plaza Ratslaukums o del Ayuntamiento. Aquí todas las miradas se dirigen a uno de los emblemas de Riga: la Casa de las Cabezas Negras. Y es que su magnífica fachada rojiza de estilo renacentista holandés, del siglo XIV pero reconstruida en 1.999, no pasa desapercibida. Acogió la sede del gremio de los comerciantes solteros que no gozaban de buena fama por sus alocadas fiestas. En su interior se descubre el Salón de los Compositores con magníficas pinturas así como su sótano en que cuenta la historia de este gremio. También está la oficina de Turismo. La plaza resulta muy tranquila y acogedora, y en su centro se halla la estatua de Roldán, sobrino de Carlomagno y símbolo de justicia. Pero la escultura más chocante es la de un coqueto abeto que esconde una curiosa historia navideña. Según los letones, aquí se erigió por primera vez en la historia, en 1510, el árbol de Navidad tal y como hoy se conoce. ¿Los responsables? Los Cabezas Negras, quienes, en una de sus famosas jaranas decidieron decorar un abeto… para después quemarlo. Sin embargo, sus vecinos estonios aseguran que fueron ellos los primeros en tener esta idea en Tallin en 1441. Sea como fuere, en esa época en la plaza se adornan grandes árboles iluminados creando un ambiente mágico. Hacia el norte de la plaza del Ayuntamiento, muy cerca, el viajero se topa con el segundo emblema de Riga: la iglesia de San Pedro. Es de estilo gótico pero con una torre barroca de 123 metros que sirve como faro para no desorientarse. Por desgracia, a lo largo de su historia esta iglesia ha sido muy castigada por incendios y bombardeos, y la peor parte se la llevó su campanario, hecho originariamente de madera. Gracias a su reconstrucción, ahora dispone de un ascensor que permite disfrutar de unas fantásticas vistas sobre los tejados rojos del casco antiguo y el río Daugava. Otro punto de referencia es la aguja que corona la sobria torre de 90 metros de la catedral luterana de Santa María , del siglo XIII. Está ubicada en la enorme plaza Doma, una explanada que destaca por sus caserones y por el ambiente de sus cafés. Es un buen lugar donde tomar, por ejemplo, una cerveza Aldaris, de elaboración local y dejar que pase el tiempo. Aquí sobresale un bellísimo edificio renacentista de estilo veneciano, en el que alberga el Museo de Arte de Riga Bourse que cuenta con una excelente colección de arte extranjero. El rincón más fotogénico de Riga es, posiblemente, el conjunto de casas Tres Hermanos. Aquí el tiempo se ha detenido, aunque no en un instante preciso. Y es que los tres edificios son de épocas y estilos diferentes. La del número 17 data del siglo XV, la del 19 del siglo XVII y la del 21 del siglo XVIII. Cuenta la leyenda que de su construcción se encargaron tres hombres que pertenecieron a la misma familia. La del medio alberga el oportuno Museo de Arquitectura de Riga , de entrada libre y es una buena excusa para ver el interior de una de ellas. En una ciudad con un pasado tan agitado se hace necesario el Museo de la Guerra , en que explica todas las batallas desde la Edad Media hasta la Segunda Guerra Mundial. Este museo bélico no podía estar mejor ubicado que en la Torre de la Pólvora , la única que se conserva de las 18 que tenía la defensa de Riga. Ubicada al principio de la calle Torna iela , conviene recorrerla hasta el final porque está llena de historia y encanto. Por un lado, están los restos de la muralla medieval, y por el otro, los antiguos cuarteles llamados barracones de Jacobo donde se alojaban los soldados que defendían la ciudad. Hoy en día albergan tiendas elegantes, restaurantes y oficinas. Este agradable paseo concluye en la Puerta Sueca , la única que se conserva de la antigua muralla. Atravesarla y perderse por las callejuelas estrechas es un placer. En cuanto a museos, el que esté interesado en la historia de Riga que tenga que ver con la Segunda Guerra Mundial, resultan muy interesantes el Museo de la Ocupación de Letonia y el KGB building, ambos explican los desastres que causaron los nazis y soviéticos. Parece ser que en esta ciudad los gatos negros traen buena suerte. El producto estrella de las tiendas de souvenirs es este felino en forma de imanes, esculturas, camisetas y hasta ropa interior con la foto del animal…. Y es que en Riga los mininos guardan una curiosa leyenda. Hace unos cien años el dueño de un edificio tuvo un conflicto con el gremio mayor de la ciudad. Como reflejo de su enfado rotó los dos gatos negros en lo alto de su casa para que ambas colas apuntaran en dirección a la sede del gremio. El asunto causó gran escándalo y una orden judicial obligó a reubicar las esculturas en su posición original, la que presenta en la actualidad. Ahora este edificio de color crema es uno de los hitos de Riga, y queda al lado de una de las plazas con más encanto: plaza Livu. Hasta aquí el casco antiguo, pero Riga depara más sorpresas. Tras dejar la parte antigua y siguiendo la calle Kalku iela hacia el norte, llama la atención un enorme obelisco que representa la independencia de este país: el Monumento a la Libertad. Otro símbolo y punto de encuentro entre los locales, es el reloj Laima, una famosa marca de chocolates de Letonia. Enseguida se cruza el romántico parque Bastejkalns donde la postal incluye desde coquetos puentes repletos de candados hasta patos nadando en el canal Pilseta. A pocos minutos, se erige la catedral ortodoxa de la Natividad de Cristo que merece la pena visitar su interior. A solo unas calles se encuentra uno de los mejores conjuntos arquitectónicos de Art Nouveau de Europa , que le valió el título de Patrimonio de la Humanidad en 1997, y toda una sorpresa para el viajero. La mayoría de edificios modernistas se concentran en las calles Alberta, Elizabetes y Stralnieku y están firmados por Mikhail Eisenstein (sí, el padre del cineasta). Uno de los mercados más grande de Europa está en Riga , y es una lugar ineludible para cualquier foodie . Situado al otro lado de las vías de tren y al lado del casco antiguo, ocupa cinco grandes hangares que se usaban para albergar zepelines durante la Primera Guerra Mundial. El primero es el de pescado donde reinan los ahumados. Y le siguen los de lácteos, frutas, verduras, carnes… Aquí el viajero se sobreestimula con tanta diversidad y variedad de productos. Además, cuenta con un patio gastronómico donde se puede comprar comida de diferentes restaurantes y puestos. Fuera, espera un mercadillo donde se puede comprar ropa, antigüedades, muebles… y es un buen lugar para adquirir lo más típico de la ciudad, la bisutería de ámbar. Esta escapada no puede concluir sin visitar su moderna y original biblioteca, llamada popularmente el Castillo de la Luz. Para llegar a ella, se debe cruzar el puente Akmens tilts, que no solo salva el amplio río Daugava, sino que también ofrece una panorámica inesperada: la de la línea de edificios antiguos de color pastel y sus iglesias coronadas por finas agujas.