
Campanarios y torres fortificadas sobresalen en Tallin como lo hacían en la Edad Media. El centro histórico, que se preserva casi intacto, es fruto del comercio portuario que prosperó gracias a su situación estratégica en el mar Báltico. Atraídos por este emplazamiento, los daneses la refundaron en 1219, dándole un impulso que la convirtió en la principal entrada a la península escandinava. Ya en época moderna, y tras los años de influencia soviética (1940-1991), la capital estonia renació como una urbe que ahora ofrece una combinación de historia y modernidad.
Tallin tiene cerca de 500.000 habitantes y unas dimensiones que permiten enlazar a pie la mayoría de monumentos. El mejor lugar para iniciar su visita es la colina Toompea, sobre la que se fundó el primer bastión (siglo XIII) de la ciudad. El promontorio, con vistas que llegan al mar y aún rodeado por las murallas medievales, se conoce como la Ciudad Alta e incluye algunos de los edificios históricos más significativos.
Colina de Toompea
Aunque hay varios accesos a la colina, la puerta Pikk Jalg (1380) marca la entrada tradicional a la Ciudad Alta, hoy encerrada en un anillo amurallado que mide dos kilómetros de largo y conserva 25 de las 35 torres originales; un paseo permite recorrer su perímetro. Las callejas en cuesta y algunos tramos de escaleras ayudan a ascender hasta lo más alto, donde la torre Pikk Hermann (1371) se mantiene como testimonio del primer castillo; sobre él fue construido un palacio de fachada barroca que hoy aloja el Parlamento. Además de cuidados edificios con tejados rojizos y fachadas pintadas en vivos colores, la colina posee miradores como el de Patkuli, que ofrece vistas al puerto de esta antigua ciudad de la Liga Hanseática.
Como lugar de residencia del clero durante el medievo, Toompea acoge no una, sino dos catedrales. La más antigua de Estonia es la de Toomkirik (siglo XII), que funde elementos renacentistas y barrocos, y que fue inicialmente consagrada a Santa María Virgen, aunque hoy es de rito luterano. La catedral de Alexander Nevski es ortodoxa y fue terminada durante la época de dominio de los zares (siglo XIX).
Barrio de Vanalinn
A los pies de Toompea creció Vanalinn, la Ciudad Baja que poblaron los mercaderes. La belleza que exhala el barrio es fruto del patrimonio desarrollado entre los siglos XIII y XVI. Hoy es un enjambre de calles medievales sin tráfico, cuajadas de mansiones de ricos comerciantes, casas gremiales rematadas con gabletes, talleres de artesanos e iglesias y torreones que despuntan sobre las plazas adoquinadas.
Para entrar en la Ciudad Baja lo más tradicional es cruzar la Puerta Viru (siglo XIV), abierta en el este de la muralla y flanqueada por dos sólidas torres cónicas. La puerta da paso a la calle del mismo nombre, hoy llena de tiendas de recuerdos y terrazas de restaurantes. A un centenar de metros de ahí se puede deambular por el bien preservado callejón de Santa Caterina, donde los nuevos artesanos fabrican joyas, encuadernan libros y soplan vidrio con técnicas tradicionales.
La plaza del Ayuntamiento
La Raekoja plats o plaza del Ayuntamiento ha sido el núcleo de Tallin desde el siglo XII, cuando acogía mercados, ferias e incluso ejecuciones, una época que revive con una fiesta medieval en verano. Su cuadrilátero está enmarcado por palacios con fachadas pintadas de suaves colores y bajos ocupados por restaurantes.
El Ayuntamiento, edificio gótico que domina la plaza, se eleva en dos esbeltas torres rematadas por veletas: una con el escudo de Tallin y otra con la efigie del soldado Vana Toomas, protagonista de una leyenda local. Además de recorrer el suntuoso interior del Ayuntamiento, con esculturas, tapices y relieves en madera, y subir a la torre para disfrutar de las vistas, merece una visita la farmacia Burchart, una de las más antiguas de Europa (siglo XV).
La ruta prosigue alrededor de la plaza visitando el Museo de la Ciudad, que recopila 700 años de historia, y paseando por callejones animados por tabernas tradicionales. Una de ellas, Olde Hansa, mantiene vivo el ambiente y la cocina medievales, ofreciendo seljanka (densa sopa de carne y verduras), rossolye (ensalada de arenque, remolacha y manzana), queso al enebro y morcilla.
Junto a la antigua farmacia –hoy también museo– se abre el callejón arqueado Sajakang (el pasadizo del pan blanco), en el que antaño flotaba el aroma de un horno de pan; ahora hay un par de locales donde sucumbir a otra tradición local: relajarse tomando un café con un trozo de tarta o un bollo de pasas. Al otro lado del pasaje se abre la plaza de la iglesia del Espíritu Santo, con campanario de 1433 –el más antiguo de Estonia– y un reloj dorado y azul incrustado en su torre, con relieves que datan de 1684.

Mapa: BLAUSET
CallePikk
Desde el centro se sigue hacia el norte por la Pikk Tänav, literalmente «calle larga». El paseo discurre entre palacios que habitaron los ricos comerciantes del siglo XIV, hoy también transformados en tiendas, cafés y museos, como el Marítimo o el del Chocolate. Una de las mansiones más significativas es la Casa de los Cabezas Negras, construida por esta antigua hermandad que solo admitía a miembros solteros.
La calle Pikk culmina en la iglesia de San Olaf, cuya silueta es uno de los emblemas de Tallin. Cuando fue alzada en el siglo XIII, su torre medía 159 metros; tras un incendio se reconstruyó con los 124 metros actuales y una pasarela que permite contemplar la ciudad y el mar. La aguja de San Olaf despunta en el cielo de Tallin junto a la de otras iglesias medievales como la de San Nicolás, que guarda una colección de arte sacro. Muchos templos acogen conciertos de música clásica que, más que una afición, es seña de identidad en esta capital báltica.
Palacio Kadriorg
La visita a Tallin continúa fuera del recinto antiguo, más allá de las murallas. Cuando en 1710 la ciudad pasó a depender de Rusia, el zar Pedro el Grande la escogió como residencia de verano y, a dos kilómetros del centro, edificó el palacio barroco de Kadriorg. Sede actual del Museo de Arte Extranjero, el palacio exhibe pintura rusa del siglo XIX y, desde 2006, comparte el parque con lagos que lo rodea con el vanguardista Kumu-Museo de Arte, que recopila arte estonio de los siglos XIX y XX.
Hacia el puerto
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Estonia quedó bajo el Telón de Acero hasta que obtuvo su nueva independencia en 1991. Dos décadas después del letargo soviético, Tallin mira al futuro como una urbe que se expande en áreas nuevas y en barrios portuarios, rehabilitados. Es el caso de Rotermanni, con sedes de empresas de tecnología –la ciudad entera tiene wifi gratuito– y zonas verdes con senderos para bicicletas. Acercarse al puerto, cuyos muelles en verano se llenan de cruceros, es una opción para despedirse de esta ciudad, contemplando desde el mar sus torres emergiendo de las murallas.
Para saber más
Cómo llegar: Desde Madrid y Barcelona hay vuelos de bajo coste al aeropuerto de Tallin, a 5 km del centro.
A tener en cuenta: Para visitar Estonia solo se precisa el dni. La Tallin Card, de venta en oficinas de turismo y válida para 48 h, permite la entrada gratis a monumentos, museos y transporte público.