En el norte de Huelva, la tierra se pliega y gana altura. Encinas, alcornoques, robles y castaños alfombran el lugar fronterizo donde acaba Andalucía, Extremadura comienza, y el Alentejo portugués se extiende hacia el oeste. A la sierra de Aracena se va a propósito, no es un cruce de caminos ni un lugar de paso. Sin embargo, llegar a ella resulta muy atractivo: desde la costa onubense, allí donde están el Parque Nacional de Doñana y las últimas playas vírgenes de España, se siguen carreteras que trepan hacia el norte de la provincia, cruzan las rojizas aguas del río Tinto, orillan los históricos núcleos mineros de Andévalo y visitan los pueblos de arquitectura blanca que motean la comarca.