Es una freguesia portuguesa y también pertenece a la fotografiada Oporto. Pero a Foz do Douro rara vez dedican reseñas en las guías de viaje. El río Duero llega hasta aquí para fundir su nombre en un abrazo profundo con el oscuro Atlántico. Por eso, las gaviotas revolotean, suspendidas sin descanso sobre las movidas aguas que arrastran un magma de micronutrientes estupendo. En Foz es donde el océano golpea con más fuerza la costa occidental y donde la clase pudiente portuguesa descansa. El espectáculo aéreo de siluetas ágiles en claroscuros compite con la luz de la puesta de sol cada tarde. El bullicio del turisteo se ha quedado en la vivaz Ribeira, a menos de 15 minutos en coche, unos 7 kilómetros a pie.
La burguesía portuguesa transformó Foz desde finales del XVIII y principios del XIX en uno de los lugares más cosmopolitas y atractivos de Portugal. Nacía la moda entre la aristocracia de bañarse en la playa y “crear” ciudades balneario de veraneo que se creía iban bien para el reúma y la depresión. Y debía ser cierto. Muchos, acabaron mudándose aquí todo el año y cimentando un barrio que ha durado hasta la actualidad. Es una tradición secular: de junio a octubre, las familias de la extensa colonia británica de Oporto (les llamaban “La Factoría”) cerraban sus casas en la ciudad y pasaban aquí los meses de estío.